Mientras Macri ya no sabe qué hacer para recuperar
porotos y Massa profundiza su demagogia punitiva, el Gobierno Nacional sigue transformando el país como si recién
comenzara. Inauguraciones, iniciativas y proyectos se suceden día a día,
algo insólito en alguien que está a punto de terminar su mandato. Los presidentes
anteriores a Kirchner terminaron su
ciclo con el rabo entre las patas y
hasta hubo uno que tuvo que huir en helicóptero. Nada de eso ocurre con
Cristina, que conserva intacto su entusiasmo, en sintonía con su creciente imagen positiva. Aunque los agoreros
intentan invocarla todos los días, no
hay crisis que se acerque. Al contrario, estamos cada vez mejor. A pesar de
que es inusual en nuestra historia, ya nos estamos acostumbrando. Tanto, que
algunos han olvidado las penurias que hemos pasado en las últimas décadas del
siglo pasado y los primeros años de éste. La
memoria, además de una facultad, debe ser una construcción. Y un compromiso,
también. No sea cosa que un manojo de desmemoriados a voluntad tuerza el
camino eligiendo, por mero capricho, al peor de los candidatos.
El peor en muchos sentidos. El paquete de medidas económicas que tiene en
carpeta, elaborado por sus vampíricos asesores, no guarda relación con las edulcoradas promesas de los spots de campaña.
El neoliberalismo que orienta sus pasos no
tiene corazón para mejorar la vida de los que menos tienen. Si en su
hipotético gobierno habrá pobreza cero será porque, al poco tiempo de comenzar,
los pobres habrán muerto de hambre o de enfermedades no atendidas en los
hospitales desmantelados. Si el impuesto a los altos ingresos no afectará a
los asalariados será porque habrán
padecido recortes o, en el peor de los casos, estarán desempleados. Hay que
ser muy tonto para dejarse engañar con tan torpes recursos.
La inauguración de la primera estatua de Juan
Domingo Perón en la CABA es la mejor muestra de su cinismo. Y también de su
desesperación. Sus manotazos de ahogado
lo hunden cada vez más. Con esta absurda y nada creíble ceremonia no
logrará embaucar al votante peronista en serio pero, además, corre el riesgo de
perder el voto gorila, los auténticos representados por la
impronta empresarial-clasista de Mauricio Macri. Si este monumento lo
hubiera presentado Cristina, las
críticas inundarían la cloaca mediática, pero como este acto estuvo
comandado por el Alcalde Amarillo, se
convierte en un gesto de convivencia democrática. Con cada nueva foto se
aleja más de su sueño presidencial. Sueño
que, de volverse realidad, será nuestra pesadilla, vale reiterar.
Armando al candidato
Si Macri es la esperanza para los
nostálgicos del Consenso de Washington, Massa promete el paraíso para quienes
añoran las políticas represivas.
El tigrense se lo pasa repartiendo castigos a los cuatro vientos a
delincuentes, narcotraficantes, violadores, corruptos, docentes y bebés que
dejan caer el chupete. Con él, no se
salvará nadie. Ni siquiera la sugestiva frase de dejar lo bueno y cambiar lo malo resulta tranquilizadora. Sin exagerar, es un verdadero enigma.
Pero de los angustiantes.
También Daniel Scioli la dice, pero sus precisiones prometen un mejor futuro. “Los argentinos no quieren cambiar todo, tampoco continuar como si no
hubiera nuevos temas. El argentino busca
tranquilidad, certidumbre, coherencia”, señaló el gobernador en un
almuerzo organizado por los grandes empresarios. Claro que la tranquilidad
de la mayoría impacienta a una minoría, sobre todo con la promesa de Scioli
de no “volver al FMI a pedir préstamos
para que nos impongan condicionalidades”. Esa minoría gana mucho dinero cuando la especulación financiera se
convierte en moneda corriente.
En el mismo espacio al que habían asistido otros
candidatos, Scioli advirtió que “ser
presidente no es para cualquiera, hay que bancársela, hay que tener firmeza,
hay que tomar decisiones. Mi prioridad
son los humildes, los trabajadores y la clase media, el círculo celeste y
blanco”. Los otros –Macri y Massa- no dijeron estas cosas ante los más
grandotes, sino que prometieron el
paraíso neoliberal que hace menear el rabo a los angurrientos. Quizá Scioli
se dejó llevar por esa frase de La Presidenta en la que confesó que “cuando uno decide tomar la bandera del
pueblo y de la Nación, el camino siempre se hace más duro pero al final siempre está el reconocimiento
eterno del pueblo”.
Y en todo este tiempo, el ex motonauta debe haber aprendido muchas cosas más que tenía
escondidas. Por las dudas, Cristina le recuerda algunas en cada uno de sus
discursos. Desde La Matanza, advirtió que para conducir el país “se debe saber que cuando se defienden los intereses mayoritarios, no sólo de los
pobres, sino además de las clases medias y los pequeños empresarios, los grupos corporativos reaccionan”. Bajar
el gasto público, garantizar la competitividad, abandonar la soberbia, eliminar
el cepo son las demandas sintomáticas de
esa reacción.
Algunos candidatos tiemblan cuando escuchan la
salmodia de los poderosos y son capaces
de cualquier cosa para satisfacerlos. Massa puede transformarse en un
predicador de la intolerancia y Macri en una fallida encarnación de Perón. El mejor candidato será aquel que sepa
ignorar esos aullidos y seguir por el camino hacia el país soñado, como si nada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario