La
capacidad de movilización del pueblo argentino sorprende a los ojos
extranjeros. Todo –conflictos o
festejos- lo convertimos en calle. Y así nos construimos, con un aliento
callejero asombroso y envidiable. La marcha del miércoles no fue la excepción,
aunque su impacto sorprendió a sus organizadoras, no sólo por el número sino por la promesa de transformación que porta.
Quien pretenda acotar el #Niunamenos
a casos policiales no comprende la magnitud de lo que se está debatiendo. O sí lo sabe y por eso lo acota.
Si
bien el punto de partida parece situarse en los femicidios de Rufino y Monte
Hermoso, el horizonte debe ser la
reformulación del pensamiento patriarcal que atraviesa todas las esferas de la
sociedad. Pero el foco inmediato está puesto en la administración de
Justicia y los medios de comunicación que, en muchos sentidos, avalan las prácticas de abuso y
discriminación que desembocan en la violencia de género.
A
partir de ahora, ya no tendrán lugar aquellos agentes policiales, fiscales y
jueces que pongan en duda los riesgos de
una convivencia nociva. Que no hay error que justifique un golpe, que no
hay superioridad intelectual ni moral en las relaciones humanas, que la fuerza
no significa razón, que el Estado en todos sus niveles debe garantizar la felicidad de todos sus integrantes. Y, de una
vez por todas, todos debemos comprender
que el Estado somos todos, garantía y destinatarios de esa felicidad.
Pero
eso es soñar demasiado. Todavía hay muchos que no se sienten parte de ningún colectivo y aunque se horrorizan ante
las imágenes de una crónica policial, gozan hasta las babas cuando en el otro
canal un libidinoso conductor pellizca
los glúteos siliconados de una joven modelo. #Niunamenos también incluye esas atrocidades mediáticas: el cuerpo objeto que sirve para vender todo.
El culto a las curvas que llena de semen los lagrimales. La justificación
laboral de esa cosificación explotadora. El monumento a la carne femenina que
se sacude a un ritmo acalorado. Luces y
cámaras para satisfacer la avidez visual del macho que llega a la cueva después
de un intenso día de cacería.
Antes
de ese momento, la TV alimentó las
formas de acondicionar el hogar, un espacio que plantean como de exclusiva responsabilidad femenina.
Fragancias, desinfectantes, ceras, comidas envasadas, quesos, saborizantes y
aderezos en forma de publicidad cuyo
destinatario es una mujer que casi está en vías de extinción: el ama de casa.
La dama sirvienta que espera a su amo en una casa limpia, libre de suciedad y
bacterias, con la ropa suavizada, los pisos brillantes y una cena deliciosa. La
dama amante que después de destinar todo el día a esas actividades domésticas, dispone su cuerpo para convertirse en un
adorno más y si todo sale bien, espera recibir una sonrisa y hasta una caricia del macho.
Una
publicidad de queso muestra a una madre y esposa como una heroica víctima de
innumerables accidentes domésticos como si fuera una aventura de Indiana Jones.
Pero también hay mensajes para aquellas
que deben afrontar las tareas domésticas sin tener demasiadas dotes. Los
productos pre cocidos que se convierten en manjares o superhéroes que auxilian
en las tareas más sencillas no hacen más
que reforzar una imagen femenina que se puso en cuestión en esa plaza.
La lengua también entra en juego
La
palabra es poder, ya es sabido. Que ‘hombre’ haya dejado de ser el nominativo
de la especie para nombrar sólo a un
género es una muestra de hegemonía. Si la marcha puede transformar esto
sólo el tiempo lo dirá. Hay otras cosas más sencillas: reprimir el piropo, por
más endulzado que sea, puede ser un primer paso. De los groseros, ni hablar. Hasta el asado entre amigos deberá suavizar
su lenguaje cuando se hable de mujeres. Que un taxista manifieste a un
desconcertado pasajero su deseo de partir
al medio a la inocente chica que cruza la calle con un vaquero ajustado debería avergonzar al diciente, además del
escucha.
Un
pensar nuevo debe recorrer las mentes masculinas. El tránsito también es un
escenario de violencia de género. Si un varón realiza una mala maniobra, frena
bruscamente o detiene su coche en doble fila, recibe todos los insultos en su individualidad más absoluta, a veces
con exagerado frenesí. En cambio, si es una mujer la que comete estos
yerros, es el género en su conjunto el
defenestrado. Todas las mujeres
tienen la culpa de que una mujer maneje mal. El “andá a lavar los platos” o “se
ganó el carné en una botella de detergente” son las favoritas de los
conductores exaltados.
Un
mundo nuevo parece abrirse con la marcha del 3 de junio. Una manera diferente de pensarnos para convivir en el futuro.
Cambios y responsabilidades que están en manos de las autoridades y transformaciones profundas que nos corresponden
a todos. Un nuevo aspecto para evaluar a los representantes. En tiempos
electorales, un tema que se impone en la agenda de los candidatos. Y no basta con la foto ni las declaraciones
floridas. Como siempre, mucho para pensar y construir.
Gracias Gustavo por esta nota El apoyo de todos los ciudadanos y la solidaridad, de padres, hermanos, sobrinos, pareja en la marcha. Falta la solidaridad entre nosotras y confiar mas entre nosotras. Apoyarnos , ser solidarias. Educar a los hijos varones para ser caballeros, compañeros de lucha, respetar a la mujer, a todas las mujeres, más allá de su condición social, laboral. Alejandra Azis Quinteros.
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