Como todos sabemos, Mauricio Macri tiene la firme intención
de alcanzar, en algún momento de su vida, la presidencia del país. Como el sueño
del pibe, pero con serios riesgos de transformarse en la pesadilla de todos.
Porque, aunque parezca mentira, la gestión en la CABA es El Modelo que muestra
para tentar a los ciudadanos argentinos. Encima, para posicionarse en la escena
pública, habla. Quien le haya aconsejado adoptar el tono infanto-pedagógico que
exhibe en sus apariciones ante los medios debe disfrutar mucho de semejante
broma. Como si estuviera dando una charlita ante los nenes de la salita de
cuatro. La amarilla, por supuesto. Y cuenta de los peligros de chavización
en Argentina, de la conveniencia de salir del lugar de deudores, de bajar el
nivel de agresión, de bienvenir a mansalva pero, a la vez, de la inmigración
descontrolada y otras historias que deben producir el deleite de la inocente
Antonia. Pero detrás de esos castos cuentitos, se esconden historias de terror, de angurria, de sometimiento que vale
la pena tener en cuenta. Además, el destructor de Freddy Mercuri tiene el
mal hábito de desconocer méritos ajenos y exacerbar los propios, que son casi
inexistentes. Un siniestro personaje que
amenaza con el retorno a un país del que todavía no hemos terminado de salir.
El neoliberal, el entreguista, el desindustrializado, el individualista ya casi
no está, pero puede regresar de la mano de algunos apologistas de esos nefastos
momentos de nuestra historia.
La recuperación de la Fragata y la recepción que ha tenido
auspicia una importante transformación
en muchas conciencias, sobre todo, si no se pierden de vista los motivos
que condujeron a esa penosa situación. La oposición política trató de construir
un escenario cacerolero apenas se
conoció la noticia del embargo, lo que
significa, ni más ni menos, que echar culpas a La Presidenta y sus secuaces. Como siempre, sin contexto, historia ni compromiso. El cacharrero
es un Individuo Todo Terreno cuya
esencia es estar en contra y nada más. En una ecuación de buenos y malos, estos últimos tenían La Rosada como guarida. Y los
pobres buitres resultaron, en ese relato amañado, las víctimas inocentes del Odio K. Poco a poco vamos desentrañando la psiquis cacerolera en todas sus
expresiones: políticas, mediáticas y callejeras.
Poner el pecho a los especuladores y el insultante embargo en
Ghana resultó beneficioso para despertar un espíritu patriótico, aletargado
durante los años de sometimiento al Poder Económico. Desde la asunción de
Néstor Kirchner, el concepto de ‘Patria’
comenzó a ser una construcción colectiva a partir de la recuperación de la
autoestima, pisoteada por un discurso hegemónico que nos calificaba como el
peor de la clase. Todavía siguen intentando imponer consignas
por el estilo, pero cada vez con menos éxito. Quizá con el Fragata Affaire hubo una mayor
comprensión de lo que significa estar atados a la angurria de esos destructores
carroñeros, que están algo más solos, expuestos
y despreciados. La complicidad del juez Thomas Griesa, expresada en su
infame e insostenible fallo, sólo fue aplaudida desde las tribunas
caceroleras locales. Una historia dramática cuyo final se conocerá a
finales de febrero, cuando el Tribunal de Apelaciones de Nueva York dé a
conocer su veredicto, que, seguramente, será favorable a la posición argentina.
Más aún cuando se concrete la propuesta
de reabrir la negociación con ese siete por ciento empecinado en hacer daño.
Claro que para eso, el Congreso debe permitir la reapertura de la Ley Cerrojo y
entonces se verá qué postura toman los diputados de la oposición.
En estos años de estilo K, uno de los ejes fundamentales ha
sido la conquista de la autonomía para manejar los asuntos económicos. Una diferencia notable con períodos anteriores,
cuando los técnicos de afuera indicaban
los pasos a seguir para ser merecedores de una nueva sangría con forma de ayuda.
Como lo que ocurre en algunos países de Europa, donde los pueblos deben pagar
con sus angustias los descalabros de algunos. Porque la deuda no es más que
eso: una estafa fenomenal que sólo
beneficia a unos pocos con la complicidad de los gobiernos. Si analizamos
nuestra deuda, gran parte es producto de mecanismos de enriquecimiento
monstruoso de los exponentes del Poder Económico. Una combinación entre bicicleta financiera, fuga de capitales y
protección del Estado, en manos, en aquel entonces, de los genocidas
uniformados.
