El rayo que acarició la cúpula de la Basílica de San Pedro
pareció emitir la opinión del Supremo sobre la nueva situación de su Sucursal
Terrena. Tal vez haya sido un truco digital y nos tragamos el efecto. Y bueno, muchos creen en Dios aunque, en
realidad, hace muchísimo tiempo que no hace trucos. Si es que alguna vez
los ha hecho. Quienes siguen intentando engañifas son algunos futuros fracasados de la escena
política. Francisco de Narváez –adelantándose ilegalmente a la campaña
electoral- pobló el recorrido de una autopista con enormes carteles que
expresan la desesperación de alguien que no sabe qué proponer. Otros, en cambio, pretenden adornar sus
listas electorales con estrellas de escaso brillo político pero abundante
esplendor mediático. Eso sí, todos, absolutamente todos, basan su razón de
ser en una rabiosa oposición al Gobierno Nacional, detrás de la agenda propuesta por los medios con agónica hegemonía.
Así, a fuerza de nutrir titulares, abandonan cualquier principio para rapiñar
algún poroto, único fin que persiguen.
El cartel de De Narváez es emblemático. En tres palabras
encierra conceptos con hedor a naftalina. “Ella
o vos” expresa toda una concepción de la vida política. Además de no
contener una sola propuesta, contradice
lo que gran parte de la oposición esgrime como motivo de sus estrepitosos
fracasos. Según ellos, es el kirchnerismo el que genera la división entre
los ciudadanos y los intima a estar de un lado o del otro. El adversativo –la construcción “a
o b”- de El Colorado es eso, pero
potenciado. Si el publicista autor del mensaje se hubiera esforzado más,
habría sugerido un “Ellos o nosotros”. O,
al menos, “Ella o nosotros” –como reza
en la solicitada que se publicó en los diarios de mayor tirada- que expresaría mejor esa ficticia lectura de la
realidad que hacen los agoreros. Con una falta de precisión absoluta, apta
para caceroleros -prejuiciosos y desinformados, como todos- describe al
país de Ella como el “de la
inseguridad, la inflación, la corrupción, la prepotencia. Un país lleno de
incertidumbres. Un país sometido a los caprichos de una Presidenta que pretende
reformar la Constitución para perpetuarse en el poder y que gobierna según el
humor con el que se despertó a la mañana".
Pero no, el anuncio
está dirigido a un individuo absoluto que se opone a otro individuo absoluto. Dos ombligos en un enorme cartel, enfrentados, opuestos,
inconciliables. Uno solo va a triunfar, aunque no se sepa para qué. Claro, la derecha no sabe nada de
colectivos. La salvación está en el
singular y no en el plural. Lo individual anula todo conjunto. Moraleja que
evoca el lamentable eslogan “sálvese
quien pueda”, de amplia repercusión en los noventa. Además, aunque pretenda exponerla en una soledad artificiosa, Ella representa a más de la mitad del
electorado. El cartel de De Narváez
no hace más que prometer en tres palabras un
retroceso hacia un pasado de desigualdad y egoísmo. Y encima, un retroceso
en ojotas.
Amenaza similar a la del PRO que, ante la falta de ideas y
territorio, no atina más que a incrustar
candidatos para encandilar a los incautos. Las ideas no importan, sólo los
objetivos. O mejor dicho: El Objetivo. No conforme con deforestar la CABA, el
Jefe de Gobierno porteño considera que el
país tiene muchos árboles y pocas rejas y por eso quiere ser presidente. Como en el terreno de
las ideas los amarillos están derrotados, pretenden superar al kirchnerismo recolectando “figuras con popularidad a nivel nacional”, con la excusa de la “renovación”.
Sin abusar de consabidos prejuicios, la mayoría de las incorporaciones proviene del ámbito deportivo con poca o
nula participación política. “Es un
buen ejemplo y un aliento para que otros ciudadanos se animen a incursionar en
la política y le generen al país las mejores condiciones para el desarrollo y
la felicidad de todos los argentinos”, justificó
Mauricio Macri sus des-politizados planes.
Y no es un capricho del Autor de
Estos Apuntes ni oposición a la participación ciudadana, sino todo lo
contrario. Porque la política es una construcción que empieza desde abajo, no
desde arriba. El candidato debe
conquistar voluntades a partir de sus propuestas, no de su fama. Una
obviedad: un buen deportista no necesariamente será un buen representante. La
popularidad no garantiza gobernabilidad. El susto de los santafesinos en 2011, cuando Miguel Del Sel fue gobernador
durante cinco minutos, no debería quedar en el olvido. Para Emilio Monzó,
ministro de Gobierno porteño, además de la popularidad, “la segunda condición es la credibilidad, si a esa figura le creen o no
le creen en la sociedad. Después siguen otros valores”. Popularidad y
credibilidad. Eso es todo lo que tienen para ofrecer. Popularidad vertical que no es otra cosa que la fama en su sentido más
superficial. Y credibilidad en la nada, porque nada dicen de sus creencias.
Después siguen otros valores que no se especifican por menos importantes o por inexistentes. Con esta expresión
berreta de la construcción política, el PRO deja al descubierto su debilidad,
que no ha podido salir de la CABA, su única fortaleza.
Otros exponentes de la política
vernácula, con mayor trayectoria personal y partidaria, no dudan en abandonar toda representación con tal de seguir la comparsa
de los titulares. Quien llegó al extremo de ridiculez y sometimiento a las
manipulaciones mediáticas fue el senador radical Ernesto Sanz quien, en la
reunión de la Comisión de Relaciones Exteriores, tomó como ciertas las mentiras que tanto Clarín como La Nación habían
publicado en sus tapas. El martes por la tarde, el vocero del canciller
iraní, Ramón Mhmanparast, anunció
que su país no permitirá que el ministro de Defensa, Ahmad Vahidi, sea
interrogado por la Justicia argentina. En menos de una hora, el Canciller Alí
Akbar Salehi salió a desmentir a su vocero y
confirmó que la República de Irán respetaría todos los puntos del acuerdo.
A pesar de que este cruce de
funcionarios ocurrió cerca de las seis de la tarde, el ex Gran Diario Argentino
y el Gallinero de Doctrina destacaron
en su tapa la versión del vocero y no la desmentida del canciller. Una mentira más, enorme y dañina, mal
intencionada y perversa. Libertad de expresión entendida como un “hacemos lo que nos da la gana y nos
defecamos en todo con tal de destronar a la yegua”. Y el senador Sanz, dócil a las órdenes de los poderes fácticos
y no al mandato de quienes lo eligieron como representante, se hizo eco de
la mentira y la esgrimió como argumento para oponerse a la firma del tratado
con Irán para interrogar a los cinco sospechados por el atentado a la AMIA.
Cuando el canciller argentino Héctor Timerman le respondió, el desconcierto desbordó su rostro, pero la
vergüenza ni se asomó. Ni pensar en una tímida disculpa. “Yo no lo leí”, murmuró de manera casi inaudible.
Claro, si sólo lee la basura que le
ponen adelante. Tanto que claman por el respeto a las instituciones
republicanas, deberían pedir la renuncia
del Senador por su irresponsabilidad.
Si dificulta nuestro avance la
presencia de individuos caceroleros que se creen ciudadanos, sus impresentables representantes no son piedras sino misiles en el camino.
Y no porque piensen distinto, argumento
absurdo que pulula por doquier entre los que no saben qué decir, sino porque no piensan en la construcción
de un país. Sólo contribuyen a la destrucción de éste que estamos
construyendo.
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