Agenda mediática vs agenda política: la
madre de todas las batallas
Una
marcha más de las protestonas, de las confusas, de las odiadoras. Eso sí, menos
nutrida y no tan agresiva como las anteriores. Sin embargo, existe una coincidencia
en las tres: no marchan para que el
Gobierno K atienda sus interminables y caprichosas demandas. Haga lo que
haga Cristina y su equipo, igual seguirán estando en contra. Lo único que
quieren es que esta pesadilla se
termine. Porque bailan al ritmo de la
desinformación y responden sólo a sus prejuicios. Porque no tienen idea de
lo que es el bien común y sólo valoran logros individuales. Porque no
comprenden que están defendiendo privilegios que los perjudican. Porque no
saben de qué se trata ni lo sabrán nunca. Porque
no advierten al lado de quiénes marchan y no les importa. Por todo esto y
mucho más, meten barullo. Y bueno, están en su derecho. Pero los representantes se eligen en las urnas y las leyes se aprueban
en el Congreso. En todo caso, deberían reclamar a los partidos opositores
que se esfuercen por presentar una alternativa de gobierno que proponga algo más
que el respeto republicano, la libertad de expresión, la transparencia y
algunas generalidades más. Porque ésas
no son propuestas de gobierno, sino obligaciones de cualquier representante.
Pero eso tampoco importa. El desprecio por algo que no comprenden bien –algunos
sí, por supuesto- los conduce a clamar –entre otras cosas- por una justicia
independiente del poder político, pero
no de las corporaciones que todavía quieren seguir manejando los hilos de
nuestra economía.
Las
cacerolas suenan para frenar la democratización de la Justicia, en defensa de
jueces que no moverían un dedo para defender a los improvisados percusionistas.
Pero ésa es una excusa. El objetivo, por supuesto, es ventilar el desprecio.
Una especie de catarsis destructiva. Más
que un despliegue de ideas y propuestas, es una catarata de improperios.
Pero sobre todo, lo que exigen con estas manifestaciones caceroleras se convierte
en un agravio a la voluntad popular, una negación de toda legitimidad, un
pisoteo a la República.
Casi
tanto como el fallo del Tribunal en lo Civil y Comercial respecto de la
constitucionalidad de la LSCA. "Hubo
un fallo que me dejó sin habla, me enmudeció", declaró La Presidenta,
en referencia a su disfonía. Una
provocación más de estos jueces, una ostentación de su complicidad con los
poderes concentrados, una invitación a que los destituyan. Porque "si uno mira bien, la Ley de Medios es
la punta del iceberg, es la punta del problema –explicó CFK- La
Ley de Medios visualizó el problema de la Justicia”. Y señala con luces de colores y carteles luminosos el camino inevitable
por el que debe seguir este transformador tránsito. La norma fue votada en
el Congreso de acuerdo a lo que dispone la Constitución Nacional, por amplia
mayoría, con el apoyo de casi todas las fuerzas de la oposición, menos los consabidos cómplices y
apologistas del Poder Fáctico. Sin embargo, está frenada su aplicación por
el accionar de jueces consustanciados con los intereses de uno de los más
poderosos oligopolios mediáticos de América Latina. "Para lograr un consenso hay que empezar a hablar sobre lo que
estamos de acuerdo”, sostuvo Cristina en un acto en Casa Rosada. Entonces, si hubo acuerdo para la sanción
de la llamada ley de medios, ¿cómo no puede haberlo para consolidar su
aplicación?
Lo que hay es miedo. Todos los que se ponen del lado del
Grupo Clarín tienen temor a quedar afuera del mundo, aunque ni siquiera
sospechan que, con un poco de valor, pueden
dar un paso importante para ingresar a otro mundo mucho más luminoso,
verdaderamente independiente. Claro, es más fácil cacerolear que proponer,
sobre todo cuando la recompensa es una cálida
caricia del Amo. Quienes quieren reducir este conflicto a una pelea del
Gobierno Nacional con un diario, están
errados o mienten con descaro. Si en los últimos tiempos de la presidencia
de Raúl Alfonsín, Héctor Magneto lo consideró un obstáculo, ahora el escollo principal en nuestro
camino es el grupo económico que preside. Por eso todos se apachurran a su
alrededor, para reforzar las murallas que protegen a los angurrientos que
quieren retornar.
La
rúbrica de los camaristas de la Cámara en lo Civil y Comercial, María Susana
Najurieta, Ricardo Guarinoni y Francisco de las Carreras, adorna la burla con forma de fallo. Lejos de toda mesura,
confeccionaron un veredicto a la medida del Grupo Clarín. Sin rubor, estos
provocadores magistrados dictaminan la constitucionalidad de los artículos
cuestionados de la llamada Ley de medios, salvo algunos de sus incisos que –de
acuerdo con esta decisión- contradicen la Carta Magna. Precisamente aquéllos que pueden afectar el carácter dominante del multimedios. Los impúdicos camaristas declaran inconstitucionales los puntos
que ponen límites a la concentración de licencias de TV por cable, que
restringen el número de abonados, que prohíben la superposición de servicios y algunas cosas más que constituyen el
espíritu anti monopólico de la normativa. Eso sí, estos tres jueces son
solidarios con los socios en desgracia: temen
que la aplicación completa de la ley genere
“inseguridad económica”, amenace la
rentabilidad y su “capacidad
competitiva”. Caraduras que fundamentan con énfasis cualquier reforma
judicial.
“¿Alguien puede decir seriamente que la
Justicia no necesita ser reformada? Este es el primer acuerdo y no hay que negarse
al debate y a la discusión", se
preguntó La Presidenta ante el público. Debate
al que se han negado casi todos referentes de la oposición. Por el
contrario, salieron a la escena mediática a despotricar contra los proyectos sin siquiera haberlos leído. Estos
desperdigados mosqueteros de la República
recitaron consignas banales que ninguna relación guardaban con el tema en
cuestión. Fieles al estilo mediático que
los coloniza, dibujaron un futuro agorero plagado de un autoritarismo imposible.
Dicterios que, lejos de ilustrar al soberano, lo sumergieron en una laguna
mental cercana a la ignorancia. Por eso, como en las versiones anteriores, los caceroleros clamaron por la libertad, la
corrupción, el clientelismo, la dictadura pero agregaron los temas nuevos
impuestos por la agenda dominante: el avance
sobre la justicia y la cabeza de
Lázaro Báez, personaje casi desconocido para la mayoría antes de las
desmoronadas denuncias de Lanata. Todo esto, por supuesto, sin otro fundamento
más que el odio y el desprecio. También –y
fieles a la manipulación que modela a estas hordas caceroleras- apareció
algún que otro ridículo cartel en el que podía leerse “Capriles, estamos con vos”.
Mientras
todo esto ocurría, en el Congreso se daban los primeros pasos para transformar
la Justicia en una institución no al
servicio de los intereses minoritarios, sino a disposición de los
ciudadanos para construir un país con mayor equidad. Los primeros, pero no los últimos. Porque esto recién empieza. La
reacción que recibieron los proyectos por parte de los defensores del statu quo
es una grandilocuente invitación para
seguir profundizando los cambios. Ese vamos
por todo que tanto desespera es la
brújula que debe orientarnos en la construcción del país con el que todos
soñamos. A pesar de las cacerolas y sus bullangueros ejecutores.
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