La cosa funcionaba más o menos así: un empresario o un grupo
económico pedía un crédito en dólares en una financiera; ese dinero se
convertía en pesos y se depositaba en un plazo fijo, a tasas que superaban la
devaluación de la moneda; una vez finalizada la operación, se reconvertía a
dólares y se almacenaba en un paraíso fiscal; y si al momento de saldar la deuda el dólar cotizaba más alto, el
Estado pagaba la diferencia. Más de la mitad de la deuda que estamos
pagando se generó con ese latrocinio que benefició a unas 70 empresas, que
obtuvieron con esta operatoria unos 23000 millones de dólares entre 1979 y 1983.
Empresas que siguen funcionando –y
facturando- pertenecientes a encumbradas familias que, sin vergüenza ni
agradecimiento, se siguen creyendo las dueñas absolutas del país. Cristina
señaló en esta semana a uno de esos beneficiarios, como una manera de acallar
los cacareos endeudadores del Jefe de
Gobierno porteño. “Si tu papá era
empresario y se hicieron cargo de su deuda, por lo menos hay que guardar
respetuoso silencio", manifestó la Mandataria por cadena nacional.
Sevel, de Franco Macri en esos tiempos, adeudaba unos 124 millones de dólares a
fines de 1983. Y muchas más: Acindar, Pérez Companc, Fortabat, Techint, IBM,
Ford, Fiat cuyos dueños están
acostumbrados a crecer a fuerza de comprometer las arcas públicas.
Por eso aman endeudarse,
a diferencia de los ciudadanos de a pie, más aún cuando tienen la garantía de
que, llegado el caso, será un gobierno
cómplice el que endose sus rojos al conjunto del pueblo. En los cinco años
de gobierno macrista, el endeudamiento de la CABA creció en un 227 por ciento, en muchos casos para nada. Total, el
Estado, es decir, todos, en algún momento pagará, como reclamó el Líder Amarillo en estos días. Los economistas que
rodean a estos personajes son endeudadores
seriales de alta peligrosidad. La
vida toma otro color cuando se recibe un crédito multimillonario, que
enriquecerá a cualquiera menos a los que, finalmente, deberán pagarlo. La
deuda, como se puede comprobar con una recorrida por las sucesivas crisis
padecidas desde un poco antes de la Dictadura hasta 2003, es un atentado a la soberanía. El rol de deudor somete a los
Estados a aceptar cualquier cosa, como ocurrió muchas veces.
Cuando los economistas del establishment hablan de
inversiones y seguridad jurídica también apelan a otro mecanismo de sometimiento. Los noventa nos legaron, entre otras
muchas cosas que estamos superando, los
TBI y el Ciadi. Los Tratados Bilaterales de Inversión permitieron el
ingreso al país de multinacionales que sólo
buscaban ganancias extraordinarias sin riesgo, sin leyes, sin compromiso.
El Ciadi -Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a
Inversiones- es un organismo dependiente del Banco Mundial encargado, no de
arbitrar la relación entre empresas y Estado, sino de proteger a los saqueadores de los controles estatales.
Argentina tiene más de cincuenta de estos tratados, firmados por Menem y De la
Rúa y más de la mitad de ellos puede generar serios conflictos. Todo parece indicar que este año será el de
la ruptura con esos tratados que oficializan de manera vil el colonialismo.
Anular los TBI y salir del Ciadi se convertirá en la mejor manera de construir
un país soberano, aunque los carroñeros
locales denuncien nuestro aislamiento del mundo.
Mientras los agoreros sueñan con un fracaso, mientras los
políticos de la oposición siguen protegiendo al Poder Económico, mientras los
medios con hegemonía en decadencia construyen escenarios apocalípticos, los ciudadanos celebran la llegada de la
Fragata porque comprenden muy bien su significado. No del barco en sí, sino
de la situación que lo colocó en la escena. Como nunca, adquirimos un entendimiento mayor de las cosas que nos
hicieron daño y todavía nos amenazan. No todos, por supuesto. Todavía
quedan esos individuos que, atentos a los titulares que no informan, siguen alimentando sus prejuicios,
empecinados en gambetear toda felicidad colectiva.
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