La
semana pasada estuvo teñida por la
hipocresía en defensa de la ancianidad por parte de aquellos que se
apropiaron de los fondos de los jubilados para realizar suculentos negocios con las AFJP. Ellos, que celebraron la
reducción de jubilaciones y pensiones en un 13 por ciento, ahora pretenden convertir en joven dinámico a un
nonagenario que insiste en permanecer en un cargo de vital importancia. Ellos,
que fueron cómplices y beneficiarios de la dictadura, ahora denuncian torturas.
Ellos, que trataron de desacreditar a Cristina en cada una de sus células,
salen en defensa de Carlos Fayt ante los cuestionamientos oficiales sobre su
salud. Sólo falta que traten de reeditar
el éxito de la marcha de los paraguas con una manifestación ciudadana a favor
del casi centenario Supremo. Como antesala de esto, se difundió un mensaje de
tres minutos grabado por el ministro como si fuera un patético certificado de
supervivencia; como si su capacidad
de hablar fuese suficiente para
demostrar su aptitud para el lugar que ocupa, cuando, en realidad, parece
convertirlo en un fenómeno de feria.
Una
nueva operación que trata de ocultar el
fracaso de Lodenisman, que ya está cercano. En menos de una semana, los
peritos médicos y criminalistas dictaminarán la muerte del fiscal como
suicidio, aunque cabe esperar algunos pataleos
del equipo de Sandra Arroyo Salgado. Un final predecible que se estirará
unos meses más gracias a los vericuetos judiciales, que siempre están dispuestos a generar títulos periodísticos.
Y se agrega un detalle: de acuerdo a sus colaboradores de la fiscalía, la
presentación de la denuncia de Nisman contra La Presidenta estaba planeada para octubre, en pleno proceso electoral. Los
cambios en la Secretaría de Inteligencia a mediados de diciembre aceleraron el
sainete, lo que dio tiempo al oficialismo para desarticularlo. La muerte del
fiscal, que en principio resultó funcional a la oposición, ahora sólo muestra con crudeza el final de un personaje corrupto y
oscuro.
Como
ya no les queda héroe ni mártir, ahora necesitan a Fayt, una nueva víctima de Cristina.
Tan perverso es el accionar de las corporaciones, que puede sospecharse que la
acordada de la Corte para reelegir a Lorenzetti como presidente fue tan desprolija a adrede. El
establishment requiere groserías para confundir a la ciudadanía porque no tiene argumentos para la restauración
neoliberal. Una provocación para incorporar este tema en la campaña, para
exponer el inexistente autoritarismo del Gobierno Nacional, para poder escribir iluminados editoriales en defensa de la Justicia Republicana,
ese nocivo sistema que resguarda los privilegios de una minoría que se cree
dueña del país.
Desterrar la mentira
Desde
hace un tiempo, el afán manipulador de
los medios hegemónicos se ha convertido en desesperación. En el libro “Mentime que me gusta”, Víctor Hugo
Morales hace un recorrido por las más recientes fábulas salidas de las
propaladoras de estiércol, algo similar a lo realizado por el periodista
Pascual Serrano en “Desinformación”. El
comunicador español debe realizar una
ardua tarea para desarticular las falacias de los medios internacionales,
que son un poco más sutiles para confundir a su público. En cambio, el esfuerzo
deconstructivo de Víctor Hugo no necesita ser tan descomunal, no porque no le
dé el talento, sino por la obscenidad de
los medios locales. Claro, el oriental
aclara que para creer en esas mentiras hace falta una férrea voluntad por parte de los lectores. Más que voluntad, un
cúmulo de prejuicios y, por sobre todas las cosas, un profundo desprecio por la representación de la mayoría.
Desprecio
por la información, también. Y por la coherencia, además. Después de miles de
diatribas hacia el impuesto a las ganancias, simulando defender el bolsillo de los trabajadores, ahora que hubo
una quita considerable de la contribución, buscan la vuelta para convertir la
novedad en mala noticia. De locos: el
pobre lector cautivo debe tener un huracán en su cerebro, con tantas idas y
venidas. Encima, los afectados por esta tasa apenas supera el diez por ciento
de los asalariados por lo que, como
siempre, operan a favor de la minoría.
Sin
dudas, tenemos por delante varias tareas pendientes. Además de adecentar
nuestro sistema judicial, también es imprescindible establecer mecanismos para que los medios de comunicación se conviertan
en un servicio a la sociedad y no que sean mensajeros del Poder Fáctico. De
ninguna manera debe entenderse esto como un control sobre los periodistas, sino como una forma de erradicar las
mentiras, manipulaciones y fabulaciones de todos los días. Tampoco como un
atropello a la libertad de expresión. La información también es un derecho,
además de un deber y el público merece
veracidad y precisión en los análisis que se difunden.
O
al menos, estar advertidos de que lo que uno lee y escucha es la fantasía desesperada de los que necesitan
imponer una mirada única del mundo; una expresión de deseos de los que nos
quieren perjudicar; una serie de órdenes de algunos personajes anónimos que ahora empiezan a recuperar su oscuro nombre.
Y además, considerar que la independencia
y objetividad de la que muchos se ufanan no es más que una máscara para ocultar un recetario que nos ha enfermado en décadas
pasadas. Un tratamiento para curar una enfermedad que no existe y que puede
provocar dolencias ya experimentadas. Una terapia que se disfraza de periodismo crítico para embaucar a un público que no encuentra un representante de sus
intereses y que, de tan confundido, ya ni sabe cuáles son.
A.del Valle dice: ¿En este caso sería una especie de Cid Campeador? Una gloria del pasado que se manda al frente atada a su montura. Buen final.
ResponderBorrarUna especie de estatua viviente es lo que están defendiendo. Gracias
BorrarExcelente análisis Gustavo. Siempre te leo desde Café de por medio. Impecable (y gratísima sorpresa al saberte hoy profesor de mi hijo. Gracias por ayudarlos a pensar y re pensar el mundo)
ResponderBorrar¿Soy profe de tu hijo? ¿Dónde?
ResponderBorrarEn el Complejo Gurruchaga. Primer año. Taller de Periodismo, y le estás llenando de pajaritos la cabeza.
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