Cada tanto, los medios sacan a relucir algunas de las costumbres
austeras del presidente uruguayo José Mujica. Que si anda en un escarabajo, vive en una chacrita o
utiliza la misma ropa que cuando tenía treinta años y otras cosas por el
estilo. Lo último: que puede vivir con 800 dólares mensuales. Bien por él, aunque sabe que con esas
declaraciones aporta material a los carroñeros de la no-política. Sus
anécdotas ahorrativas se convierten en un ejemplo
para los cínicos que destruyeron estos países durante los nefastos tiempos
de neoliberalismo. Lo importante no debe
ser lo que gastan sino cómo transforman la realidad en la que intervienen. Y en
beneficio de quiénes, claro está. Esas lecciones
difundidas por los que seguramente gastan mucho más que eso en un solo día constituyen
una mueca hipócrita. El otro extremo: cuando Cavallo afirmaba que necesitaba
diez mil pesos-dólares en aquellos días en que los jubilados cobraban 150 y un
trabajador, apenas un poco más. En cualquier circunstancia, esos números
parecen una burla. O no aportan nada,
salvo una excusa para insistir con los planes de ajuste que tantos estragos y
dolores producen en la otrora pujante Europa.
Y Mujica se deja llevar por su propio personaje, aún sabiendo
que esas pequeñeces producen el deleite de los que están incapacitados para
llevar adelante cualquier discusión ideológica, pero tienen ganas de retornar. La austeridad puede ser un principio
personal, pero nunca un valor en la gestión política. Los exponentes del
Poder Económico siempre alientan el ahorro
ajeno porque redunda en acumulación propia. Cuanto menos gaste un Estado, menos recursos fiscales
necesitará. Y un resultado más siniestro: si
un presidente puede vivir con esa exigua cantidad, los ciudadanos pueden vivir
con mucho menos. Palabras simpáticas las de Mujica, como siempre, pero que,
en manos de los Hacedores de Desigualdad
se convierten en fatales consignas para cualquier intento de distribución del
ingreso.
Una distribución que significa que contribuyan más los que
más ganan. Y que dejen de evadir y especular. En lugar de fijarse en esos pintorescos casos, deberían comprometerse
con el desarrollo del país y no buscar su ruina y la de sus habitantes. En
vez de lamentarse por la pobreza que los rodea –en poco convincentes actuaciones,
eso sí- deberían reflexionar sobre el
accionar de su propia angurria, que es lo que la genera. En la provincia de
Santa Fe, la desigualdad es alarmante, afectando en algunas regiones a más del
25 por ciento de la población. Sin embargo, durante 2012 exportó productos
agrícolas por algo más de 23 mil millones de dólares, casi tres veces más que
en 2003. La producción sojera triplicó
sus ingresos, pero ni siquiera un mínimo derrame beneficia a la población.
Claro, como en otras provincias, los gobernantes no quieren enemistarse con los
principales terratenientes y es por eso que el impuesto rural resulta mínimo comparado con las tarifas y tributos
que pagan los trabajadores urbanos. Además, las 120 empresas con
facturación millonaria no pagan ingresos brutos. De brutos, pero así es. Y las
lágrimas que el gobernador socialista, Antonio
Bonfatti, destila ante las cámaras ya no convencen a nadie.
La política debe gobernar a la economía y no a la inversa. Los tributos deben afectar a los que más
tienen en beneficio de los que menos tienen. Esa debe ser la ecuación,
aunque, a nivel nacional, hay unas cuantas reformas pendientes. Exenciones
tributarias que se transforman en injusticias. Agustín Rossi, diputado
kirchnerista, considera viable la posibilidad de que los magistrados comiencen a
pagar el impuesto a los altos ingresos, aunque no modificará de manera
significativa la recaudación. Pero si agregamos otros casos similares, como las
jerarquías eclesiásticas, por ejemplo, la cosa pinta mejor. Lo ideal sería que se sumen al tributo las
exportadoras de cereales y minerales, que tienen ganancias extraordinarias y
dejan casi nada. Una reforma tributaria progresista debería figurar en la
agenda parlamentaria de este año.
