Que los adoradores del verano
no se quejen por las altas temperaturas. Adorar algo es valorarlo en todas sus
expresiones. Los entusiastas del frío
jamás nos quejamos por las migajas de bajo
cero que recibimos algunos días del año. Al contrario, las disfrutamos,
tanto encerrados en nuestro living con la calefacción a media máquina, una taza
de café y alguna copita de bebida espirituosa como cuando debemos salir. Con el
frío, una helada satisfacción nos recorre al sentir su caricia. Entonces, los que tanto añoran el verano durante la
timidez del invierno, ahora deberían reprimir cualquier gimoteo y además, pedir
disculpas por arruinarnos nuestro efímero gozo polar. Porque convengamos
que nos están escamoteando el invierno: los acaparadores seriales no saben qué
más acaparar. Si junio, julio y agosto no estuvieran tan interrumpidos por el
invasor calenturiento, los meses de calor serían más esperados. Pero no, las
temperaturas altas nos acompañan todo el año y en ninguna plataforma política
de las que compitieron en octubre prometían revertir tanto abuso veraniego,
salvo algunas generalidades de tinte ecologista. ¿No sería el momento adecuado para re estatizar el clima antes de que
todo se descalabre aún más? Alguno dirá que en verano hace calor. Que se lo
diga a los de Ushuaia, que están disfrutando de seis grados bajo cero. Pero
además de estar padeciendo una de las olas de calor más cruentas de la
historia, los perdedores de nuestro
presente no paran de acosar al proyecto más transformador de las últimas
décadas. Y eso recalienta el ambiente, aunque sus tretas están perdiendo
eficacia.
Como buenos carroñeros,
comienzan a excitarse en primavera y por eso desde fines de noviembre suceden
los hechos más extraños. Tanto que la aparición del verdadero Papá Noel en su
trineo volador pasaría desapercibida. Las rebeliones policiales, la coreografía
de los saqueos, los cortes de luz en el ombligo del país y los conflictos
educativos en el Principado de la CABA son
episodios de la misma historieta y tienen
un mismo objetivo: convencernos de que estamos en el peor de los mundos y
hacernos desear el final de un año atroz. Año atroz inexistente, por
cierto. Para los memoriosos con edad suficiente no será difícil evocar aquellos
tiempos en que no veíamos la hora de
despojarnos del Año Viejo y suplicar que el venidero no sea bueno, sino apenas
menos cruel. Y, sin exageraciones ni fanatismos, desde 2003, cada año que
nos espera es mejor.
Y no es producto de la magia,
sino de cierto compromiso con la construcción de un país que incluya a todos.
Los que protestan y conspiran son los que no quieren eso, porque consideran que el país les pertenece y, por tanto, deciden
quiénes son los que están adentro y quiénes no (recordar, por favor, el
lema de la campaña para la reelección de Macri: “vos sos bienvenido”).
Entonces, ¿quieren que al país le vaya mal? No, al contrario: quieren que al
país le vaya muy bien, pero que la mayor tajada de las ganancias sea para
ellos. Y la mayor en serio, por eso el
50/50 ya les resulta una sangría. Que el nuevo año los encuentre en un
refugio de cartón y que el invierno sea muy riguroso. Sólo entonces
comprenderán lo miserables que son.
Los
mordedores preparan sus dientes
Si las palometas en Rosario causaron
conmoción no es por falta de costumbre a esas dentelladas voraces. En los
últimos años hemos visto dentaduras más intimidantes y en décadas anteriores,
ni hablar. Aunque esos bichos estén
llenos, siempre quieren más, y no estamos hablando de las palometas, solamente.
Cada vez está más claro que el incremento en el precio de las cosas no es
producto de una falla sistémica ni de un designio divino, sino de la pura
angurria de los más grandotes. Aunque les haya ido muy bien en estos años, prefieren los tiempos en que ganaban
fortunas con apenas mover un dedo. Y añoran el servilismo de los gobiernos
de entonces, que les permitía fugar sus ganancias sin contribuir en nada al
destino del país. Y extrañan explotar a los trabajadores y presionarlos con el
despido. La nostálgica lista es interminable
y se puede resumir en una frase: no toleran haber perdido las riendas del gobierno
para conducirlo al antojo de su avidez.
