Mientras Mauricio Macri y
Sergio Massa guardan un bochornoso
silencio respecto al tema de Malvinas, Lanata y sus columnistas analizan -por
telepatía, una vez más- la psiquis de
La Presidenta. Un esguince de tobillo es más crucial que las preferencias del
ministro británico para negociar la devolución de las Islas. Seguramente, los primeros enmarcarán las declaraciones
de Hugo Swire para decorar sendos despachos. En cambio, Cristina se reirá
mucho al leer que el psicólogo Eduardo Chaktoura considera que “las
torceduras hablan sobre personas que resisten; hablan de rigidez, de falta de
flexibilidad”. En un colectivo, dos hombres de más de sesenta hablan de política. Uno dice: “hace unos días le echaban tierra y ahora le
chupan las medias”, en referencia a la reunión del Papa con CFK. ¿Cómo no van a llegar a semejante
conclusión con la información que reciben desde los medios hegemónicos?
Pronósticos apocalípticos, análisis alarmantes, mentiras disfrazadas de
noticias y delirios presentados como opiniones. Ya no quedan dudas: esos medios y su público se retroalimentan
con prejuicios para malograr el universo de lo cotidiano. A esta altura de
la vida, si las tapas no estuvieran pobladas de titulares agoreros, los
lectores dejarían de apoyarlos. Un
círculo vicioso que cada vez es más cerrado, más pequeño, más nocivo, más
agónico.
Una minoría que se siente satisfecha con el
sentido común que les han construido. Y creen que son portadores de un
pensamiento crítico, cuando en realidad, sólo
arrastran un amasijo criticón. Porque ese sentido común al que se abrazan
los conduce sólo a desconfiar, a despreciar, a despotricar. Claro, si los
autores de los libelos que consumen se esfuerzan para convertir cualquier hecho
en una mala noticia y de culpabilizar a La Presidenta con las tramas más
descabelladas. Descolocados por la relación entre Francisco y Cristina, hacen hincapié en el esguince.
Desmentidos por la convocatoria al acuerdo con el Club de París y el apoyo del
presidente francés, François Hollande, sólo se preocupan por el hotel en el que
se alojó y las inconsistentes quejas de Ricardo Piglia. No saben cómo disimular la bronca, la envidia que les da la atención
que prestaron los dos Franciscos a
Nuestra Presidenta.
Medios y público gozarían como en vacaciones si el IPC de febrero hubiese rasguñado
el 4 por ciento, pero, como no llegó al 3,5, mascullan todo el estiércol que, desde hace unos años, acumulan en sus
entrañas. Y vuelta a poblar tapas y pantallas con los peores deseos con
formato periodístico. Entonces, exhiben índices alucinantes sacados de la
galera de operadores financieros disfrazados de objetivos analistas económicos. En un extremo del absurdo, se enojan con los hechos porque no suceden como
ellos quieren. En lugar de la republiqueta
decadente que ellos dibujan, se encuentran con un país soberano que se levanta
de a poco para avanzar hacia un horizonte de equidad.
La batalla
por los precios
Lejos de contar las cosas que
ocurren desde su punto de vista, van más allá de cualquier teoría de la
comunicación y esquivan toda coherencia
para pintar un escenario caótico. Como ya no soportan al Gobierno Nacional,
intentan adelantar su salida. Esas intenciones se les escapan cada vez que
abren la boca, como al presidente de la Sociedad Rural, Luis Etchevehere,
quien, en el programa de Grondona, solicitó al próximo Gobierno que elimine las
retenciones en junio del año que viene.
El pez por la boca muere: para ese entonces, recién nos estaremos preparando
para las primarias. El nuevo mandatario estará en condiciones de tomar alguna
medida recién después del 10 de diciembre de 2015. ¿O será que los miembros del círculo rojo están pergeñando algún plan
para acelerar los tiempos?
Después de las elecciones
legislativas, intentaron convencernos de que el oficialismo había sido
derrotado, a pesar de haber resultado la
fuerza política más votada en todo el territorio nacional y obtener una
mayoría cómoda en las dos cámaras del Congreso. Como eso no les resultó,
instalaron la idea de la transición, aunque falte un año y medio para las PASO.
Ansiosos como a la espera de un parto,
alientan los licuados de la oposición para que los equipos estén preparados.
Anhelantes ante una agonía que nunca llega, aprovechan cualquier resquicio para
profundizar una grieta que les permita
desestabilizar al Gobierno y hundirlo para siempre, sin importar el daño
que puedan ocasionarnos.
Si se quejan por el nuevo
número del INDEC no es porque estén preocupados por nuestro bienestar sino porque
la inflación es el tema preferido para
golpear. Y no hablan de eso para buscar una solución, sino para acrecentarla con sus pronósticos y rumores; para sembrar
de malhumor a los pobladores que todavía confían en sus dicterios; para
convocar a la tropa empresarial a nuevos incrementos injustificados de precios.
Si recorren supermercados no es para
denunciar los abusos sino para escenificar un fracaso.
Los supermercadistas también
tienen lo suyo. Ellos contribuyen con su
avidez a generar el clima de desconcierto que tanto los beneficia. Ellos
buscan la manera de eludir el acuerdo firmado, esconden mercadería, inventan
normas caprichosas, estafan a sus clientes. Pero la lógica de antaño ya no hace
tanta mella en el pensamiento de muchos ciudadanos. Muchos hemos comprendido
que los precios no los pone Cristina, sino
los empresarios que quieren apropiarse de parte de nuestro salario para incrementar
sus ganancias. En los primeros dos meses del año aumentaron los precios a
cuenta de las devaluaciones futuras. No sólo en los supermercados, sino en toda
la cadena de producción y comercialización. Aunque pueda sonar paranoico, están generando el caos. O peor, están
provocando la reacción.
A pesar de los subsidios, de las advertencias,
de los consejos, algunos quieren ganar mucho con poco esfuerzo. Para ésos,
conviene más un mercado interno pequeño, reducido, privilegiado, antes que uno
ampliado y creciente. Algunos prefieren
vender diez productos a veinte que veinte a diez. Por eso no invierten, no
amplían su producción.
El Equipo Económico deberá tomar medidas más
enérgicas para frenar estas dentelladas.
Las sanciones sólo parecen cosquillas y
siempre hay jueces dispuestos a salir en defensa de los intereses corporativos. Las
clausuras que dispone la Ley de Abastecimiento pueden beneficiar el clima belicoso que proponen, además
de perjudicar a los empleados. La
difusión de los Precios Cuidados está concientizando a los compradores, pero no
es suficiente. La Secretaría de Comercio está sumando a nuevos actores en
esta cruzada, como los negocios de proximidad y las empresas familiares y
cooperativas. Para consolidar este modelo de distribución de bienes, el desafío
de este año es expandir los beneficios del Mercado Central y llegar a todas las
ciudades del país. Y nosotros, los compradores, también tenemos un desafío: empezar a dar la espalda a los grandotes
que quieren apropiarse del contenido de nuestras billeteras.
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