A veces, parece una batalla
perdida. Más aún cuando un oficialista
se suma a los argumentos opositores. El diputado nacional Martín
Insaurralde afirmó que su novia, Jésica Cirio, se mudó a Puerto Madero como consecuencia de la inseguridad. No
sólo por los vericuetos que dispone el amor, pero el muchacho cayó en la
trampa. Tanto su novia como él –y cualquier ciudadano que disponga de recursos-
puede vivir en donde quiera, en un barrio cerrado, en un búnker o en una
maqueta de cemento y vidrio. Pero la
justificación que dio para el traslado a esa
capital dentro de la Capital, huele a traición. O a torpeza política,
cuanto mucho. Imprudencia, por lo menos. Porque de esta manera, se suma al
manejo superficial y marketinero de un tema que la oposición está usando como
ariete para desgastar toda legitimidad. ¿O
será que las siliconas también afectan el cerebro del acompañante? Podría
haber dicho algo más astuto: por la proximidad del poder, por la posibilidad de
negocios, por la calidad visual o por simple careteada. Pero entregar
este suculento bocado a las hordas opositoras puede provocar la decepción de
muchos de sus votantes.
La inseguridad es un tema al que todavía no le encontramos la vuelta.
No pensado como los hechos delictivos que ocurren, sino como tópico, como consigna fácil para conmover a las multitudes.
Además, un solo hecho la confirma porque es un término absoluto. Un episodio se
multiplica con forma de titulares a tal punto que el espectador teme por el delito ocurrido a muchos
kilómetros de su casa. El kirchnerismo intentó contrarrestar el efecto de
los medios instalando la idea de la sensación
de inseguridad, una estrategia habitual de los medios de comunicación. Pero
la eficacia de los comunicadores agoreros, el prejuicio timorato y presentación
con forma de sentencia de la palabra de las víctimas construyen un clima difícil de contrarrestar. Quizá por eso lo de sensación de inseguridad sólo recibió la
burla, la mofa, el escarnio.
Expresiones como “con todo lo que está pasando” o “no se puede salir a la calle” conmueven
por su ingenuidad, pero parecen indestructibles. Ante el mero intento de
argumentar, comienza la enumeración de
casos aislados, distantes y disímiles, aunque sabiamente mezclados y
dosificados por las cadenas del desaliento. La idea de la sensación no
niega los hechos, sino que intenta romper con la seguidilla, la amplificación, la epidemia incontrolable. La sensación
trata de diferenciar el clima
catastrófico que se construye desde las pantallas con la experiencia cotidiana
que se vive en cada territorio. Una víctima padece un hecho real,
indiscutible, lamentable. El espectador vive un drama mediatizado, reiterado,
universalizado. Y sobre todo, presentado
de tal manera que la única solución es el linchamiento exprés, el
ajusticiamiento inmediato, la aniquilación perpetua del vector inadaptable. Y lo que exigen los vulnerables a tan
malsanos mensajes es que La Presidenta y su equipo garanticen que no nos pase
absolutamente nada, lo cual es imposible. Por
eso parece que están ganando esta batalla.
El
desafío de la inclusión
Con el escandaloso nivel –bajo,
por supuesto- que adoptaron los opositores respecto al proyecto de código
penal, el horizonte de un debate serio y
responsable parece muy lejano, tanto para afrontar el problema en sí como para
estructurar el espectro de lo punitivo.
Pensar que un equipo de expertos elabore un proyecto de código para empeorar la
situación resulta no menos que canallesco. Nadie quiere premiar, perdonar o
liberar al que delinque. Afirmar esto es
hacer trampas. Si durante noventa años el castigo ha acrecentado –de manera
no tan alarmante como parece- la comisión de delitos, hay que considerar otra solución.
Ante los individuos que deciden
incumplir la ley para perjudicar a otros, el Estado puede optar por dos
caminos: aislarlo de la sociedad para que no moleste o reeducarlo para su
inserción. La dimensión más humana está
en la segunda opción porque contiene la posibilidad de comprender el porqué de
tal extravío. Sin dudas, en un país que ha construido durante décadas un
sistema de exclusión de una parte importante de la población, no es extraño
encontrarnos con situaciones de extrema violencia. Claro que no hay que
estigmatizar a las personas sumidas en la pobreza, pero la situación en que se encuentran puede ser adecuada como caldo de cultivo. Sin embargo, también existen delitos cometidos por sujetos que no
han tenido esas condiciones de vida, sino otras muy distintas. ¿O acaso la especulación y la evasión
–delitos millonarios- son acciones cometidas por los menos beneficiados?
