El consumidor de spots de campaña debe saber diferenciar entre las promesas
concretas, las generales y las abstractas. Construir un puente o impulsar
una ley es una propuesta concreta; respetar la Constitución y la Justicia,
combatir la corrupción o hacer cumplir las normas pueden incluirse en las
segundas; y las abstractas dependen de
la alocada creatividad del publicista: un abanico que abarca desde
disminuir la pobreza hasta alcanzar la felicidad. El espectador siente que le
están ofreciendo el universo entero con
una sola palabra, como si el candidato fuese capaz de transformar una
realidad con la mera pronunciación de una fórmula mágica. Hay muchas maneras de
clasificar lo que el postulante nos ofrece a cambio de nuestro voto: realizables o irrealizables, consistentes o
inconsistentes, coherentes o absurdas, inocentes o peligrosas, necesarias o
intrascendentes, honestas o engañosas… En más de treinta años de democracia
hemos aprendido mucho, pero además desarrollamos un olfato especial para detectar cuando nos quieren vender
cualquier verdura.
Cuando Mauricio Macri prometió créditos para un
millón de viviendas, las redes sociales
explotaron de cálculos y bromas, desde los 50 mil millones de dólares
necesarios para alcanzar esa meta hasta la confiabilidad de la promesa. Una
especulación simple: nadie que se lo
pasa denostando el gasto público va a destinar semejante suma para los que
menos tienen, salvo que detrás de eso haya un negoción. Y un cálculo
sencillo: si en ocho años de gobierno en la CABA sólo construyó 3000 viviendas,
necesitaría 2500 años para llegar al
millón. ¿No es que promete no
eternizarse en el poder?
Para no ser menos, Sergio Massa redobló la apuesta
durante el debate y sumó 200 mil a la suma original, como si pujara por los votos en una subasta. Como si Tigre, su
distrito, fuese el paraíso de las viviendas sociales y del bienestar urbano. Un
paraíso para los grandes negocios inmobiliarios que no sólo sirven para lavar los fondos del narcotráfico que tanto
dice combatir, sino que ocupan los
humedales que evitarían parte de las inundaciones de esa provincia.
Pero a no ilusionarse: Daniel Scioli también incluyó
lo del millón de viviendas. ¿Por qué les atraerá tanto esa cifra? Un número
mágico, quizá. Impactante, seguro.
Increíble, también. La única diferencia con los anteriores postulantes es
que Scioli pertenece a una fuerza
política que sí se comprometió en la solución del problema habitacional. En
estos doce años de gestión K se concretaron más de un millón de construcciones
familiares. El Gobierno que más hizo
desde el retorno a la democracia, a razón de 100 mil por año. Aunque
exagerada, esta promesa de Scioli puede concretarse, al menos en parte, porque continuará con un compromiso que
viene desde antes, a diferencia de sus contrincantes. Trayectoria, intenciones y posibilidades podrían ser los tópicos
para evaluar cada propuesta de los candidatos.
Detrás de la fachada
Otras promesas inventarán sus propias categorías, algunas por innovadoras y otras por
ridículas. De las primeras, casi ninguna. En esta campaña, al menos, son especies en extinción. De las
segundas, tampoco abundan aunque hay dos que se destacan. La primera risible es
la de no perseguir al que piensa distinto, en la que tanto
hacen hincapié los postulantes amarillos. En principio, supone la existencia de
algún artefacto de ciencia ficción
que no sólo escanea los pensamientos de toda la población sino que detecta a aquellos sujetos cuyas
lucubraciones escapan de los parámetros establecidos. Establecidos por
Ellos, claro está. Después, presume un mecanismo para acosarlos como si fuesen reses escapadas para retornarlas a la manada.
Encajarlos en el todo o la expulsión. Con recordar el famoso “vos sos bienvenido” de una campaña
anterior basta para confirmar esta especulación. Pero ellos, a pesar de poseer
este sofisticado sistema de control e
higiene social, por pura bondad no lo usarán. Si no es así, no se
entiende esta promesa.
La segunda es más incomprensible: eliminar la disyuntiva ‘o’. Con esta anulación
lingüística se pretende superar la tan mentada desunión entre los argentinos y
no dificultar nuestra comunicación cotidiana. La magia de los candidatos da para cualquier cosa. Tampoco está muy
claro en qué circunstancias ven la desunión, ¿en hinchar por diferentes equipos o vivir en distintos lugares?
Para ser modelo de país unido, ¿deberemos tener todos el mismo apellido o
juntarnos, cada tanto, los cuarenta millones en un lugar equidistante a comer
un asado o tomar un cafecito? En un país unido, ¿los grandes empresarios se alegran por pagar todos sus impuestos y
no descargan los incrementos salariales en el precio de sus productos? En
un país unido, ¿los especuladores se dedican a tareas más productivas, como
alimentar palomas en las plazas?
En el país unido de Macri todo marchará sobre ruedas
y no habrá desacuerdos porque la unión
para la clase que él representa es la restitución de todos sus privilegios.
En ese país unido no debe haber resistencia a las políticas de ajuste que impone
el modelo del derrame. Sólo hablan de la
unión cuando quieren obediencia. Eso es todo. Detrás de esa conmovedora
promesa de unir a los argentinos se esconde la peor de las intenciones: someternos al discurso único de las grandes
corporaciones y de los especuladores financieros.
La desunión, para ellos, es haber tomado un camino
alternativo a las políticas de ajuste y endeudamiento que hemos padecido en el
pasado; es la impronta redistributiva
que recorre nuestras latitudes desde hace doce años; es el desarrollo
integral desde la base de la pirámide social. No hay nada conmovedor en esas
propuestas que pueden hacer lagrimear a algún desprevenido. Esas frases de
posters camuflan las peores intenciones
de los que nos fundieron en el pasado
y ahora tienen muchas ganas de hacernos padecer la revancha. Por supuesto,
haremos lo posible para que se queden con eso, sólo con las ganas.
MUY BUENO EL RELATO. ADEMÁS ¿CUANTO DINERO SE GASTA EN CONVENCER AL OTRO, AL INDECISO?
ResponderBorrarBueno, eso depende de para qué lado se termine inclinando el indeciso. Si vota al FPV no es dinero gastado, sino invertido. Si termina votando a alguno de los engendros opositores será un desperdicio, no sólo de recursos, sino de palabras y argumentos.
BorrarApruebo y comparto!
ResponderBorrarGracias por el elogio y por colaborar con la difusión. Abrazote
BorrarMuy bueno, Gustavo, como de costumbre - este artículo y el de Gerardo Fernández del 17 de octubre iluminan el día, un abrazo!
ResponderBorrarPablo López