Un invento más que pasó sin
pena ni gloria. Un nuevo intento de
agitar el ambiente, de provocar la desazón de los pobladores, de incrementar el
miedo de los telespectadores. Berta
fue la excusa que encontraron para practicar nuevos gestos de preocupación y
simular interés por el futuro. Y, de paso, distraer
la atención, para que nadie advierta las heridas que la democracia está
provocando a la bestia. Lastimaduras insignificantes en comparación con el
daño que ha generado en nuestro país desde que se convirtió en el Gran Diario Argentino. Ante las
alertas emitidas por el Servicio Meteorológico Nacional, los guionistas de los
noticieros del Grupo decidieron poner nombre a la tormenta que se avecinaba, a
la manera de las costumbres caribeñas con los huracanes. Allá tiene fines científicos; acá, objetivos destituyentes. No sólo
halloween se convierte en un producto de importación: las lluvias fuertes
también pueden inspirar intenciones cipayas. Pero este penoso episodio puede
sugerir algo interesante, a tono con el diagnóstico del doctor Nelson Castro
sobre la salud mental de La Presidenta. En
ambos casos –el síndrome de hubris y la tormenta- existe una pretensión de
actuar como divinidad.
Como se explicó varias veces en
este espacio, la tan mentada hubris se
produce cuando un mortal decide torcer el destino que tiene asignado. Entonces,
desafía a los dioses con su desobediencia y merece un castigo. Esta es la forma
que toma el pecado en la mitología griega. Como
Cristina desobedece a los dioses –al
Poder Fáctico- padece el síndrome de hubris y los castigos serán múltiples.
Pero estos dioses se siguen enojando porque ella se empecina en torcer el
destino de un país condenado a generar riquezas sólo para una minoría. Encima,
la LSCA, recientemente validada por los miembros de la Corte Suprema de
Justicia, amenaza con limar el poder insidioso de sus medios. Por eso los dioses pergeñaron una feroz
tormenta para flagelar a los revoltosos mortales, la bautizaron como Berta
y la describieron como destructiva, casi como un diluvio. Pero el conjuro fracasó y sólo alcanzó para
generar lluvias intensas, aunque olvidables.
Nada funciona para desterrar al
kirchnerismo. Ante el fracaso del diagnóstico del doctor Castro, otro médico
intenta aportar su sabiduría. Hermes
Binner hace esfuerzos por parecer lúcido, pero no lo logra. Como si
quisiera expandir su distracción a
todos los ciudadanos, declaró, antes de emprender un viaje a Europa: “nadie sabe quién es el presidente”. Claro, él y otros exponentes de la
oposición pensaron que el país entraría en vida latente por la licencia médica
de Cristina. O más aún, ante la derrota
electoral, esperaban una renuncia o cuanto mucho, un adelantamiento de las
elecciones. Una vez más, vale aclarar
que no hubo derrota electoral, sino una tímida victoria. Tampoco habrá
renuncia ni nada que se le parezca. El Gobierno Nacional sigue funcionando para
transformar nuestro país, como debe ser.
Y el ex gobernador de Santa Fe
fue más allá: “debe darse una transición
tranquila hacia 2015 porque el país no está para soportar cualquier dislate”. ¿De
qué habla? No puede haber transición
porque no hay un nuevo presidente electo y quedan dos años de mandato.
Tampoco hay dislate, salvo que se refiera a sus propias declaraciones o a su gestión
en Santa Fe. Lo que quizá conduzca al ex gobernador a pensar en este sentido –o
sinsentido- es la impotencia que siente
ante el nuevo escenario. El fallo de la Corte apareció como una inyección
de optimismo después de la magra victoria electoral, como un energizante para recuperar terreno en la batalla cultural. El
líder del FAP teme que su dudoso progresismo parezca más conservador fuera de
las pantallas hegemónicas.
El
cambio tan temido
No es para menos. La plena
vigencia de la LSCA no sólo permitirá incorporar nuevas voces al mapa mediático
de nuestro país. Antes que eso, y en el marco de las celebraciones por los 30
años de democracia, la
constitucionalidad de la norma otorga solidez al fortalecimiento simbólico.
