El último día de abril, el país
se vistió de reina. El país mediático,
se entiende, porque en el real, ni fu
ni fa. Algunos diarios dedicaron varias páginas a la asunción de Máxima,
como si poner un monarca en un trono europeo fuera resultado del esfuerzo de
todos y no una escalera personal con un toque
de cuento de hadas. Inevitable rememorar el casamiento de Lady Di, en los
oscuros tiempos de la TV abierta y los primeros pasos del color. Claro, no
estábamos acostumbrados a tener transmisión desde tan temprano. El sólo hecho de ver una imagen en la
madrugada en lugar de la pantalla llena
de nada ya resultaba atractivo. La coronación holandesa pobló la radio
y la TV de experticia protocolar y demás naderías intrascendentes. Una foto
circuló por las redes sociales: turistas argentinos con fondo de Amsterdam y
bandera celeste y blanca con la leyenda “no
a la re re re elección”. Paradojas de la vida, celebran la asunción de un monarca pero reniegan de la voluntad
popular. Algunos son así, tan enfermos de individualismo que pierden toda
coherencia.
Quienes no pierden la
coherencia son los funcionarios y legisladores del PRO, que siguen justificando la violencia desatada el viernes en el
neuro-psiquiátrico Borda. La ausencia de autocrítica por parte de los
amarillos no debe sorprender a nadie. Por un lado, la arremetida al hospital
con los efectivos de infantería dispuestos a todo no ha sido un error, sino una decisión. Por el otro, Macri y sus
acólitos sienten fascinación por el papel de víctimas. Hasta puede pensarse que
el empecinamiento por reivindicar las
acciones criminales del viernes tiene como objetivo tentar a la oposición con
la destitución al Jefe de Gobierno. De lo contrario, no serían tan obtusos.
Tal vez, la única manera de retornar con fuerza para 2015 incluya una
precipitosa salida de la escena política capitalina. Un absurdo, pero los miembros del club
PRO parecen ser así: nulos para la
política pero hábiles con los golpes de efecto.
La multitudinaria movilización
en repudio a la feroz represión y las diferentes denuncias realizadas ante la
Justicia prometen que nada ha sido en
vano. Pero también deja abierta la puerta para un oportuno contrafáctico: si
la causa por las escuchas ilegales se hubiera resuelto de manera más ágil, habría
funcionado como una advertencia. Porque de eso se viene hablando en estos días.
Macri actúa con impunidad porque la
impunidad lo precede. Y esto no sólo tiene que ver con el blindaje
mediático del que goza, sino con una
protección que va más allá de los medios.
En la reconstrucción de los
hechos encarada por los auditores se aprecia una serie de irregularidades que
llama la atención. Primero, la premura con que se ordenó demoler el Taller 19, protegido por orden de la Justicia y
ubicado dentro del perímetro del hospital. Segundo, que no se haya
notificado a las autoridades del Borda sobre la fecha y hora de la demolición, que sorprendió a todos. Tercero, que
los operarios hayan llegado acompañados por los grupos de infantería DOEM
(División de Operaciones Especiales de la Metropolitana) a las 5:30 de la
mañana. Cuarto, que las cámaras policiales hayan arribado mucho después de
iniciados los incidentes. Quinto, que la orden “Disperse” emanada por el comisario Horacio Giménez y su segundo,
Ricardo Pedace no se modificó durante
toda la jornada a pesar del furibundo accionar de las fieras uniformadas. Algunos
integrantes de la fuerza aseguraron que "todo
empezó con una resistencia mínima que terminó siendo una locura". Y
claro, si los primeros que se acercaron al lugar eran apenas un puñado de enfermeros, empleados y pacientes para proteger
las herramientas y los trabajos que estaban en el taller. Pero no pudieron rescatar nada porque la orden era arrasar con todo.
Sin embargo, el Jefe de
Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta aseguró que no hay ninguna razón
para que el ministro Montenegro renuncie y justificó el accionar de la Policía
Metropolitana. Lo que no pudo explicar
es por qué actuaron como usurpadores del espacio público si todo era tan legal
como declaman. Entonces, mencionó uno de los ejes del conflicto: para el Ejecutivo
porteño, el terreno que arrasaron es lindero al hospital; para los legisladores,
trabajadores y directivos del hospital, el terreno pertenece al Borda. El ministerio de Salud traspasó una fracción
a Desarrollo Urbano, pero la Legislatura todavía no lo ha ratificado. También
argumentan con el consenso logrado en la Legislatura para la construcción de un
nuevo Centro Cívico en el sur de la ciudad para desarrollar la zona. Pero
ese consenso no explicita en qué terreno se concretará semejante proyecto. La
prepotencia y la premura con que invadieron
la zona todavía no ha sido explicada por los exponentes del oficialismo
porteño. Y eso es lo que más sorprende.
Por su parte, el ex juez
federal Guillermo Montenegro –que
esperaba el procedimiento para esta
semana- defendió la actuación de las fuerzas
de choque y argumentó que “hubo una
agresión indiscriminada hacia el orden”. Lo que no admiten, por supuesto,
es que la llegada de los obreros demoledores con semejante despliegue policial
en horas de la madrugada es el primer
acto de violencia cometido por el Estado porteño. Pero lo extraordinario es
que culpó
a los trabajadores de prensa que recibieron los disparos porque “se ubicaron por delante de donde se
producían los incidentes”. Claro, la
culpa no es del que dispara, sino del blanco. Y, como síntesis del programa
de gobierno que plantean a futuro, el funcionario agregó: "los periodistas no están acostumbrados a que la Policía
actúe". Promesa, advertencia o
amenaza para guardar en la memoria.
En la concepción del orden que
tienen los amarillos, el delincuente no es el que delinque, sino el que no obedece a los antojos del
empresario devenido en político y con aspiraciones a monarca. Desde las
filas gubernamentales, prometen que investigarán “a las personas que actuaron contra
la Metropolitana” y también, “si hubo
un exceso por parte del personal policial”. Pero de ninguna manera cuestionan el proceder poco político con que se
encaró este tema. De lo contrario, no hubiera sido necesario llevar
personal policial para demoler el taller. Ante
el rechazo previsto, en lugar de conversar, negociar, dialogar –como siempre
pregonan- tomaron el predio por la fuerza.
En estos días uno ha escuchado
suficientes argumentos PRO para llegar a
la conclusión de que no los tienen. O son demasiado espeluznantes para
lucir. Una amable máscara que oculta
intenciones abominables. El lavado discurso desideologizado es lo más
peligroso que prometen. Y no hace falta demasiada inteligencia para detectar
esa lógica. Los miembros de ese club son
portadores de un sentido común que entorpece el entendimiento. Demian
Martínez Noya, el militante PRO que fue agredido durante el último cacerolazo,
explicó en 678 que esta fuerza política incluye a cualquier ideología, tanto de
izquierda como de derecha. Y el joven
estudiante de abogacía resaltó esto como un valor y no como una confusión
filosófica. Si es verdad que conviven izquierdas y derechas, mucho no se
nota. O tal vez se acepte alguna izquierda arrepentida o mutante. De cualquier
modo, lo que domina es la derecha más
retrógrada y destructiva en las huestes amarillas. Eso sí: disfrazada de
las más puras intenciones con pizcas de generalidades indigeribles. Y con las
más encantadoras tonadas que pueden escucharse en distintos puntos del país. Ojo: la tonada es encantadora, lo que dicen
no. Si este texto comenzó como un cuento de hadas, el final incluye ogros,
brujas malvadas y duendes perversos.
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