Un paro de minorías siempre está condenado a tener
poca adhesión, por más amenazas y piquetes que desplieguen sus organizadores.
Más aún cuando recibe el apoyo de sectores nefastos de la sociedad, como
los medios hegemónicos, las patronales agropecuarias y los operadores de los
fondos buitre. Si la intención fue regalar una gran noticia al ex Gran Diario
ya no tan argentino en su aniversario, sólo pudieron ofrecer un simulacro en
miniatura. Un anticipo más del fracaso que se viene: mientras más se
confabulen con esos intereses destructivos, más solos quedarán. Porque a
pesar de esta débil medida de fuerza, las especulaciones con el dólar ilegal,
el denuncismo mediático que apela a mentiras y demás intentos de horadar la
legitimidad del Gobierno Nacional, nuestro país sigue funcionando mejor que
en las últimas décadas, cuando el neoliberalismo gobernaba a los
gobernantes.
Mientras Argentina está a punto de convertirse en
el octavo país con capacidad para fabricar satélites, un matutino revolea
cifras sobre la destrucción de empleos. Unas horas después de aprobarse la
nueva ley de Moratoria Previsional, piquetes y sabotajes tratan de fabricar
primicias para las usinas de estiércol. A la par que algunos tratan de
protegernos de los buitres, otros regalan argumentos para facilitar sus
embestidas.
El segundo paro general del año parece evidenciar la
disminución de la capacidad de daño del sindicalismo opositor, más
preocupado por decorar un escenario que por representar a los trabajadores. En
lugar de señalar esta anomalía, la respuesta del oficialismo sólo se basó en
calificarlo de ‘político’, como si fuera una palabrota. Justo el
kirchnerismo, que ha convertido en bandera la recuperación de la política en
toda su magnitud. Toda acción ciudadana debe ser interpretada como política,
aunque apunte a fines individualistas. Utilizar ‘político’ como una descalificación
es abrazarse a los dicterios de los agoreros, que intentan retornar a la
despolitización de los noventa. Para el próximo, deberán buscar mejores
argumentos, aunque no haga tanta falta para precipitar la decadencia de esos
exponentes de un sindicalismo perimido.
En lugar de calificar de político a este paro,
podrían haber dicho que era extorsivo, inoportuno y mal direccionado.
Una huelga de estas características debe tener un fundamento razonable para su
convocatoria: debe ser para conquistar derechos, no para exigir privilegios.
Esto lo convierte en extorsivo. En medio de la defensa de la soberanía, en
plena discusión por el cambio de jurisdicción para pagar a los bonistas, estos
dirigentes inventan un conflicto para esbozar una división nacional. Por
eso es inoportuno. Y si el problema es la inflación, lo mejor es presionar a
los formadores de precios para que actúen con responsabilidad y dejen de
saquear nuestros bolsillos. Por eso estuvo mal direccionado. Eso sí, lo de
la inseguridad es una sorpresa. Que los trabajadores se abracen a esta
demanda más parece responder a la agenda mediática que a las
experiencias cotidianas.
Entonces, ¿a quién representan los organizadores
de este festival con intenciones destituyentes? Uno está aliado con los
estancieros para explotar trabajadores, otro es un ex camionero que ahora conduce un club de fútbol
y el tercero, un gastronómico que jamás ha pisado una cocina ni para preparar café. Por eso, este
paro necesitó de la mano que la izquierda tendió a la derecha. Y en esto se
basó la incidencia: en el corte de los accesos a las principales ciudades y
algunos inocentes sabotajes. Todo para las cámaras, por supuesto, con
maquillaje y vestuario incluido.
La
tapa que se tapa
La previa del paro y sus posteriores análisis,
desplazó de las páginas principales algunos hechos que merecen ser destacados.
Claro, cuando la intención es desmoralizar, no hay lugar para las buenas
nuevas. Axel Kicillof lo expresó con claridad, en su ponencia en el cierre
del Concejo de las Américas: “en economía
muchas veces sucede la profecía autocumplida: si a todos nos convencen de
que las cosas van a ir mal, nadie consume ni invierte. Es decir que si
todos piensan que todo va mal, probablemente todo vaya mal, aunque no haya
razones de fondo que expliquen esa situación. Ese es el daño que generan
las permanentes usinas del mal humor y del pesimismo”.
Nada de lo que difunden sobre nuestro aislamiento
del mundo parece ser cierto. YPF, nuestra petrolera de bandera, además de descubrir
nuevos yacimientos, despierta más interés de inversores extranjeros. La
empresa Petronas, de Malasia, destinará –en una primera etapa- 550 millones de
dólares para desarrollar hidrocarburos no convencionales y 1000 millones más en
cinco años. Tampoco es cierto que las inversiones se hayan detenido. En
lo que va de este año, nuestro país ha recibido más de 48 mil
millones de dólares, lo que mantiene el promedio del 20,5 por ciento del
PBI desde 2005. En pleno conflicto con los buitres, julio registró un desembolso
por 7591 millones de dólares. Como siempre, los que reclaman inversiones del
exterior son los ricachones locales que guardan sus fortunas en bancos
extranjeros. Sin dudas, quieren plata fresca para succionar y fugar a
cuentas paradisíacas.
Y para demostrar que el aislamiento que cacarean es
una más de sus falacias, la Asociación Internacional de Mercados de Capitales anunció
un nuevo estándar de la cláusula pari passu, para evitar disputas como las
que protagoniza nuestro país con los fondos buitre. Desde Zurich, esta
asociación con miembros en 52 países comunicó que “la interpretación dada a la cláusula pari passu en el litigio de
Argentina ha causado incertidumbre considerable para futuras reestructuraciones
de deuda”.
Mientras desde Suiza nos tienden una mano, los
perdedores de la política intentan provocar terremotos. Claro, como saben
que no tienen la capacidad para construir nada, sólo atinan a destruir los
logros colectivos. En el nuevo país que transitamos, personajes así parecen
piezas de un museo del horror. Y no sólo éstos, sino aquellos que prometen lo
peor de nuestro pasado como el mejor de los futuros. A ésos, además de
archivarlos, hay que evitarlos.
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