Tal como venían prometiendo,
después del Mundial comienzan las protestas de los que no tienen demasiados motivos
para protestar. O tal vez sí los tengan,
pero no justifica generar tanta tensión. Sobre todo porque no son los menos
favorecidos de la escala salarial, sino todo lo contrario. Hasta pagan impuesto
a las ganancias. O a los altos ingresos, como debería llamarse. En lugar de
pugnar por su eliminación o por algún retoque del mínimo no imponible, deberían reclamar la inclusión de los que
están exentos, como los jueces, que tienen ingresos superiores a los de
cualquier asalariado. Porque, aunque traten de hacerlo parecer como una
injusticia que afecta a muchos, apenas alcanza a menos de un 13 por ciento de los trabajadores registrados. Que un
porcentaje tan grande no alcance el mínimo de 15 mil pesos muestra que los
salarios continúan bajos y no estamos ante una cifra que permita muchos lujos.
Casi debería estar cerca de la paga promedio. Y encima, los empresarios siguen aumentando sus ganancias con el incremento en
los precios. Esto hace que la redistribución del ingreso transite por una
meseta que parece interminable. Mientras los que más tienen se resistan a
reducir una porción de sus ganancias, a contribuir con los tributos que
corresponden, a invertir parte de lo que acumulan, la búsqueda de la equidad no es más que una quimera.
¿A nadie llama la atención que
desde hace un tiempo quienes más se quejan son los que ostentan mayores
ganancias? ¿No da un poco de repugnancia que los estancieros
aprovechen cada ocasión para lloriquear por impuestos y retenciones? ¿O que
los grandes empresarios clamen por una devaluación de la moneda y cuando se
produce, se quejan por el incremento del dólar, aunque descarguen el peso de la
diferencia sobre nuestros bolsillos? Y
encima hay que esquivar sus conspiraciones y ataques especulativos. Y
controlarlos mucho, porque tienden a explotar, evadir y fugar ante el menor
descuido.
¿No sorprende que una parte de
la clase media sea la más criticona cuando se toma alguna medida de inclusión? ¿No les da vergüenza envidiar a los menos
favorecidos porque se les facilita el acceso al alimento, la educación, la
salud y la vivienda? ¿No hace ruido que un exponente de esa clase afirme
nunca haber recibido nada gratis después de haber gozado de una infancia feliz,
una adolescencia contenida y educación completa sin haber puesto un centavo? ¿No comprenden que tener padres que
garanticen estas cosas es un privilegio que
debería generalizarse?
Para combatir la desigualdad
debe primar el espíritu solidario, que no tiene que ver con la pulsión
caritativa. La caridad no es más que una
máscara para atenuar las diferencias. Cuando viene de más arriba está inspirada por la expiación, como una manera de
lavar las culpas ocasionadas por la avidez monetaria. La caridad es una puesta en escena que complace más a los que miran que
a los que reciben. Los más ricachones diseñan sus fundaciones con títulos
rimbombantes no para mejorar la vida de los más castigados, sino para obtener exenciones impositivas;
para limpiar el nombre más que para reducir el número de víctimas de su
avaricia desmedida.
Nada de todo esto se relaciona
con ese espíritu solidario que estamos buscando. Tampoco tiene que ver con
misticismo, ocultismo o prácticas semejantes. Tal vez el término ‘espíritu’
puede provocar confusión. Entonces
hablemos del pensar solidario, que
siempre incluye al otro en un plano de igualdad: lo que padece él, me duele a
mí. La solidaridad aporta solidez al grupo que la practica. Mientras más
intenso sea el lazo, más solidez conseguirá. Y eso se nota: los que más tienen
se solidarizan con más facilidad que
el resto. Por eso conforman un poder que parece indestructible; un poder que
pretende recuperar el control del país para manejarlo al antojo de sus
intereses; un poder que a veces logra
hacer pasar su ideario como sentido común y consigue los apoyos más
insospechados. Hasta de sus propias víctimas, como el caso del
representante de los trabajadores rurales, alineado sin filtro con los
terratenientes. La solidaridad entre los que más tienen lleva nombres más
temibles: corporación, lobby, complot.
El pensar solidario que
necesita nuestro país no debe tener a
esa minoría avarienta como aliada, sino como adversaria, en el mejor de los
casos. Tampoco debe destinar respeto a ese sector, porque explotar, someter,
expoliar son prácticas nocivas que dificultan la construcción de un país con
equidad. El pensar solidario es patrimonio de las mayorías y no necesita más acción que la empatía hacia
el que logra mejorar en algo su vida, es celebrar los triunfos ajenos
cuando son de buena fe, es compartir un camino colectivo, es apartar los obstáculos para los que vienen detrás. El pensar
solidario hace oídos sordos a las voces
agoreras que sólo buscan generar miedo, desconfianza, disolución. Cuando
este pensar solidario se convierta en cotidiano, la distribución del ingreso
dejará de ser la iniciativa de un gobierno para ser el objetivo de todos. O de
casi todos, porque siempre existirá esa
minoría que se opone a la felicidad compartida. Lo importante será,
entonces, neutralizar su destructivo poder.
Excelenteee Gustavo!!! Nada para agregar,solo q a Todas ésas preguntas q hacés,las respondería con una sola palabra q Califica a esa Minoría "insolidaria" > Antipatrias
ResponderBorrar"Para combatir la desigualdad debe primar el espíritu solidario, que no tiene que ver con la pulsión caritativa" Esta fue una de las frases q más me gusto. Muy bueno!!
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