Muchos celebran que Michel Bachelet haya conquistado la presidencia en
Chile, sobre todo los estudiantes, que
esperan que por fin lleguen las reformas que conviertan a la educación en un
derecho. Derecho que algunos boicotean de este lado de la cordillera, como
el Jefe de Gobierno porteño y su innovador –e ineficiente- sistema de
inscripción on line. O como ese colegio cristiano de la localidad misionera de
Oberá, que desalienta a los chicos con padres homosexuales. Aunque todavía no
alcanzamos el país con el que soñamos, algunos tienen la desfachatez de hablar
de fin de fiesta, precisamente ellos, que disfrutaron de las
festicholas noventosas destinadas a unos pocos. Si esos personajes oscuros
y miserables consideran que la AUH, las netbooks, la ampliación en la cobertura
jubilatoria, las mejoras en el PAMI, el descenso de los índices de desempleo,
pobreza e indigencia y muchas cosas más
constituyen una fiesta que debe
terminar, que vuelvan a sus madrigueras a mascullar su veneno. Si estos
diez años de recuperación de derechos y de inclusión insólita en los últimos
cincuenta años pueden pensarse como una fiesta, que se vayan acostumbrando porque esto recién empieza.
Claro, algunos consideran que su
bienestar es un privilegio que deben solventar los que se ubican más abajo.
También creen poseer El Derecho de
acumular sus ganancias descomunales, sin tener en cuenta que no son ellos solos
quienes las generan. Y que tienen la
potestad de especular, acaparar, fugar, evadir sin que nadie los moleste.
Menos aún el Estado, que tiene la mala
costumbre de recaudar para redistribuir con el objetivo de lograr la
equidad. Aunque parezca increíble, son
los que más se quejan, los que más critican, los que conspiran para que todo se
desmadre.
Como un muestrario de lo que haría de llegar a ser presidente, el Jefe
de Gobierno porteño, Mauricio Macri, agrega más calor a los últimos días de
esta ardiente primavera. Que el sistema ideado por los amarillos de la CABA
para la inscripción en las escuelas se haya convertido en un dolor de cabeza
para los padres que prefieren la educación pública es, en cierta forma, un castigo por elegir la gratuidad. En
lugar de abrir más cursos para cubrir las vacantes, prefiere seguir aumentando los subsidios a las instituciones privadas
para que se conviertan en la mejor opción educativa. Precisamente es esto lo
que los chilenos decidieron abandonar: la
educación concebida no como un derecho, sino como una mercancía.
Dejar la educación en manos de los privados puede ser una comodidad,
pero tiene sus riesgos. Una escuela con orientación cristiana de Oberá,
Misiones, busca la manera de dejar fuera
de las aulas a los hijos de familias homoparentales. Primero, empezaron a
instruir a profesores y administrativos para que informen que a reuniones y actos
sólo participe uno de los padres. Para los directivos, los padres del mismo sexo no son una
buena imagen de enseñanza cristiana. El objetivo es provocar la
incomodidad del niño y su familia para que, más
temprano que tarde, abandone el establecimiento. Condenable, porque recibe
subsidios del Estado. Una fotografía que
atrasa mucho, pero no debe ser un caso aislado. Quizá sea necesaria una
resolución del Ministerio de Educación, para evitar estas iniciativas
discriminatorias.
Nostálgicos de
fiestas exclusivas
La palabra ‘fiesta’ mantiene
una connotación un tanto negativa. Basta recordar que uno de los spots de
campaña de Fernando De la Rúa utilizaba esa expresión para indicar la
finalización de un nefasto período
signado por la corrupción sistémica del menemismo. Pero la diversión recién
comenzaba… para los que volvieron a beneficiarse con la peor crisis de nuestra
historia. Para el resto, todo fue drama. Por eso resulta demasiado cínico que
hablen de fiesta cuando lo que estamos
presenciando no es otra cosa más que la recuperación de derechos para los
siempre postergados. “Si a esto los argentinos lo consideran
una fiesta, entonces estamos en un país equivocado", respondió el Jefe de Gabinete, Jorge
Capitanich a los apologistas del ajuste.
Porque eso
es lo que buscan los agoreros, dibujar un
ambiente de despilfarro para poner límites a un Gobierno que está decidido a alcanzar
la equidad. Lo que rechazan es un Estado que transfiere recursos hacia los
sectores más vulnerables. Lo que prefieren es un Estado cómplice que contribuya
a llenar sus ilimitadas arcas. Lo que
repudian es un Estado que controle la economía doméstica, aunque eso haya dado
buenos resultados en los últimos diez años.
En verdad, el Gobierno Nacional tiene mucha paciencia con estos actores
de nuestra vida política. No con los que pregonan tonterías por los medios de
comunicación. A estas tonterías que en el pasado constituían el dogma de la
ortodoxia económica, se las desarticula
con buenos argumentos y exhibiendo resultados. Y resaltando los fracasos a
los que esas recetas han conducido. Fracasos y angustias, aunque
extraordinarias ganancias para esas minorías que ahora protestan. El Gobierno
Nacional tiene mucha paciencia con los que, no sólo desde las sombras, sino a plena luz del día hacen lo imposible
para construir el malestar de los argentinos.
El año comenzó con las medidas que el entonces Secretario de Comercio
Guillermo Moreno tomó para controlar los precios de la canasta familiar. Al
principio, todo bien, mucho acuerdo y compromiso por parte de las grandes
empresas. Después, las trampas. Los
precios de los productos esenciales se mantuvieron, pero después comenzaron a
poblar las góndolas con productos similares con ínfimas variantes para poder
coronarlos con cifras abusivas. Engaños
viles en productos de consumo masivo como yogur, leche, yerba o lavandina, con agregados
decorativos que justifican un
incremento de más del 100 por ciento. En estas arteras tretas se encontró a
La Serenísima, SanCor, Nobleza Gaucha, Rosamonte, Magistral y Ayudín, entre
otras marcas de primera línea. De una vez por todas, estos especuladores que pretenden apropiarse de nuestros
ingresos merecen un castigo que les enseñe lo que es vivir en democracia.
Como ocurrió con algunas firmas dedicadas a la comercialización de
granos, que operaban con empresas fantasmas, direcciones inexistentes o
facturas falsas para triangular las exportaciones y así, evadir sus obligaciones fiscales. Jovicer Sertigran, Intagro,
Ducarevich, Granar y un par más quedarán fuera del registro y no podrán operar
por un tiempo. Poco castigo para
semejantes canallas.
Esta es la fiesta
que se tiene que terminar: la de los que, con su avaricia, tratan de
interrumpir este camino hacia la reconstrucción de nuestro país. Los grandotes que
tienen en sus manos la posibilidad de malograrnos nuestra vida con los
incrementos desmedidos en los precios, los que ganan a costa de pequeñas
estafas, los que nos hacen viajar incómodos, los que nos brindan servicios de
manera insuficiente, los que especulan y evaden. Ellos son los que quieren volver a las fiestas exclusivas para que
después los demás, paguemos los platos rotos.
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