No
merece mucho espacio la conmovedora actuación de la diputada Elisa Carrió, aunque haya sido la más aplaudida.
Dejando a un lado todos los calificativos que inspira su figura pública, llama
la atención el nuevo significado que aporta a su carrera. En realidad, no es
tan nuevo, pero su histrionismo en continuo perfeccionamiento lo hace parecer
así. En los estudios de TN, ante dos interlocutores que no sabían cómo conducir
la entrevista, Carrió volvió a hacer lo mismo que ha hecho siempre, pero con un dejo de desesperación parecido a la
impotencia: afirmó -aunque no haga falta- que no es política y se mostró
como una pieza fundamental para un sacrificio
patriótico. Ante un abismo que sólo
ella presiente, se inmoló en su templo
favorito para salvar a la República y declaró su profundo amor a los
argentinos, “incluidos los kirchneristas”,
que siempre aparecen en su discurso como si fueran invasores. En realidad, no es el único exponente de la oposición
que considera así a más de un tercio del electorado: los K son bestias salvajes dispuestas a arrasar con los bienes del país.
Con
este mantra que orienta sus intervenciones, los que tratan de heredar la banda
presidencial arremeten contra cada iniciativa oficial, sin importar agachadas
ni contradicciones. Mientras buscan
conformar las más excéntricas alianzas, recitan sandeces con forma de
argumentos para despertar el beneplácito del establishment. Siempre tienen
que estar en contra, porque si no, no vale. No importa el tema, ni sus motivos
y sus posibles beneficios. Todo lo hecho y por hacer por el Gobierno está
absolutamente mal, aunque si
estuviéramos como ellos dicen, se haría evidente a nuestro alrededor. Y
encima, lo que ellos sugieren como salida es lo mismo que nos llevó a la ruina
a principios de siglo.
Socialistas que ponderan la libertad de
mercado y conservadores que proponen cambiar todo, como si fueran
revolucionarios.
Mientras elogian la AUH, el incremento de las jubilaciones y otras medidas de
inclusión, embisten como toros enfurecidos contra toda carga impositiva, que desfinanciaría esas herramientas.
Mientras se lamentan por la falta de inversiones, aplauden a los que evaden,
fugan y lavan. Mientras revolean porcentuales inflacionarios, desdeñan cualquier
acuerdo de precios y despotrican contra la mínima iniciativa de control en el
mercado. Que el Estado ponga plata o
conceda exenciones impositivas está bien, pero nada de vigilar lo que se hace
con esas sumas.
Durante
esta semana, los medios opositores propusieron como tema de agenda el
incremento de la desocupación, con una alarma innecesaria. Pero ya sabemos cómo
es la estrategia: cinco despedidos se
multiplican al infinito con la repetición del título a lo largo del día desde
todas sus propaladoras de estiércol. Ante estas advertencias sobre la insignificancia, se produce en algunos
sectores el efecto contagio: si está de
moda despedir, habrá que sumarse a esa nueva
ola. Y si no se despiden
trabajadores, se suspenden, total, con las estrategias comunicacionales
desplegadas se transformarán, para el público, en el más temible número que
indica una crisis.
Si
La Presidenta denuncia penalmente a la multinacional Donnelly por quiebra
fraudulenta y repentina, inmediatamente salen a esgrimir las más descabelladas
inconsistencias. Para ellos, un empresario
tiene derecho a hacer cualquier cosa, de acuerdo al ideario que sostienen.
Un privado puede evadir, especular,
contrabandear, desabastecer, estafar sin que el Estado deba hacer nada para
detenerlo. Eso es la libertad de
mercado, presentada no como una mirada ideológica sobre la economía sino como
un derecho constitucional. Claro, para ellos inseguridad es sólo que un
motochorro robe un bolso y no que una empresa cierre sin motivos y deje en la
calle a 400 trabajadores. Para ellos, inseguridad
son las salideras, entraderas, mediaderas y demás innovaciones delictivas y no la angurria
despiadada que se manifiesta en los precios.
La
libertad de mercado ingresó plenamente a nuestro país con el golpe de 1976 y pronto
se transformó en libertinaje. En
realidad, para eso se produjo la interrupción institucional, no para salvarnos, sino para someternos a
la avaricia de los personeros del Poder Económico. A medida que se
incrementaba la deuda externa, se multiplicaban las fortunas. Quien tenía siete
empresas, terminó con 40. Y las pagamos
entre todos. Las estamos pagando todos. Con el retorno a la democracia, no
se conformaron con el saqueo realizado y presionaron al gobierno de Alfonsín
para que desista de aplicar cualquier modelo que lime sus privilegios. Impacientes, derrocaron al gobierno a
fuerza de especulación porque su mejor emisario estaba precalentando. El
Infame Riojano les facilitó todo y con la continuidad de De la Rúa, nos
hundieron como nunca. ¿Y todavía tienen
cara para reflotar esas nefastas ideas? ¿Cómo puede ser que algunos
argentinos que nunca se verán beneficiados con estas ideas las tomen como
propias?
La
respuesta a esta pregunta la dio Carrió. Después de explicar su desplante y
embestir contra los gatos, aportó un
elemento para el desconcierto, para
sembrar confusión al reducido número de individuos que la votan, cada vez
más cercados geográficamente. El caótico
escenario que estamos padeciendo tiene como única salida el abandono de toda
posición ideológica. Claro, cuando el
agua nos llega al cuello, no importa el color del salvavidas. Este es el
lema que subyace en todos los que intentan derrotar al kirchnerismo en las próximas
presidenciales. Claro que, para subirse
a cualquiera de esas balsas es necesario creer que hemos naufragado. Pero,
como nada de eso ha ocurrido, sigamos navegando en este velero que ya ha
demostrado muchas veces la solidez de su madera y del rumbo que ha emprendido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario