Media plaza, dicen algunos. Un cuarto, confirman otros. Números
más o menos, nada contundente. Eso es algo que no aporta demasiado a la
discusión. La fecha y los motivos, sí.
Y también el entusiasmo. Hugo Moyano nunca ha sido un mal orador, aunque su
tono es un poco monocorde. Pero eso tampoco es lo importante. En los tiempos no
tan lejanos en que afirmaba que el proyecto conducido por CFK era el único que
garantizaba el bienestar de los trabajadores, las multitudes que lo escuchaban explotaban de pasión. Ahora sólo
despierta algunos aplausos pautados. Lo
que dice opaca cualquier encuentro, apaga cualquier llama. No sería
descabellado afirmar que ni él ni su público creen en lo que está diciendo. Pero sigue adelante, convencido de que el camino
actual es el único posible, que ya no hay vuelta atrás, que no hay explicación razonable
para su extravío y no hay nada que pueda augurar su retorno. El
sindicalismo opositor se zambulló en un cóctel multicolor para intentar algunos
cargos legislativos. Lo que no se sabe es si los trabajadores empujan o son
arrastrados por el camionero. Frases
destempladas, amenazas innecesarias, lecturas caprichosas y denuncias
injustificadas conformaron el discurso de Moyano ante un público variopinto
que no alcanzó a ser una multitud significativa ni jubilosa.
Aunque Pablo Micheli, de la CTA opositora y cada vez más
deshojada, había señalado que la movilización “no es contra ningún gobierno ni
contra nadie”, sino “en defensa de la
dignidad de los trabajadores”, Moyano
contradijo esa poco sincera declaración cuando se prendió del micrófono.
El antes incondicional aliado del proyecto K, señaló que el impuesto a las
ganancias –una de sus mayores motivaciones políticas- “es un impuesto maldito que este gobierno maldito mantiene para seguir
manejando la caja”. Un poco fuerte
usar el término ‘maldito’ –y demás
sinónimos- para una gestión que en nueve años sacó al país de una de sus más
profundas crisis. Pero la otra expresión, ‘caja’, suena bastante más
despectiva, pues es la que utilizan los agoreros mediáticos y algunos
opositores en extinción para referirse a los
recursos que el Estado necesita recaudar para garantizar su funcionamiento y
concretar la tan gradual redistribución. Quizá sin saberlo, el discurso del
camionero recorrió los tópicos fundamentales del modelo ortodoxo: impuestos,
inflación, inseguridad. Y de esa manera,
en lugar de un acto en defensa de los derechos de los trabajadores, se
convirtió en una apología despiadada de los sectores más privilegiados de la
economía.
El impuesto a las ganancias –a los ingresos, sería más
correcto- no es una exclusividad de nuestro país. Casi todos los países tienen ese recurso recaudatorio entre los
ciudadanos que perciben mayores ingresos. No es maldito, como afirma Moyano, sino muy extendido. Y en los países
vecinos, el tributo afecta a ingresos más bajos en relación con el salario
mínimo. Esta discusión no debería
centrarse sólo en el mínimo no imponible, sino en las escandalosas exenciones
de las que gozan algunos sectores con ingresos siderales. Con respecto a
este tema, el dirigente gremial adopta la mirada individualista sobre el rol
del Estado y niega cualquier intención solidaria. Para que quede en claro, este impuesto es progresivo, pues
aporta más el que más gana, a diferencia del IVA, al que todos contribuimos por
igual y por eso es regresivo.
