Las comparaciones resultan
odiosas cuando tienen intenciones odiosas. Desde los primeros días de
diciembre, cuando la rebelión policial en las provincias facilitó los saqueos, algunas plumas poco ilustradas anticiparon
la proximidad de un estallido similar al de 2001. Infames y nocivos, además
de poco sutiles. Acostumbrados a manipular a individuos prejuiciosos, cada vez
se preocupan menos por buscar mejores argumentos para denostar al Gobierno de
CFK. Sólo unos pocos se engancharon con estas patrañas y la generalización del
fenómeno se redujo a infundados rumores, más
destinados a la expansión de la paranoia que a la prevención. Con los
cortes de energía eléctrica intentaron algo similar, a pesar de que en estos
diez años la generación se incrementó en 10 mil megavatios. Pero igual jugaron con las maliciosas
comparaciones. En 1988, gran parte del país padeció una alarmante crisis
energética que transformó en serio nuestra vida. Y entonces, no era un problema
de distribución sino de producción y ni se soñaba con los niveles de consumo de
la actualidad. Quienes siguen creyendo en esos libelos cargados de mentiras son
responsables de convertirse en un
público altamente desinformado y sumamente quejoso. Además de confundido,
porque dirigen sus lamentos exclusivamente a La Presidenta, desde el bache que
adorna la esquina hasta el ladrón que les robó la cartera, pasando por las
altas temperaturas que ya están mitigando el buen juicio. No es que Cristina no tenga responsabilidad sobre parte de las cosas
que ocurren, pero el jurado de los caceroleros ya la ha encontrado culpable.
Al igual que el Jefe de
Gobierno porteño, Mauricio Macri, que aprovechó los inconvenientes eléctricos para
disparar un dardo a su odiado kirchnerismo y, de paso, facilitar un negocio para algunos de sus amigos. El proyecto de ley
que obligaría a cada edificio de más de seis pisos a tener generadores para el
funcionamiento de bombas y ascensores no sólo es una muestra más de su don de
la oportunidad, sino de la inexistencia de conocimientos técnicos, a pesar de
que es ingeniero. El ruido y la
combustión del motor haría más insoportable la falta de energía y el
almacenamiento de los bidones de nafta necesarios convertirían cada edificio en
un potencial peligro. Además, apenas solucionaría una parte del problema y
a un costo altísimo. Pero lo importante del absurdo episodio es que apareció en
medio de la crisis como el salvador ante
el descalabro provocado por el
Gobierno Nacional.
Comparar la situación energética actual con la
de fines de los ochenta es jugar con la desmemoria. En aquellos tiempos, para impulsar
el ahorro energético no recomendaban la temperatura del acondicionador, sino
que reducían el horario de los canales
de TV, que transmitían desde las 17
hasta la medianoche. También se restringía la iluminación de la vía
pública, vidrieras y marquesinas; los bancos cerraban a las 13 y la
administración pública tomaba asueto viernes y lunes; los cortes programados
eran de tres horas diarias o más y nuestra vida se ordenaba a partir de eso; trenes y subterráneos funcionaban todos los
días con horarios de fin de semana. Y los aparatos domésticos de esos días
se reducían al televisor, la videocasetera, ventiladores y no mucho más; algún
privilegiado podría tener aire acondicionado y las computadoras hogareñas
comenzaban a aparecer con timidez. La
producción energética no sólo era insuficiente por inacción del Estado,
sino también por la sequía, que convertía a las represas en pequeños
charquitos.
Más
Estado a la vista
El Gobierno Nacional está
lidiando con una mochila demasiado pesada: prestadoras de servicios con mañas
noventosas, que quieren recaudar sin invertir, acostumbradas a un Estado dócil que autorizaba incrementos tarifarios
con la única excusa de la avidez. El kirchnerismo ha dado muestras de mucha
paciencia pero, cuando se agota, las medidas han sido contundentes. Aguas,
Correo, Aerolíneas Argentinas, YPF y las AFJP son muestras de ese hartazgo y
los cambios han sido más que beneficiosos. “Esta
situación no tiene que ver con lo ocurrido en la década del ’80 –explicó el
ministro de Planificación, Julio De Vido- sino
con la preservación y reparación de la
infraestructura del sistema de distribución eléctrica en los menores plazos”.
En estos años se han sumado más
de 10 mil megavatios en el suministro y transporte de energía pero “el problema
son los cables de media y alta tensión, donde las empresas privadas tienen que invertir, así como en estaciones y
subestaciones transformadoras para atomizar el riesgo", aclaró el Jefe de
Gabinete Jorge Capitanich. Y después vino la advertencia casi con forma de
decisión tomada: “ante nuevos incumplimientos en el contrato de concesión, el Estado
Nacional está dispuesto a prestar el servicio en forma directa”. Quizá estemos ante un nuevo paradigma:
son los privados los que están forzando una estatización; casi la están suplicando, como si el nuevo negocio fuera la
expropiación.
