viernes, 27 de diciembre de 2013

Escueto análisis meteorológico de la realidad política


Que los adoradores del verano no se quejen por las altas temperaturas. Adorar algo es valorarlo en todas sus expresiones. Los entusiastas del frío jamás nos quejamos por las migajas de bajo cero que recibimos algunos días del año. Al contrario, las disfrutamos, tanto encerrados en nuestro living con la calefacción a media máquina, una taza de café y alguna copita de bebida espirituosa como cuando debemos salir. Con el frío, una helada satisfacción nos recorre al sentir su caricia. Entonces, los que tanto añoran el verano durante la timidez del invierno, ahora deberían reprimir cualquier gimoteo y además, pedir disculpas por arruinarnos nuestro efímero gozo polar. Porque convengamos que nos están escamoteando el invierno: los acaparadores seriales no saben qué más acaparar. Si junio, julio y agosto no estuvieran tan interrumpidos por el invasor calenturiento, los meses de calor serían más esperados. Pero no, las temperaturas altas nos acompañan todo el año y en ninguna plataforma política de las que compitieron en octubre prometían revertir tanto abuso veraniego, salvo algunas generalidades de tinte ecologista. ¿No sería el momento adecuado para re estatizar el clima antes de que todo se descalabre aún más? Alguno dirá que en verano hace calor. Que se lo diga a los de Ushuaia, que están disfrutando de seis grados bajo cero. Pero además de estar padeciendo una de las olas de calor más cruentas de la historia, los perdedores de nuestro presente no paran de acosar al proyecto más transformador de las últimas décadas. Y eso recalienta el ambiente, aunque sus tretas están perdiendo eficacia.
Como buenos carroñeros, comienzan a excitarse en primavera y por eso desde fines de noviembre suceden los hechos más extraños. Tanto que la aparición del verdadero Papá Noel en su trineo volador pasaría desapercibida. Las rebeliones policiales, la coreografía de los saqueos, los cortes de luz en el ombligo del país y los conflictos educativos en el Principado de la CABA son episodios de la misma historieta y tienen un mismo objetivo: convencernos de que estamos en el peor de los mundos y hacernos desear el final de un año atroz. Año atroz inexistente, por cierto. Para los memoriosos con edad suficiente no será difícil evocar aquellos tiempos en que no veíamos la hora de despojarnos del Año Viejo y suplicar que el venidero no sea bueno, sino apenas menos cruel. Y, sin exageraciones ni fanatismos, desde 2003, cada año que nos espera es mejor.
Y no es producto de la magia, sino de cierto compromiso con la construcción de un país que incluya a todos. Los que protestan y conspiran son los que no quieren eso, porque consideran que el país les pertenece y, por tanto, deciden quiénes son los que están adentro y quiénes no (recordar, por favor, el lema de la campaña para la reelección de Macri: “vos sos bienvenido”). Entonces, ¿quieren que al país le vaya mal? No, al contrario: quieren que al país le vaya muy bien, pero que la mayor tajada de las ganancias sea para ellos. Y la mayor en serio, por eso el 50/50 ya les resulta una sangría. Que el nuevo año los encuentre en un refugio de cartón y que el invierno sea muy riguroso. Sólo entonces comprenderán lo miserables que son.
Los mordedores preparan sus dientes
Si las palometas en Rosario causaron conmoción no es por falta de costumbre a esas dentelladas voraces. En los últimos años hemos visto dentaduras más intimidantes y en décadas anteriores, ni hablar. Aunque esos bichos estén llenos, siempre quieren más, y no estamos hablando de las palometas, solamente. Cada vez está más claro que el incremento en el precio de las cosas no es producto de una falla sistémica ni de un designio divino, sino de la pura angurria de los más grandotes. Aunque les haya ido muy bien en estos años, prefieren los tiempos en que ganaban fortunas con apenas mover un dedo. Y añoran el servilismo de los gobiernos de entonces, que les permitía fugar sus ganancias sin contribuir en nada al destino del país. Y extrañan explotar a los trabajadores y presionarlos con el despido. La nostálgica lista es interminable y se puede resumir en una frase: no toleran haber perdido las riendas del gobierno para conducirlo al antojo de su avidez.
El equipo económico del Gobierno Nacional ha tomado la decisión –una vez más- de poner freno a la alocada carrera de los precios. Héctor Méndez, titular de la UIA, no recibió con entusiasmo el nuevo acuerdo. “Si estamos hablando de control de precios yo tengo dudas. Ha fracasado históricamente –manifestó- El fracaso del anterior control de precios no ayuda a imaginar el éxito del actual”. Confesión de parte, como se dice habitualmente. Si fracasa es porque algunos no están dispuestos a cumplirlo, como lo han demostrado algunas empresas líderes con sus estafas disfrazadas de mejoras. En todo caso, sería interesante que el dirigente industrial tome el compromiso de denunciar a los que intentan birlar mucho más de lo que les corresponde.
En estos días se conocerá el listado de productos con sus respectivos precios ya establecidos por la Secretaría de Comercio. Mientras tanto, los diferentes actores de la cadena de comercialización se están distribuyendo los porcentajes de ganancia. Un mecanismo interesante, vale aclarar, porque los mordiscones serán entre ellos, sin que nuestras billeteras se vean afectadas. Una medida interesante y complementaria sería la difusión de los precios junto con las publicidades, como era en otros tiempos, sin promociones confusas ni ofertas tramposas. Y también, impedir esos agregados medicamentosos que encarecen los productos sin beneficio alguno para la salud del consumidor 
Pero el Gobierno Nacional ha decidido intervenir aún más en la economía. Uno de los focos está puesto en reducir el empleo informal que involucra, sobre todo, al servicio doméstico, indumentaria, agro, construcción, comercio y la diversidad del cuentapropista. Los incentivos y controles apuntarán a incluir a un universo conformado por casi 4,9 millones de argentinos que ocupan puestos de trabajo precario y no registrado. Además, destinará 137 mil millones de pesos para financiar proyectos de inversión de pequeñas y medianas empresas, para que puedan hacer un poco de sombra en el dominio de las grandes empresas y competir, al menos por regiones, con su nocivo saqueo. 
Por eso los apologistas de la ortodoxia económica cuestionan todo lo que se hace, porque el Poder Fáctico está perdiendo terreno. Un poco, a no entusiasmarse. Todavía falta mucho para que deje de ser el poder destructivo y voraz que siempre ha sido. Por eso sacan a relucir temas como la emisión monetaria, el tipo de cambio y la presión impositiva. Porque miran este nuevo escenario con las lentes del egoísmo, porque quieren un ajuste que afecte a la mayoría, porque quieren volver al modelo del derrame, que nos dejaba sedientos. Por eso hablan del gasto público y el déficit fiscal, porque quieren excluirnos del reparto de la torta, porque ellos ganan más cuando nosotros sufrimos. Menos mal que el ministro de Economía, Axel Kicillof puede explicar todo esto con mayor contundencia: “el incremento del gasto público conlleva a una dinámica virtuosa que multiplica el crecimiento de los ingresos de los argentinos y así contribuye al crecimiento del mercado interno. Un elevado nivel de consumo e inversión implica a su vez una mejora en la recaudación del Estado nacional, por lo que no hay mejor indicador de solvencia y robustez de las finanzas públicas que el mismo crecimiento económico”. Entonces, una vuelta más en esta tuerca: cuando nosotros estamos bien, ellos también estarán bien. De lo contrario, volverán a ser una minoría enriquecida cercada por una mayoría casi sumergida en el fango. ¿Cuál es la mejor película para disfrutar de acá en más?

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