Cuando
no bastan las denuncias, las protestas y las lágrimas, hay que intentar otra
cosa. El mundo del futuro no se puede
basar en un interminable conteo de muertos producidos por la prepotencia
imperial. Si esto es una venganza
del Estado de Israel por los crímenes del nazismo, que se atrevan a bombardear
Alemania, aunque no tenga nada que ver. Menos tienen que ver los civiles que terminan sus días
masacrados por los misiles que se disparan sobre Gaza. Estas líneas no
tienen como objetivo dilucidar quién comenzó este conflicto, sino clamar por su
finalización. Un pedido más, entre
tantos. ¿Qué satisfacción produce la aniquilación del Otro? ¿Qué aporta
conquistar un poco más de territorio en un planeta tan grande? ¿Qué fin supremo persigue el que decide lanzar
un misil? ¿Acaso hay principios
religiosos que justifiquen semejante desprecio por la vida ajena?
Si
la historia de este conflicto no aporta soluciones, habrá que dejarla de lado.
Pero esta matanza no debe continuar porque cada explosión nos ensordece a todos.
Nos golpea el corazón, no sólo por las
muertes sino también por las confusiones que, en la vida cotidiana pueden
aparecer. Si el gobierno de Israel está usurpando territorio desde hace
décadas y asesinando a los que se opongan, nuestros conciudadanos practicantes
del judaísmo no tienen responsabilidad en este asunto. Que esto se aproveche para dar rienda suelta a prejuicios arraigados
durante décadas no hace más que aportar oscuridad en nuestras relaciones.
No todos los judíos son israelíes ni todos los israelíes son judíos. No todos
los israelíes -judíos o no judíos- comparten el afán expansivo y genocida que
emprendió esa nación desde su independencia en 1948. Tampoco son los culpables
absolutos: difícil descifrar quiénes arrojaron la primera piedra y todas las
sucesivas. Lo más importante es frenar este intercambio de disparos. Y después,
lo sustancial: abordar una resolución
definitiva que incluya la devolución de las tierras conquistadas.
Fácil
decirlo en un espacio de tan poco alcance, pero difícil concretarlo, más aún
cuando las partes involucradas no
demuestran voluntad de hacerlo y las víctimas no tienen siquiera voz. Pero
peor cuando hay intereses que van más allá del territorio y el estilo de vida
en disputa. Intereses poderosos que se
ocultan en el ya no tan inmaculado mundillo financiero. Porque en las
guerras no gana ninguna de las partes en pugna, sino quienes las instigan desde
muchos kilómetros de distancia para obtener réditos con la fabricación de armas
y los préstamos otorgados para la reconstrucción. Predadores furtivos que ni
siquiera conocen la zona que eligen para clavar sus colmillos. Eso sí: nunca
son acusados de nada. Por el contrario,
en muchos casos, son protegidos por los demás poderes. No sólo protegidos,
sino también alentados. Incluso respetados e idolatrados. Hasta que estos individuos no reciban un castigo o al menos, límites
en su capacidad de daño, la paz será sólo una aplaudida palabra para acomodar
en algún discurso de ocasión.
Una batallita
vernácula
Aunque
suene desafortunada la analogía, no lo es. El
antojadizo fallo del juez Griesa está al servicio de esos intereses nefastos.
Si no entiende de qué se trata la cosa, como sugiere el reciente artículo del New York Times, que lo reconozca y dé un
paso al costado, en lugar de seguir
embrollando el conflicto. Esos buitres –y muchos otros- son los que amasan
su fortuna a fuerza de destrucción. Los cronistas que asistieron a la última
audiencia narraron el desconcierto que habitaba la cabeza del senil magistrado.
¿Cómo alguien así puede tener en sus manos decisiones tan importantes? ¿De qué pureza institucional hablan los que
se babean con el modelo yanqui? ¿Qué sentido de justicia puede reinar en un
sistema que basa su poderío en propalar injusticias?
A
pesar de estas fisuras en ese sistema decadente, todavía hay muchos que no
alcanzan a comprender la dimensión del ataque que estamos padeciendo. Uno de
los candidatos presidenciales –el menos
favorecido por las luces intelectuales pero el más beneficiado por las
luminarias mediáticas- vocifera que, como perdimos en el tribunal de
Griesa, merecemos el yugo por el resto de nuestra vida. “Por más que nos enoje, nos disguste y no nos simpaticen los fondos
buitre –explicó Mauricio Macri- lo importante
es no castigar a los argentinos, no castigar al país con un problema de
incumplimiento”. En esto demuestra que no entiende nada o es muy cínico. Y
en este caso, las dos opciones no pueden coexistir. Porque cumplir con el fallo es condenar nuestro futuro.
Otro
postulante que se enreda es Sergio Massa, que aseguró con tono comprometido que
“todo lo que la Argentina pueda hacer
para evitar el default lo tiene que hacer”. Engañosa declaración: no vamos a entrar en default porque ya
hemos pagado. Si los bonistas no cobran, nada tenemos que ver con el
asunto. Y si llama default al desacato del fallo, se está poniendo de parte de los inescrupulosos litigantes y su servidor
con toga. Como expresó CFK en estos días, “van a tener que inventar un nombre nuevo”. Griefault, buitrefault
o lo que quieran. Pero además, el líder del Frente Renovador amenazó con poner
a disposición del Gobierno Nacional “la
solvencia” de su equipo económico, integrado por Roberto Lavagna, uno
de los gestores del canje de 2005 y Martín Redrado, un apologista histórico del
neoliberalismo y del Megacanje que desembocó en la crisis de 2001.
El
tercer candidato que aportó sus inconsistencias fue el ex vicepresidente opositor,
Julio Cobos. “Uno puede buscar todo el
apoyo internacional del mundo, pero
lamentablemente hay un juez que ya dictó sentencia y eso hay que respetarlo”,
pontificó, sin rubor. El ingeniero mendocino antepone la potestad de un
juez a la voluntad soberana de los países que se han solidarizado con nuestra
posición. Ya que Griesa es tan poderoso podríamos
pedirle que frene el bombardeo en Gaza.
Pero
hay una cuestión que es muy importante: el 30 de julio nuestro país no entrará
en default porque los bonos de los
especuladores ya están en esa situación desde la declaración del efímero presidente
Adolfo Rodríguez Saa. Y hemos sobrellevado muy bien la situación en todo este
tiempo. No sólo hemos sobrevivido, sino
que hemos crecido como nunca. El Informe Mundial 2014 del Programa de la
ONU para el Desarrollo revela que Argentina cuenta con “muy alto índice de desarrollo humano” y la ubica en el puesto 49 sobre 187 países. Y no es por la
nacionalidad de Dios ni por el viento que nos sopla en la cola, sino por políticas de redistribución,
inversión –más estatal que privada- y,
sobre todo, de inclusión.
El
apoyo a estas medidas puede garantizar la continuidad de este proyecto. Los que protestan por las moratorias
previsionales o las facilidades para viviendas cada vez son menos. Al igual
que quienes denuestan al Gobierno por el conflicto con los buitres. Eso
significa que hay más luz en nuestra sociedad y, por tanto, una mayor comprensión del camino que
estamos transitando.
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