A pocos días de las elecciones presidenciales, la resignación parece atravesar a los
principales candidatos de la oposición. Con exangües fuerzas, tratan de
arrebatar algún poroto para no quedar fuera del ranking. Patrañas que inspiran
spots, promesas engañosas, súplicas conmovedoras, mutaciones inconcebibles.
Mientras Margarita Stolbizer se burla de La Presidenta y no de sus propios
datos, Macri ya no sabe de qué disfrazar
su decadencia. Como en toda situación desesperada, dos denunciadoras seriales protagonizan un nuevo culebrón exprés
con una lista de espiados de dudosa
procedencia. La experiencia de Boca Jrs nos invita a ser prudentes: no hay que anticipar los festejos. Sin
embargo, estos agónicos intentos de agitar el escenario sugieren un resultado
que dará por tierra con las más alocadas
hipótesis de las encuestadoras.
Patricia Bullrich y Laura Alonso son dos diputadas
nacionales por el PRO que siempre están
a disposición de cualquier libreto. No les importa mentir, insultar ni
pisotear las instituciones: no logran trascendencia con su producción
legislativa sino con su ductilidad
cuando se encienden las luminarias. Esta vez, como la idea surgió de
repente, tuvieron que vomitar todo de un tirón; como los tiempos no alcanzan, hicieron todo junto: en una misma
tarde, presentaron la denuncia judicial –sin pruebas, como siempre- y a las
pocas horas, la mediática, desmoronando
cualquier medida sorpresiva en la investigación. Esta es la evidencia más
contundente de que lo mediático es más importante que lo jurídico. La verdad no interesa, sino el impacto.
Alguna vez, estos personajes deberían
tener alguna sanción por malgastar los dineros públicos en acciones
bufonescas. Y los que votan por ellas deberían
sentir un poco de vergüenza por elegir tan mal a sus representantes.
Como en los viejos circos de varias pistas, la otra
diputada del espectáculo, Elisa Carrió, reapareció
para desorientar al público con asombrosos malabares que combina con sus
inexistentes dotes de pitonisa. A sabiendas de la derrota, con una desopilante
precisión anunció que en las elecciones del domingo “va a haber fraude del uno o dos por ciento”. Y como un salvavidas de plomo ante la inminencia del naufragio, llamó
a votar la fórmula de Cambiemos porque “que
no haya balotaje sería terrible para la Argentina”. Según su apocalíptica
prédica, la derrota de la oposición “habilitaría
al Gobierno a hacer peores cosas que las que hizo”. Según parece, muchos argentinos consideran que en estos
años no se han hecho tan mal las cosas, sino todo lo contrario. Y,
seguramente, quieren que este camino de recuperación de derechos continúe por
siempre. Pero a la diputada no le
importa la felicidad de la mayoría, sino la satisfacción mezquina de una
minoría. Si provoca cierto alivio que el año próximo se jubile, asusta
imaginar lo que pergeñará con tanto tiempo libre.
De la confusión al engaño
Un poco envalentonado por su éxito como predicador, Sergio Massa dejó de lado el voto útil para apelar al voto ayuda. Convencido de que podrá derrotar a Daniel Scioli, suplica al electorado que le permita
acceder al balotaje. En verdad, los segundos están tan parejos que lamentan
no haber formado una fórmula en conjunto. Soberbia y vedetismo que los dejarán
a un costado del camino, maltrechos y
lamiendo las heridas que se han provocado entre sí. De cualquier modo, si
hubieran logrado esa alquimia tampoco llegarían muy lejos. El público se traga cualquier cosa pero el votante no come vidrio. Ni
el infierno punitivo que promete el tigrense ni el paraíso neoliberal con inclusión social con que amenaza el Ingeniero
podrá conquistar la mayoría. Y todo eso
mezclado hubiera explotado a los pocos pasos. No les importa el futuro del
país: tan sólo ganar las elecciones para hacernos perder a todos. De una vez por todas, hay que entenderlo.
Después de todos estos años de escenitas mediáticas
y declaraciones destempladas, que Macri diga “no soy ni antikirchnerista ni nada” parece una burla descomunal. El desprecio de sus ojos cuando pronuncia
el demonizado apellido es indisimulable. Tanto como la ignorancia que
desborda a su compañera de fórmula, Gabriela Michetti, en cada tema que aborda
con sus interminables balbuceos. “El domingo
va a haber definitivamente ballotage –declaró en el barrio Los Piletones, la villa escenográfica preferida por los
amarillos- Scioli no llega al 40 por
ciento ni soñando porque no pudo sacar un voto más de las PASO”. El domingo
va a haber elecciones y sus resultados anunciarán si es necesario el balotaje.
Pero la segunda parte es peor: si Scioli
no sacó un voto más después de las PASO es porque, desde entonces, no se
sometió a elecciones. Michetti no entiende nada y pretende ser vice
presidenta. Lo más grave es que, como muchos dirigentes de ese club de amigos
con pretensiones políticas, traslada la
propia confusión a sus propios electores y sólo así logran ser algo.
Esa mescolanza informativa atraviesa todo el arco
opositor. Las fábulas mediáticas quedan tan impunes que alientan mentiras de otros sectores. Lejos de avergonzarse, las
intercambian como si fueran figuritas repetidas y al final terminan
creyéndolas. Después vienen las
sorpresas. Tanto ocultar las trapisondas del macrismo que el impacto que produjo el Caso Niembro casi
los deja fuera de carrera. Y aunque traten de ocultar las denuncias de los
medios del interior que no han cobrado por publicidad lo que el Gobierno de la
CABA anuncia, algo se filtra y la
desconfianza se acrecienta.
Por eso, que las diputadas macristas denuncien un
espionaje ficticio cuando su jefe
político está procesado por uno de verdad las hace merecedoras del
ostracismo. Y eso debería pasar con todos los candidatos que basan sus
propuestas en las operaciones que hemos padecido en estos años. Así no se construye ningún futuro. Los
números del domingo no deben dejar dudas de cuál es el camino que debemos seguir.
Y el resto debe comprender cuál es el
rol que debe cumplir una oposición responsable, independiente de las
corporaciones que quieren gobernar sin que nadie las vote.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario