En medio de los abusos en los
precios, la evasión impositiva y la especulación en todas sus variantes por
parte de los que más tienen, sorprende
que un empresario actúe de manera diferente. Claudio del Valle, de la
localidad bonaerense de Puán ya obsequió dos casas a sendas familias
desalojadas. De película edificante. Pero
asistió a los remates, las compró y se las devolvió a sus antiguos habitantes.
Esto es lo que debería propagarse, en lugar de las rebeliones policiales. Si bien
lo deseable sería que la generosidad se contagie entre los que viven en la
abundancia, lo que uno suplica, al menos, es que dejen de pugnar para absorber
cada vez más. Si eso es lo que atraviesa
toda nuestra historia: los embates de los que quieren quedarse con todo
pasándonos por encima. Con la complicidad servil de jueces y políticos, son
los que siempre se quejan, enfurruñan, conspiran y mienten a través de todos
los medios que tienen a su alcance. Sin reparos, son los que expanden las estrecheces y acaparan la abundancia y
después, en misa, lagrimean un poquito cuando el cura habla de los pobres, sin
sospechar siquiera que son ellos quienes los fabrican. Propaladores de un sentido común demoledor, apuestan a
que el país estalle porque en las crisis es cuando más ganan. Protegidos, adulados, idolatrados cuando en
realidad, deberían ser repudiados por su incontrolable avaricia.
Pero tener esto en claro
significa comprender muchas cosas. En primer lugar, que el Poder ya no es uno solo, como en otros tiempos. En los comienzos
de nuestra treintañera democracia, Raúl Alfonsín intentó educar a las bestias para que acaten las
instituciones y se comprometan a pensar en el país. Pero no, para los patricios es más importante llenar
sus arcas que vivir rodeados de equidad. Y el entonces presidente tuvo que
optar entre sus principios o la estabilidad constitucional, aunque sabía que formaban
parte de lo mismo. A pesar de sus lúcidos y encendidos discursos, Alfonsín no
pudo cumplir con todos los sueños. Sí con el más trascendente: entregar la
banda a otro presidente elegido por voto popular. Eso sí, seis meses antes de
terminar su mandato, porque la ansiedad
de los carroñeros era descomunal y la crisis híper inflacionaria,
angustiante.
Durante la década de los noventa,
la identificación entre el Poder Político y el Económico llegó hasta el
romance; una luna de miel que resultó
demasiado amarga para los ciudadanos de a pie. La transferencia de recursos
de los menos favorecidos hacia las minorías enriquecidas fue la constante y el
vaciamiento del país, un nefasto ideario que vulneró nuestra soberanía. Y la
corrupción política –real y desfachatada- nos
hizo creer que sólo allí estaba el problema. El nuevo siglo nos esperaba
con la peor crisis de nuestra historia y los que más se beneficiaron
observaban, conmovidos, la miseria en
la que nos había hundido tamaña avaricia. Por unos años se portaron bien. Hasta
parecían acompañar el camino hacia la recuperación de nuestra malograda
economía. Pero no: sólo estaban
esperando que las arcas públicas vuelvan a llenarse para comenzar a saquearlas
otra vez.
Sin embargo, esta vez no les
resulta tan sencillo. El Estado versión
K no está dispuesto a ceder tan fácilmente. Con sus errores y
contradicciones, desde 2003 el Gobierno Nacional está decidido a controlar a
las corporaciones, como intentó Raúl Alfonsín treinta años atrás. Con este
breve recorrido por la historia reciente se podrá comprender el escenario
actual. Los argentinos estamos ante una lucha trascendental: por primera vez en mucho tiempo el Poder
Político trata de encuadrar al Poder Económico en objetivos que nos beneficien
a todos. La tan mentada redistribución del ingreso, que no es la revolución
bolchevique, que no busca que los ricos se vuelvan pobres –aunque dan ganas- ni que sean confinados a una isla desierta con
apenas algunas pertenencias. La propuesta del kirchnerismo es el crecimiento de
todos y lo único que les pide a los que
más tienen es que ganen un poco menos y que cumplan con sus obligaciones
impositivas. Aunque parezca mentira, por
esto están como locos.
Estocadas,
resistencia y complicidades
Después de derrocar a Rosas, el país se construyó a la medida de la
oligarquía terrateniente, en detrimento de la mayoría empobrecida y
explotada hasta la llegada del radicalismo, que logró algo de dignidad para la
clase media y no demasiado para los menos favorecidos. En 1930, los patricios estrenan el primer golpe de estado militar
que desde entonces comienza a ser el
recurso para limitar a los gobiernos democráticos. Aunque suene un poco
ridículo –y también perverso-, ellos
mismos provocaban las crisis que después tenían que solucionar los gobiernos de facto. Sin exagerar, las crisis
institucionales son resultado de un exceso de angurria, una gula desmedida que
enceguece a los afectados. Aunque
nadie pueda negar nada de esto, a pesar de que ya sabemos quiénes son los
responsables de provocar tanto dolor, jamás
han sido castigados por su accionar. Recién ahora –con mucha modorra, eso
sí- comienza a juzgarse a los instigadores y beneficiarios de la última
dictadura. Sin embargo, quienes
pergeñaron la híper inflación de finales de los ochenta y el vaciamiento que
desencadenó el estallido de 2001 siguen gozando de sus bienes mal habidos.
Al contrario, el presidente de prepo Eduardo
Duhalde los premió con la pesificación asimétrica, que cargó sobre las espaldas de todos la deuda de unos pocos. Alguna
vez tienen que pagar tantos desmanes.
Mientras el botín conseguido
con la rapiña descansa en algún paraíso fiscal, apelan a sus más funestas
tretas para doblegar al gobierno de CFK o aniquilarlo para siempre. Por lo que
ha ocurrido en estos días, el año y pico que queda para que termine su mandato
será más que movidito. Salvo que la
Comisión Investigadora y algunos jueces se pongan a trabajar con el compromiso
de encontrar la punta de este ovillo que tanto dolor ha causado. No basta
con descubrir a algunos policías con bienes sustraídos durante los saqueos ni
tampoco con revelar a los punteros que alentaron el vandalismo: hay unos pocos
que, apoltronados en sus mullidos sillones, idearon este plan desestabilizador
y, desde cómodas oficinas con aire acondicionado dieron la orden para ocasionar
el primer foco del incendio que están planeando. Aunque parezca paradójico, sabemos quiénes son, pero faltan los nombres.
Una democracia en serio no
puede prosperar cuando gobiernan los que jamás son votados. Un país justo debe
lograr que todos sus habitantes gocen de los bienes que se producen en todo su
territorio y debe educar a los que tratan de impedir que ese objetivo se logre.
Si no aprenden, las autoridades deben aislarlos para evitar un perjuicio para
el resto. La inseguridad también es el
hambre, la angustia, la exclusión que provocan estos individuos cuando dan
rienda suelta a su egoísmo.
Excelente análisis, claro para los que admitan reconocer las causalidades históricas que explicas.
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