¿No indigna que lo único que se
considere delito grave sea el robo cometido por un villero y no las trampas a las que apelan los ricachones para enriquecerse más? ¿O que despierte más piedad un agrogarca que se lamenta porque debe
pagar retenciones o cualquier otro tributo que un muchacho que tiene que
recurrir al delito para sobrevivir? ¿O que se pida cárcel de por vida para
un adolescente que roba un maxi kiosco y un pack de privilegios exclusivo para
una exportadora multinacional que triangula los granos para pagar menos
impuestos? Y esto no apunta al
melodrama, sino a la búsqueda de un equilibrio. O, en todo caso, a la exploración
de un camino que no pase sólo por poblar de policías nuestras vidas,
convertirnos en partícipes de un reality cotidiano y recrudecer los castigos,
pues sólo empeoraría el problema.
Lo punitivo –códigos de fondo y
de forma- es posterior al hecho. Lo previo
es la inclusión del que está en la base de la pirámide social. El de la
punta, debe contribuir a través de su responsabilidad tributaria. El que más
tiene es quien más debe entregar, el que está más obligado a ofrecer
posibilidades, aquéllas que el otro no ha tenido. Porque, además, pensar en la relación causal entre ambos
extremos puede clarificar la mirada. Unos tienen de menos porque los otros
tienen de más. Las grandes fortunas son
el resultado de una apropiación indebida de parte de la riqueza social, por
explotación, especulación, evasión y corrupción. Delitos que merecen una
condena más enérgica por parte de la sociedad, porque esos delincuentes no tienen motivos contundentes para
delinquir más que la más repugnante angurria.
“No hay duda
de que la inseguridad es un problema, pero no se supera con más policías, con
más patrulleros o con más cámaras”, explicó el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich,
sino “con
equidad distributiva y con más inclusión social”. Contra todo lo que se supone desde el sentido común más
enceguecido, cuanto más cruento es el castigo, mayor será el resentimiento. Tampoco hay que premiarlos, pero sí
ofrecerles la posibilidad de una vida mejor. Y para eso debemos buscar
alternativas, no cerrar la mente, negar el diálogo o responder a la violencia
con una violencia mayor. La prevención
es el mejor camino y no con la amenaza de más uniformados armados hasta los
dientes. El trabajo, la vivienda, la educación, la salud son las mejores
herramientas para evitar la delincuencia ocasional. Esto para quienes
quebrantan la ley por la marginalidad en la que viven. Para los otros, los que sólo buscan engrosar sus arcas en
busca de un lugar destacado en la lista de Forbes, merecen estar un tiempo
tras las rejas y devolver con creces lo escamoteado.
Por encima de compartir sus conceptos ,del fondo de una sociedad escindida y ganada por el miedo al otro,quiero estimado compañero resumir la idea que tengo de Martin Insaurralde.ES UN REVERENDO PELOTUDO
ResponderBorrarUna síntesis un poco cruel, pero bastante certera. De cualquier modo, salió a defenderse y a decir que lo malinterpretaron, que él no se ha mudado de Lomas y que vive en el mismo barrio. Es ella la que se mudó a PM y el pasa unos días cada tanto en su PH. De cualquier modo, no deja de ser un RP, como bien dijiste
ResponderBorrarMuy Buen Artículo Gustavo !!! Con respecto a Martín I (como lomense q soy) tengo la obligación de decir q hizo mucho por éste Municipio;pero también veo q comete errores tal vez,en frases desafortunadas (quién está excento d ello,no(?) y no voy a opinar al respecto...
ResponderBorrarEn cuanto a la "Corrupción y delitos de las Gdes empresas y Corporaciones" (mi mamá solía decir "Los ladrones de guante blanco) coincido en q deben ser tratados como lo q son DELINCUENTES ,lástima q hasta ahora hayan podido seguir comprando Jueces q evidentemente no "imparten justicia". Por eso sería Vital la Democratización d la Justicia ,una Corpo bastante Jodidita (si se me permite la expresión)