Así y todo, la recaudación fiscal de 2012 superó un nuevo
récord: casi 680 mil millones de pesos,
un 26 por ciento más que 2011. El titular de la AFIP, Ricardo Echegaray,
resaltó que el incremento en Ganancias se relaciona con el crecimiento
económico y “el mayor nivel de
fiscalización sobre los grandes contribuyentes”. Por supuesto, todavía
falta. En la semana que pasó, Echegaray anunció una serie de modificaciones en
el traspaso de jugadores de fútbol, un
agujero negro inextricable. Ahora, los derechos federativos y económicos de
los jugadores estarán bancarizados y a cargo de los clubes, lo que evitará una fuga
millonaria. Además, la reforma propone la creación de un registro de inversores
y representantes y la expresa
prohibición de que grupos empresarios sean dueños
directos de un jugador. Más temprano que tarde, el negocio de los pases beneficiará a todos a través de la carga
impositiva. Siempre y cuando ningún sicario
judicial meta las garras.
Desde hace algún tiempo, la connivencia entre jueces y
corporaciones se ha hecho más evidente. Como en muchos casos, lo que antes ocurría de manera solapada,
ahora se hace con bombos y platillos. Imposible no evocar algunas imágenes
de películas hollywoodenses, en la que el o los protagonistas, ya derrotados,
emprenden un alocado ataque suicida que desconcierta por unos segundos al
enemigo. En el caso de los jueces, no
hay nada heroico, sino despreciable. Pero, acorralados los grandes grupos
económicos por disposiciones legales, los magistrados se calzan la peluca con
bucles como si fuera un yelmo y alzan su espada, no para combatir a las bestias
que pretenden devorar a la población, sino para protegerlas. Una cautelar que
se ha extendido por diez años exime al
diario La Nación de pagar una deuda millonaria por evasión impositiva. Otra
de más de tres que impide que una ley aprobada por el Congreso se aplique en su
totalidad. Y la última, recién estrenada, que surgió en las postrimerías de los
festejos por el año nuevo, la que
beneficia a la Sociedad Rural, la más absurda de todas.
Más que absurda, alevosa, obscena, digna de figurar en los
anales de las atrocidades jurídicas. Una vez más, la Cámara Civil y Comercial
hizo de las suyas y metió sus garras donde no debía. Los protagonistas son los
mismos jueces que ya no deberían estar donde están: Francisco de las Carreras y
Ricardo Guarinoni, recusados por aceptar dádivas de una de las partes, por un
viaje a Miami sustentado por uno de los tentáculos del Monopolio. Pero, además, el caso no es competencia de
ese Tribunal, como sí lo es de la Cámara en lo Contencioso Administrativo.
Pero esto no queda aquí. El mismo trío de jueces recibió un
insólito pedido de recusación de Martín Sabbatella, presentado por los abogados
del Grupo, que ya deberían ser
sancionados por violentar los mecanismos de la Justicia con fabulaciones
insostenibles. El escrito, que invoca el artículo 17 del Código Civil y
Comercial, afirma que el titular de la AFSCA actúa con “enemistad manifiesta”, al pretender que el Grupo Clarín acate las
leyes de la democracia. Si fuera por eso, más de la mitad de los
argentinos deberíamos ser denunciados. Lo ridículo de todo esto es que esa
norma está pensada para los jueces, no para los funcionarios del Poder
Ejecutivo que deben hacer cumplir una ley. “Es como decir que un inspector de tránsito
tiene enemistad manifiesta porque no te permite pasar un semáforo en rojo”, explicó
Sergio Zurano, director de Asuntos Jurídicos de la AFSCA.
En realidad, no se esperaba otra
cosa de ellos, aunque no se sabe qué
esperan de nosotros. El insistente accionar corporativo –y conspirativo- de
algunos jueces convierte en dificultoso el accionar político. La sacralidad
extraterrena que ostentaba la Justicia se transformó en un catálogo de
inmundicias humanas. Para no olvidar: en las primeras semanas de iniciada
su gestión presidencial, Néstor Kirchner afirmó que “donde se mete el dedo, sale pus”. Todavía estamos infectados por la herencia de la dictadura y es
hora de que nos curemos definitivamente, abusando de las metáforas médicas. El
país con el que muchos soñamos necesita que afrontemos los conflictos sin
temor. Cuando vemos quiénes son los que
se enojan, quiénes son sus vociferadores y quiénes sus esbirros, más debemos convencernos de que el elegido
es el camino correcto. Sin dudas, pero con paciencia.
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