La situación de la ex ministra de Economía, Felisa Miceli,
condenada a cuatro años de prisión y algunas cosas más por delitos no definidos
ni demostrados, deja un sabor amargo. Peor
aún: fue condenada por sospechas. Los jueces la consideraron partícipe de
un delito que no especificaron. Estas líneas no tienen como objetivo esbozar
una defensa de la ex funcionaria, sino señalar un desequilibrio, de verbalizar la sensación de que la Justicia apresura y
endurece su accionar en algunos casos y abusa de la suavidad y la dilación
hasta el infinito en otros. Después de once años, De la Rúa resultó sobreseído
por los asesinatos de 2001; la banda de los Ale inocentes y mientras Marita
Verón continúa ausente; Macri sigue
impoluto por lo que hizo y todo lo que piensa hacer; Magneto disfruta de
una libertad inmerecida por la expropiación de Papel Prensa, gracias a su
participación en delitos de Lesa Humanidad; Menem, gestor de los estropicios económicos, institucionales y
políticos más graves de la historia reciente, está impunemente integrado a la
vida democrática. La Justicia no entiende que su función es proteger a los
ciudadanos y castigar a quienes los agreden. Hasta parece que lo hiciera al revés. Y la Corte: nadie sabe lo que
hacen Los Supremos. Un “sí pero no”
permanente. La resolución definitiva sobre la constitucionalidad de la LSCA
está enredada en una vorágine incomprensible. Todos se pasan la pelota pero nadie se atreve a marcar el tanto.
Como sea, una de las corporaciones más importantes del país
–y la más nociva- ostenta un escudo infalible. Aunque parezca que no, todavía
gobierna y sus aliados y apologistas brotan por todos los poros, plagando de
pestilencias a la Democracia. A cada paso, miles de obstáculos reiterativos y
absurdos. Demasiada provocación para la
paciencia de los ciudadanos. Casi una burla.
En las últimas elecciones presidenciales, los ciudadanos
optamos por un proyecto basado en la
supremacía de la política sobre la economía, en la devolución de los bienes expropiados por un gobierno cómplice en
beneficio del poder fáctico, en la redistribución del ingreso para lograr
una mayor equidad, en una soberanía irrenunciable que prioriza los intereses
del país sobre cualquier otro, en un colectivo solidario identificado con sus
gobernantes y en una Justicia que se atreva a convalidar su razón de ser. Por
todo esto votó la mayoría, pero una minoría parece empeñada en arruinar esta
película, que no los perjudica, pero les molesta. En los noventa, todo era más fácil porque los cuatreros permanecían en las sombras. Ahora están expuestos en
toda su monstruosidad y fiereza; exhiben armas y blasones, guardianes y
voceros, panegiristas y lacayos. No les
bastó llevarnos a la ruina, no les alcanza con que estemos pagando sus deudas,
no se satisface su avidez con todo lo
que nos han extirpado, que es gran parte de lo que tienen. Ante este
cuadro, muchos de los encargados de administrar justicia parece que siguen
mirando con simpatía a las fieras que
persisten en vivir a costa de nuestras miserias.
Los Supremos mostraron algo de eso. El Máximo Tribunal se
negó a convalidar una ley que hace más de tres años fue aprobada por los
Representantes del Pueblo, en sus distintas expresiones partidarias. Una norma elogiada no sólo por sus
promotores sino por intelectuales, académicos, periodistas, presidentes
extranjeros, funcionarios de organizaciones internacionales y otros muchos que
la consideran imprescindible para democratizar la sociedad. Un ordenamiento
que reemplaza el ilegítimo y vetusto reglamento impuesto por la Dictadura y las
desprolijidades y contubernios del Infame Riojano. Algo debe haber pasado entre mayo y diciembre para que los Ministros de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación se enreden en semejante contradicción.
Un impulso repentino los debe haber conducido a desoír las recomendaciones
presentadas por la Procuradora General de la Nación, Alejandra Gils Carbó.