El nuevo imaginario se construirá a partir del poder y capacidad del Estado ante
las corporaciones, no sólo mediáticas, sino de todo tipo. El gobierno que
administra el Estado con el respaldo de la expresión popular actúa de acuerdo a
la Carta Magna, en contraposición con
los dicterios que tratan de instalar algunos periodistas desde los medios
carroñeros.
Desde hace unos años,
periodistas otrora prestigiosos
recitan plañideros editoriales en defensa de la libertad de expresión. Con
argumentos amañados y bochornosos tratan de convencer a su público de que
padecemos un gobierno autoritario que no respeta los derechos más elementales. Algunos creen esta absurda telenovela,
avalada por dirigentes políticos manipulados o tan manipuladores como los
profesionales mediáticos. De esta manera, alimentan los prejuicios y
fomentan el desprecio que siempre han manifestado ciertos sectores de la
población hacia los pocos gobiernos populares que hemos tenido en nuestro país.
Con la ilusión de recibir el
auxilio de la caballería montada, los rangers
y los marines, unos cuantos de estos personajes viajaron a Washington para
presentar sus lamentos en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. De más está decir que quedaron en ridículo.
Ante oídos extranjeros, sus gimoteos sonaron insostenibles. Plantear que en
Argentina la libertad de expresión “está
siendo cercenada” y a los pocos minutos afirmar que “podemos escribir y decir lo que queremos, pero no trabajamos
tranquilos” resulta contradictorio. O
al menos incomprensible para un organismo que debe investigar peligros en serio,
como asesinatos, secuestros, amenazas que padecen periodistas en Brasil,
Colombia, Honduras y otros países del continente. Los integrantes de la
Relatoría para la Libertad de Expresión, un poco fastidiados por destinar su
tiempo a estas nimiedades, realizaron varias preguntas que dejaron sin
respuesta a los denunciantes. Y al final, para demostrar que las imaginarias
víctimas habían viajado en vano, la presidenta de la audiencia, Rosa María
Ortiz elogió la LSCA como uno de los
intentos más audaces de la región para “democratizar
los medios”.
Para romper con un lugar común
respecto del cumplimiento de la Ley, en estos cuatro años se adjudicaron más de
mil nuevas licencias radiales y televisivas que permitió la creación de 100 mil puestos de trabajo. Y no a grupos
kirchneristas, como podría suponer un mal pensado, sino a cooperativas, radios
comunitarias, pueblos originarios, universidades nacionales, instituciones
educativas, el Estado y la Iglesia Católica. Multiplicidad de voces, con todas las letras. Mientras tanto, los
planes de adecuación presentados el 7D por 39 licenciatarios son analizados por
los integrantes de la AFSCA. Algunos no necesitan modificación porque no exceden
los límites dispuestos por la normativa y otros están en tratamiento. El único que se resistió y ha quedado en falta es
el Grupo Clarín. Aunque ahora presenten un plan de adecuación, la introducción contiene conceptos insultantes para las autoridades y la Democracia en general. Eso demuestra que todavía resisten.
Tanto resisten sus directivos y
laderos que desde las huestes desplegadas en las redes sociales están
convocando a un Gran Cacerolazo Gran
para defender los intereses de una minoría destructiva. Tal vez puedan movilizar a un manojo de individuos irritados,
manipulados por lecturas capciosas -y hasta falsarias- de la realidad. Esos
que votaron a Carrió porque suponen que ella es portadora del republicanismo en
estado puro. Esos que piensan que Michetti y Bergman pueden orquestar un freno
al avance de los K. Los ingenuos que creen que Binner es progresista o Massa,
un buen muchacho con buenas intenciones. Esos bulliciosos manifestantes que
admiran el glamur de los oligarcas, que envidian sus riquezas, que se babean
por el lujo. Esos zopencos útiles que
serán víctimas de los planes de empobrecimiento que tienen en carpeta los
patricios que impulsan una restauración neoliberal. Entonces, batirán las
cacerolas para pedir comida, como lo han hecho en el pasado. Lo malo es que no lo recuerdan o no lo quieren
recordar. Y todo por no querer reconocer que están equivocados.
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