jueves, 14 de febrero de 2013

Propuestas fuera del tarro

     El rayo que acarició la cúpula de la Basílica de San Pedro pareció emitir la opinión del Supremo sobre la nueva situación de su Sucursal Terrena. Tal vez haya sido un truco digital y nos tragamos el efecto. Y bueno, muchos creen en Dios aunque, en realidad, hace muchísimo tiempo que no hace trucos. Si es que alguna vez los ha hecho. Quienes siguen intentando engañifas son algunos futuros fracasados de la escena política. Francisco de Narváez –adelantándose ilegalmente a la campaña electoral- pobló el recorrido de una autopista con enormes carteles que expresan la desesperación de alguien que no sabe qué proponer. Otros, en cambio, pretenden adornar sus listas electorales con estrellas de escaso brillo político pero abundante esplendor mediático. Eso sí, todos, absolutamente todos, basan su razón de ser en una rabiosa oposición al Gobierno Nacional, detrás de la agenda propuesta por los medios con agónica hegemonía. Así, a fuerza de nutrir titulares, abandonan cualquier principio para rapiñar algún poroto, único fin que persiguen.
El cartel de De Narváez es emblemático. En tres palabras encierra conceptos con hedor a naftalina. “Ella o vos” expresa toda una concepción de la vida política. Además de no contener una sola propuesta, contradice lo que gran parte de la oposición esgrime como motivo de sus estrepitosos fracasos. Según ellos, es el kirchnerismo el que genera la división entre los ciudadanos y los intima a estar de un lado o del otro. El adversativo –la construcción “a o b”- de El Colorado es eso, pero potenciado. Si el publicista autor del mensaje se hubiera esforzado más, habría sugerido un “Ellos o nosotros”. O, al menos, “Ella o nosotros” –como reza en la solicitada que se publicó en los diarios de mayor tirada- que expresaría mejor esa ficticia lectura de la realidad que hacen los agoreros. Con una falta de precisión absoluta, apta para caceroleros -prejuiciosos y desinformados, como todos- describe al país de Ella como el “de la inseguridad, la inflación, la corrupción, la prepotencia. Un país lleno de incertidumbres. Un país sometido a los caprichos de una Presidenta que pretende reformar la Constitución para perpetuarse en el poder y que gobierna según el humor con el que se despertó a la mañana".
Pero no, el anuncio está dirigido a un individuo absoluto que se opone a otro individuo absoluto. Dos ombligos en un enorme cartel, enfrentados, opuestos, inconciliables. Uno solo va a triunfar, aunque no se sepa para qué. Claro, la derecha no sabe nada de colectivos. La salvación está en el singular y no en el plural. Lo individual anula todo conjunto. Moraleja que evoca el lamentable eslogan “sálvese quien pueda”, de amplia repercusión en los noventa. Además, aunque pretenda exponerla en una soledad artificiosa, Ella representa a más de la mitad del electorado. El cartel de De Narváez no hace más que prometer en tres palabras un retroceso hacia un pasado de desigualdad y egoísmo. Y encima, un retroceso en ojotas.
Amenaza similar a la del PRO que, ante la falta de ideas y territorio, no atina más que a incrustar candidatos para encandilar a los incautos. Las ideas no importan, sólo los objetivos. O mejor dicho: El Objetivo. No conforme con deforestar la CABA, el Jefe de Gobierno porteño considera que el país tiene muchos árboles y pocas rejas y por eso  quiere ser presidente. Como en el terreno de las ideas los amarillos están derrotados, pretenden superar al kirchnerismo recolectando “figuras con popularidad a nivel nacional”, con la excusa de la “renovación”. Sin abusar de consabidos prejuicios, la mayoría de las incorporaciones proviene del ámbito deportivo con poca o nula participación política. “Es un buen ejemplo y un aliento para que otros ciudadanos se animen a incursionar en la política y le generen al país las mejores condiciones para el desarrollo y la felicidad de todos los argentinos”, justificó Mauricio Macri sus des-politizados planes.
Y no es un capricho del Autor de Estos Apuntes ni oposición a la participación ciudadana, sino todo lo contrario. Porque la política es una construcción que empieza desde abajo, no desde arriba. El candidato debe conquistar voluntades a partir de sus propuestas, no de su fama. Una obviedad: un buen deportista no necesariamente será un buen representante. La popularidad no garantiza gobernabilidad. El susto de los santafesinos en 2011, cuando Miguel Del Sel fue gobernador durante cinco minutos, no debería quedar en el olvido. Para Emilio Monzó, ministro de Gobierno porteño, además de la popularidad, “la segunda condición es la credibilidad, si a esa figura le creen o no le creen en la sociedad. Después siguen otros valores”. Popularidad y credibilidad. Eso es todo lo que tienen para ofrecer. Popularidad vertical que no es otra cosa que la fama en su sentido más superficial. Y credibilidad en la nada, porque nada dicen de sus creencias. Después siguen otros valores que no se especifican por menos importantes o por inexistentes. Con esta expresión berreta de la construcción política, el PRO deja al descubierto su debilidad, que no ha podido salir de la CABA, su única fortaleza.
Otros exponentes de la política vernácula, con mayor trayectoria personal y partidaria, no dudan en abandonar toda representación con tal de seguir la comparsa de los titulares. Quien llegó al extremo de ridiculez y sometimiento a las manipulaciones mediáticas fue el senador radical Ernesto Sanz quien, en la reunión de la Comisión de Relaciones Exteriores, tomó como ciertas las mentiras que tanto Clarín como La Nación habían publicado en sus tapas. El martes por la tarde, el vocero del canciller iraní, Ramón Mhmanparast, anunció que su país no permitirá que el ministro de Defensa, Ahmad Vahidi, sea interrogado por la Justicia argentina. En menos de una hora, el Canciller Alí Akbar Salehi salió a desmentir a su vocero y confirmó que la República de Irán respetaría todos los puntos del acuerdo.
A pesar de que este cruce de funcionarios ocurrió cerca de las seis de la tarde, el ex Gran Diario Argentino y el Gallinero de Doctrina destacaron en su tapa la versión del vocero y no la desmentida del canciller. Una mentira más, enorme y dañina, mal intencionada y perversa. Libertad de expresión entendida como un “hacemos lo que nos da la gana y nos defecamos en todo con tal de destronar a la yegua”. Y el senador Sanz, dócil a las órdenes de los poderes fácticos y no al mandato de quienes lo eligieron como representante, se hizo eco de la mentira y la esgrimió como argumento para oponerse a la firma del tratado con Irán para interrogar a los cinco sospechados por el atentado a la AMIA. Cuando el canciller argentino Héctor Timerman le respondió, el desconcierto desbordó su rostro, pero la vergüenza ni se asomó. Ni pensar en una tímida disculpa. “Yo no lo leí”, murmuró de manera casi inaudible. Claro, si sólo lee la basura que le ponen adelante. Tanto que claman por el respeto a las instituciones republicanas, deberían pedir la renuncia del Senador por su irresponsabilidad.    
Si dificulta nuestro avance la presencia de individuos caceroleros que se creen ciudadanos, sus impresentables representantes no son piedras sino misiles en el camino. Y no porque piensen distinto, argumento absurdo que pulula por doquier entre los que no saben qué decir, sino porque no piensan en la construcción de un país. Sólo contribuyen a la destrucción de éste que estamos construyendo.

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