En un tono exagerado y ensayando para su participación en “A dos voces”, Moyano le exigió al
Gobierno que “se ocupe de la inflación,
que carcome el salario y todos los bienes de los argentinos”. Aunque los poderosos de la economía no le
pidieron tanto, el camionero arremetió con un tema que no comprende demasiado y
que resulta doloroso para la historia de nuestras dramáticas crisis. Si el
orador tuviese treinta años, uno puede disculpar sus yerros, pero en alguien
que supera con generosidad el medio siglo, focalizar sus palabras en la
inflación sugiere intenciones oscuras. No hay que ser un experto, sino tener
memoria. Para los exponentes del
establishment, los reclamos por la inflación esconden la intención de controlar
la emisión monetaria, recortar el gasto público, enfriar la demanda, elevar las
tasas de interés, podar los derechos laborales y contener las aspiraciones
salariales. Porque de esta manera garantizan mayores ganancias con menor
inversión. Y esas medidas no sólo no van
a reducir la inflación, sino que van
a producir un estancamiento de la economía.
La inflación no es culpa del INDEC, sino que forma parte de
la puja distributiva de los ingresos. La
inflación no es un problema en sí mismo, sino el resultado de distorsiones
estructurales que devienen de una economía que está en pocas manos. Y mucho
de angurria, ausencia de ética y abandono de toda forma de solidaridad. Quizá
Moyano no sabe que el acomodamiento del precio de los alimentos es un fenómeno
mundial y constante. Tampoco debe saber que la revista británica The Economist –cuyo director nada tiene
que ver con La Cámpora- considera que
Buenos Aires es una de las ciudades más baratas del mundo. Sobre un total
de 131 países estudiados, la CABA se ubica en el puesto 102, por debajo de San
Pablo (28), Nueva York (47) y Montevideo (66), que son más caras. Y, de acuerdo
a un estudio elaborado por la ONU, de los 196 países que integran esa
organización, Argentina se sitúa en el
puesto 141, lo que la convierte en una de las más baratas.
Por si todo esto fuera poco y para garantizar unos minutos en
los medios opositores, también hizo referencia a “la inseguridad, que sufrimos todos los argentinos, sin distinción de
banderías de clase de ninguna naturaleza”. La inclusión de este tema puede contribuir, además, a conquistar al
público cacerolero, que se fascina con cualquier promesa de mano dura o
linchamiento exprés. Otro guiño: la jubilación. Tema que duele a los
especuladores financieros desde que el Estado recuperó los fondos de los
trabajadores que estaba en manos de la rapiña. Tópico que obsesiona a los que
cobran los haberes más elevados. Y
siempre la misma estrategia: toman como ejemplo a un jubilado de la mínima para
justificar el 82%, que terminará beneficiando a los que perciben las máximas. Argumento
carroñero, si los hay. Si bien con el haber mínimo un jubilado no puede vivir
con comodidad, no hay que olvidar las dos actualizaciones anuales y los
beneficios que incorpora PAMI para sus afiliados, como medicamentos, traslados,
atención domiciliaria, bolsones de comida. Y
eso debe considerarse también como parte de sus ingresos. Insuficiente, tal
vez, pero mucho más digno que lo que percibían una década atrás. Y, para hacer
un poco más miserables sus demandas, la
ampliación del número de beneficiarios a través de moratorias, que significó
una notable medida de inclusión.
En síntesis, si los reclamos de Hugo Moyano en la
concentración opositora se convirtieran en acción, nuestra vida social, política y económica estallaría en poco tiempo
como ocurrió once años atrás. Pero precisamente, la elección intencionada
de esta fecha -19 de diciembre- tuvo como objetivo homologar aquéllos trágicos momentos
con nuestra situación actual. O peor
aún: apuntar a la desmemoria. Sólo el dirigente sabe por qué ha tomado ese
camino, el de la negación absoluta del proyecto que apoyaba hasta hace poco más
de un año. También conoce –y no es el único-
la calaña de sus nuevos aliados. Lo que ignora es la manera en que su
figura se está desdibujando. Lo que no advierte es que su palabra está plagada
de contenidos que le son ajenos. Lo que
no entiende es que su discurso no contiene promesas, sino amenazas. Las que
susurran en sus oídos los gestores de nuestro peor pasado que, como sea,
quieren retornar al poder. Cuando ya no
sea funcional a esos intereses, qué solo quedará el camionero.
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