El equipo económico del
Gobierno Nacional ha tomado la decisión –una vez más- de poner freno a la
alocada carrera de los precios. Héctor Méndez, titular de la UIA, no recibió
con entusiasmo el nuevo acuerdo. “Si
estamos hablando de control de precios yo tengo dudas. Ha fracasado
históricamente –manifestó- El fracaso
del anterior control de precios no ayuda a imaginar el éxito del actual”. Confesión
de parte, como se dice habitualmente. Si
fracasa es porque algunos no están dispuestos a cumplirlo, como lo han
demostrado algunas empresas líderes con sus estafas disfrazadas de mejoras.
En todo caso, sería interesante que el dirigente industrial tome el compromiso
de denunciar a los que intentan birlar mucho más de lo que les corresponde.
En estos días se conocerá el
listado de productos con sus respectivos precios ya establecidos por la
Secretaría de Comercio. Mientras tanto, los diferentes actores de la cadena de
comercialización se están distribuyendo los porcentajes de ganancia. Un mecanismo
interesante, vale aclarar, porque los
mordiscones serán entre ellos, sin que nuestras billeteras se vean afectadas.
Una medida interesante y complementaria sería la difusión de los precios junto
con las publicidades, como era en otros tiempos, sin promociones confusas ni
ofertas tramposas. Y también, impedir esos
agregados medicamentosos que encarecen los productos sin beneficio alguno para
la salud del consumidor.
Pero el Gobierno Nacional ha
decidido intervenir aún más en la economía. Uno de los focos está puesto en
reducir el empleo informal que involucra, sobre todo, al servicio doméstico,
indumentaria, agro, construcción, comercio y la diversidad del cuentapropista. Los incentivos y controles apuntarán a
incluir a un universo conformado por casi 4,9 millones de argentinos que ocupan
puestos de trabajo precario y no registrado. Además, destinará 137 mil millones
de pesos para financiar proyectos de inversión de pequeñas y medianas empresas,
para que puedan hacer un poco de sombra en el dominio de las grandes empresas y
competir, al menos por regiones, con su
nocivo saqueo.
Por
eso los apologistas de la ortodoxia económica cuestionan todo lo que se hace,
porque el Poder Fáctico está perdiendo terreno. Un poco, a no entusiasmarse. Todavía falta mucho para que deje de ser el
poder destructivo y voraz que siempre ha sido. Por eso sacan a relucir
temas como la emisión monetaria, el tipo de cambio y la presión impositiva.
Porque miran este nuevo escenario con las lentes del egoísmo, porque quieren un
ajuste que afecte a la mayoría, porque
quieren volver al modelo del derrame, que nos dejaba sedientos. Por eso
hablan del gasto público y el déficit fiscal, porque quieren excluirnos del
reparto de la torta, porque ellos ganan
más cuando nosotros sufrimos. Menos mal que el ministro de Economía, Axel
Kicillof puede explicar todo esto con mayor contundencia: “el incremento del gasto público conlleva a una dinámica virtuosa que
multiplica el crecimiento de los ingresos de los argentinos y así contribuye al
crecimiento del mercado interno. Un elevado nivel de consumo e inversión
implica a su vez una mejora en la recaudación del Estado nacional, por lo que
no hay mejor indicador de solvencia y robustez de las finanzas públicas que el
mismo crecimiento económico”. Entonces, una vuelta más en esta tuerca:
cuando nosotros estamos bien, ellos también estarán bien. De lo contrario, volverán a ser una minoría enriquecida
cercada por una mayoría casi sumergida en el fango. ¿Cuál es la mejor
película para disfrutar de acá en más?
como siempre buenísimo !!!
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