Mamarracho,
pavote, sinvergüenza. Algunos de los muchos calificativos que
recibió el dirigente gremial Luis Barrionuevo después de los
improperios dirigidos al ex presidente Néstor Kirchner. Y resulta insuficiente. Porque es cobarde referirse de esa manera
hacia alguien que no puede defenderse. Aunque si éste fuese el único elemento
de crítica, no podríamos hablar de muchos personajes de la historia. Los dichos de Barrionuevo son repudiables
no sólo por la manera, sino por su contenido. Acusar a Kirchner de robar “seis o siete mil millones de dólares” supera
el absurdo. Una cifra tan imprecisa como insostenible. Una fortuna que
convertiría a sus descendientes en los más ricos del país. Y no lo son, aunque
recursos no falten. También, las
declaraciones de Barrionuevo son inoportunas. En el contexto de la
conmemoración por el Día de la Memoria, suena a pisoteo a la democracia su
comparación con la dictadura. “Los milicos
chorearon, robaron, mataron –explicó el gastronómico- pero en
nombre de los derechos humanos este Gobierno fue el que más robó”. Una frase que sintetiza su nula catadura
republicana y su falta de respeto a las víctimas de la dictadura. Y con
respecto a su personalísimo ranking, vale aclarar que gran parte de la deuda
que estamos pagando se generó durante el sangriento proceso cívico-militar y se
acrecentó en los sucesivos gobiernos democráticos. Cifra destinada más a engrosar cuentas particulares que al beneficio
colectivo.
Más allá de estas burradas, es indudable que Barrionuevo es un personaje pintoresco, además de despreciable. Y,
aunque no sean ésos sus fines, hasta resulta divertido. Sus brutales
expresiones, como la ya famosa “se cagó
muriendo”, indican un desprejuicio,
una incorrección, una impunidad que rozan lo paródico. Como un adolescente
envejecido, siempre transgrede los límites de la peor manera. Pero, como si
fuera Minguito –el inolvidable
personaje de Juan Carlos Altavista-, aunque sin su ternura, ostenta una insuperable enemistad con el
lenguaje. ¿Por qué dijo “ávaro” y
no avaro? Tal vez un sutil juego verbal entre avaro y ácaro, esos diminutos
parásitos que pululan por todos lados. ¿O lo habrá pronunciado en algún idioma
desconocido?
Una vez analizadas las partes principales de sus
recientes declaraciones, cabe una pregunta –entre muchas- fundamental: ¿quién se sentirá representado por alguien
así? Y después de ésta, pueden aparecer otras, porque, como todo dirigente, debe orientar a sus dirigidos. Entonces,
¿hacia dónde los dirige? Empecinado en brindar su apoyo al Frente Renovador,
destinó unos provocativos piropos hacia su líder. “Massa es la frescura, la inteligencia, la
capacidad, la fuerza –explicó- Creo
que está en condiciones de ser presidente”. Una última pregunta, para no
saturar: ¿por qué un dirigente gremial o un legislador puede estar atornillado
a su cargo de por vida y se hace tanto escándalo con la re re-elección
presidencial? Más aún cuando los
primeros defienden intereses muy lejanos a los de sus representados y la
sabiduría brilla por su ausencia.
Paro y a la
bolsa
Si Barrionuevo sale a la escena es para exhibir
un protagonismo que no tiene. Tal vez esté
exigiendo un papel trascendente en el nuevo gobierno con el que sueña para el
año que viene o esté mostrando su capacidad de daño, por si pretenden dejarlo
afuera. En realidad, no es el único que sueña con un nuevo escenario en el
que el establishment vuelva a gobernar al antojo de sus intereses. Y personajes como éste resultan funcionales
a una puesta en escena que parezca un caos, a falta de una crisis real. No
es el único. Hugo Moyano es otro dirigente gremial que encarna el simulacro en defensa
de los intereses de los trabajadores, cuando lo único que quiere es que el
Gobierno Nacional desbarranque. Juntos le pusieron fecha a un paro, más para tender una alfombra roja al
diputado Sergio Massa que para conquistar la equidad. Una protesta ante “los oídos sordos del Gobierno”, Barrionuevo
dixit. Un día en que “no se va a mover
una mosca”, agregó. Aunque es en contra del ajuste del Gobierno, no se atreven a convocar a acto o marcha
alguna, por temor a quedar una vez más en ridículo.
El Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich consideró
que “los actores sindicales también
juegan un rol político, que pretenden establecer una estrategia de oposición al
Gobierno promoviendo un paro”. En cierta manera, todos los actores de una
sociedad juegan un rol político y eso no tiene nada de malo. Lo nefasto es que disfracen sus ambiciones
de preocupación por los que menos tienen. Lo incomprensible es que no
dirijan sus dardos hacia los que verdaderamente están expropiando el salario de los
trabajadores: los empresarios que ganan fortunas poniendo los precios más
desencajados en los productos que nos ofrecen.
El éxito del programa Precios Cuidados no pasa
tanto por abaratar nuestra mesa, sino
por dejar al descubierto las gigantescas ganancias que obtienen los actores de
la cadena de comercialización. También pone en evidencia que esos
exponentes del Poder Económico no son confiables, porque son incapaces de
cumplir con un acuerdo por ellos firmado. Y
esto lo hacen no por imposibilidad, sino por impunidad. En cierta forma, al
esconder mercadería, al remarcar de manera atroz sus precios, al maltratar a
sus clientes no hacen otra cosa más que provocar una reacción por parte de la
Secretaría de Comercio. Lo que están
esperando es una clausura, aunque sea de una hora, para convertirla en la piedra
del escándalo, en un ultraje a la libertad de mercado, en la evidencia del
gobierno autoritario que han denunciado siempre. Si no cumplen con lo firmado
es para inspirar el titular agorero que
tanto alarmará a la parte más timorata de la clase media. Y, de paso, incrementar
sus ya desbordadas arcas.
En los últimos tiempos, una seguidilla de sucesos artificiales parece sugerir un
movimiento de pinzas multisectorial que tiene como objetivo desestabilizar la
institucionalidad y forzar una salida anticipada de CFK. Quizá por eso las distintas fuerzas de la oposición ya
están practicando sus habituales danzas aliancistas, buscando los más
atractivos nombres para sus pegotes no-políticos.
Una vez más, deberemos apelar a la paciencia, sin dejar de observar con atención sus
patéticas escaramuzas. En estos años, hemos aprendido muchas cosas y esta
vez no nos podrán tomar por sorpresa. Ese sentido común que defienden aporta
explicaciones que ya pierden sentido en
este camino de logros que hemos emprendido. Y encima, disputan un
electorado reducido que sólo basa sus decisiones en prejuicios y chimentos que
muy lejos están de ser información. Con este panorama, debemos estar
tranquilos. Las máscaras siguen cayendo
y permiten ver los rostros de los que nada saben de construcciones. Esos
que, desde cómodas oficinas, acumulan fortunas cuando todo se incendia.
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