Y no sólo en las empresas de servicios, sino en
otros ámbitos de la economía. Esta semana se conocieron las maniobras de las
grandes formadoras de precios para gambetear los acuerdos de precios. Llamamos maniobras a lo que en realidad,
son estafas. Habría que controlar qué tiene de plus un paquete de yerba para que justifique duplicar su precio. O
los aditamentos que fortifican un yogur o la leche para engrosar su costo. Una paradoja: los privados que detestan la
intervención estatal actúan como si la exigieran. Después, que no se
quejen. No se los puede dejar solos porque apelan a sus más viles trampas para
birlar billetes. Entonces, se hace imprescindible reforzar los controles sobre
estos angurrientos que malogran nuestra vida cotidiana. Y reducir su tamaño,
porque ya estamos hartos de estos grandotes que simulan competir cuando en realidad sólo se reparten el mercado.
Una primera medida para evitar
que nos sigan robando es impedir que los
productos que pueblan nuestras alacenas se disfracen de medicamentos. Esa
estrategia de marketing que comenzó en los noventa y que recrudece cada vez
más, habría que desterrarla. Si alguien necesita vitaminas, hierro, aumentar
las defensas, bajar el colesterol, incrementar la energía y todas las mentiras
que nos venden desde las góndolas, que vaya a un médico y no a un supermercado.
Los remedios
que las grandes empresas nos ofrecen están enfermando nuestra economía.
Restringir las opciones facilitaría cualquier control.
Otra posibilidad de regular la
producción y distribución de alimentos sería desmonopolizar el sistema. La diversidad de marcas y mercancías que
ofrece una misma empresa la convierte en un pulpo que extiende sus tentáculos
para absorber lo más posible. Otra medida puede ser la regionalización de
la influencia de las marcas. Si, por ejemplo, un compañía tiene su planta
productora en la provincia de Buenos Aires, que su alcance abarque sólo la
región central. Para distribuir sus mercancías
en otra región, deberá instalar una planta productora en ese territorio.
Así, no sólo se incrementará la oferta laboral sino que se ahorrará en
transporte. Además, facilitará el ingreso de nuevos actores algo más pequeños.
Pero el problema también está
en las bocas de expendio. Las grandes
cadenas de supermercados obtienen ganancias cercanas al 100 por ciento y en las
ofertas que promocionan hay tantas trampas como en las variantes en los
productos. Para revertir esta situación no sólo son necesarios los
controles, sino un cambio cultural profundo para valorizar los negocios de
proximidad. Y fomentar los mercados comunitarios, administrados por los Estados para forzar los precios a la baja.
Algunos podrán decir que estas propuestas pueden vulnerar la libertad de
mercado. Sí ¿y qué? Aunque esa expresión contenga la palabra ‘libertad’ no hace referencia a ningún derecho, sino a
una mirada ideológica de la economía, ese discurso único que ya hace aguas
en la economía mundial y que ha traído dramáticas consecuencias para los
pueblos. El fin del capitalismo salvaje está próximo y sería saludable no prolongar su agonía. En este caso, la
eutanasia sería más que bienvenida.
Me resulta por lo menos curioso que, en esta época de mayor consumo eléctrico y lo "horrorizados" que se muestran algunos; no haya visto ni oído nada respecto a un posible ahorro, que es el enorme despliegue de luces, lucecitas y estupideces eléctricas "fiesteras", mientras se hace recaer "culpas" sobre los aire acondicionados.... o sea, el confort "culpable", el derroche publicitario y marketinero nada, no se siente, se ve pero no existe y no consume nada.
ResponderBorrarMás curioso me resulta que no haya una acción oficial por ahí, que se deje mantener esa prioridad comercial, indiferente al padecer humano, al padecer de los clientes de 2da. (para la lógica empresaria).
Muy bueno Gustavo. Claro.Una historia energética realista. Sin embargo, ante la posibilidad de tener con la represas del sur, 1500 megvatios mas para dejar de importar por 1000 millones anuales, aun frente a semejante compromiso tecnológico que tan pocos pueden asumir, Electroingeniería es acusada de empresa K. Una empresa con 20 sucursales internacionales en este momento, con presencia en 6 países antes de los K, : ¿es K?. Se sentencia: Los chinos no financiarán las represas. Tiene que salir Kicillof, De Vido, a gastar energía (energía de la otra, esa que deja exaustos a los que la deben gastar, la mitad de cada uno de sus días, para revertir los trascendidos dañinos y contraproducentes a cualquier intento.
ResponderBorrarLa verdad que es agotador contrarrestar los dicterios, mentiras y calumnias de todos los días, sobre todo cuando hay tanto zoquete que insiste en creer en todo eso. Como si no advirtieran que están mucho mejor no que hace doce años atrás, sino cinco. Si el titular dice que es un día de mierda, lo creerán aunque sea un día magnífico. Muy duro seguir lidiando con tanto desprecio y prejuicio. Pero hay que seguir adelante y consolidar este proyecto para no descender a los abismos. Tenemos un trabajo difícil por delante. Fuerza y que lo pases bien en estas fiestas. Abrazo enorme
Borrar