Primero plantearon un límite y cuando ese límite fue burlado por
el Monopolio y los jueces aliados, después del contundente dictamen del
fiscal Uriarte y del fallo del juez Alfonso sobre la constitucionalidad de la
LSCA, vuelve a dejar en manos de la
Cámara Civil y Comercial la decisión definitiva. Un tribunal integrado por
jueces que rechazaron recusaciones hechas en su contra, algo inusual y hasta fugado
de toda lógica y que han demostrado en
su accionar una nunca disimulada afinidad hacia el Grupo Clarín. Uno de sus
integrantes, Francisco de las Carreras, beneficiado con un viaje de 15 días a
Miami con todas las estrellas incluidas para cuestionar la LSCA en un Congreso
pagado por los organizadores, uno de los tentáculos del Monopolio. Jamás fallará en contra del benefactor. Por
el contrario, con el destino de Clarín en sus manos, dilatará lo más posible
toda decisión, abusará de su poder para dificultar la decisión del Poder
Ejecutivo, que es ni más ni menos que
aplicar una Ley.
¿No conocen los Miembros de la Corte estos vericuetos? ¿O
acaso están deseando alguna reacción por parte del oficialismo? ¿No advierten que de esta manera siguen
alimentando los falsos argumentos de los carroñeros? ¿No sospechan que de
esta manera puede resentirse la estabilidad institucional? ¿O están sembrando dudas sobre la legitimidad política de las
decisiones presidenciales y de sus funcionarios? ¿O querrán poner en jaque
a la Cámara y dejar en evidencia su complicidad? ¿En qué estaban pensando el jueves? Demasiadas preguntas para este
culebrón intragable.
La Presidenta ironizó sobre los intentos de los que quieren
retornar al referirse a la posibilidad –en broma, por supuesto- de que “llenen la costa atlántica con pirañas y
tiburones”. Por supuesto, nada de esto va a pasar. En el predio de la Rural, apenas lograron juntar bagres, moncholos y
algunas viejas del agua. “A pesar
de las agresiones y las cadenas nacionales, no le tenemos miedo, señora
Presidenta”, se envalentonó el presidente de la Sociedad
Rural, Luis Etchevehere ante unos quinientos solidarios con la causa de los estancieros. “Esta Navidad no se pudo hablar en familia –se
lamentó Alfredo de Angeli- Tuvieron la
habilidad de dividir al pueblo. Tenemos que empezar a luchar para unir a la
familia”. Tal vez exaltado por el fervor contagioso de los paquetes asistentes,
bramó: “Señora Presidenta, no hable de
paz si no la practica”. Todo sea por
defender a los patricios, que además de no saldar el precio vil por el que se
apropiaron del inmueble, lo explotaron económicamente, incumpliendo todas las
pautas establecidas en el traspaso.
“A los que quieren fabricar incendios, acá tienen a una presidenta
brigadista”, desafió Cristina desde la Casa de Gobierno, en un
acto multipropósito que, entre otras
cosas, se destinó a la entrega de camiones autobomba para el Plan de Manejo del
Fuego de la Secretaría de Medio Ambiente. En referencia a los incidentes de la
semana pasada, La Presidenta afirmó que “se quiso parodiar lo que había sido el 19 y
20 de diciembre cuando el país realmente se incendiaba”. “Los saqueos y la articulación de sectores
políticos y sindicales con sectores de marginalidad para provocar este tipo de
cosas –destacó- esto no tiene nada
que ver con la política y mucho menos con el peronismo, sino que esto tiene que ver con una suerte de impotencia”.
La Primera Mandataria aprovechó
la ocasión para enumerar cada uno de los logros de la gestión kirchnerista y destacó
la disminución del coeficiente de Gini, el índice sobre la desigualdad, que en 2003 era de 0,475 y ocho años después
descendió a 0,394. Pero también habló de los jueces, de sus sueldos, jubilaciones
y exenciones impositivas. Y de sus funciones.
“Les pido que se encarguen de defender a
los ciudadanos, aunque no pido milagros”, bromeó en relación a las
corporaciones. Porque de eso se trata todo esto, no de milagros sino de
justicia. Una justicia que también debe
cambiar sus paradigmas; que entienda que en una democracia el poder debe
estar en el Pueblo y no en las corporaciones; que debe abandonar sus prácticas
decimonónicas para adaptarse al ritmo del siglo XXI; que debe emprender una
batalla cultural en sus entrañas. Y
sobre todo, que debe frenar –y no proteger- a los salvajes que pretenden
llevarse todo por delante. Hasta a la propia Justicia.
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