Desde
la asunción de Néstor Kirchner, cada
fecha patria se convierte en una fiesta popular. Mucha calle, música,
euforia y alegría. Mucho “populismo”, mascullarán los agoreros desde un rincón
y no es para menos, si Ellos aborrecen la felicidad de los pueblos. Populismo y demagogia, dictaminan apenas
ven una sonrisa, porque sienten que con
ella sus privilegios disminuyen. Mientras millones poblaron las calles para
escuchar uno de los últimos discursos de Cristina como presidenta, unos pocos
desesperan. Y tanto, que emergen de las
sombras para marcar las pautas del futuro, que no es más que dejarles hacer
lo que hacen desde hace años: practicar
el vampirismo con nuestros recursos para aspirar al primer premio a la
acumulación.
En
nuestra memoria no podríamos encontrar festejos como éstos. Los que superamos
el medio siglo sólo recordamos la solemnidad de los desfiles militares, más como demostración de fuerza que de
alegría por tener una patria en construcción. Los soldados marchaban ante
los asistentes más como fuerzas de
ocupación que de liberación. Con la vuelta a la democracia, los desfiles
perdieron su lugar, como es lógico suponer. Al principio, hubo intentos por
reciclarlos pero no con mucho éxito. Después, el Infame Riojano aportó su granito de arena para hacernos olvidar de
cualquier sentimiento patrio. Y tanta arena aportó que casi terminamos
hundidos. El nuevo siglo nos encontró tan des-patriados
que De la Rúa conmemoraba estas fechas
en la soledad de su despacho, rodeado de algunos extras.
Por
supuesto, estas fiestas callejeras tienen sentido cuando hay algo para
festejar. Si la realidad fuera tan desastrosa como la cuentan los medios
dominantes, ni con sobornos se lograría
este clima. Ahí está la diferencia con la demagogia: el demagogo organiza estos acontecimientos para ocultar el dolor del
pueblo al que oprime. La demagogia de Videla gritando los goles del Mundial
’78 o de Galtieri en el balcón, anunciando la ocupación de Malvinas. Menem
prometiendo la “Revolución productiva y
el salariazo”, los vuelos por la estratósfera o su famoso “estamos mal, pero vamos bien”. Eso es
populismo. Cuando la mayoría padece el
despojo, cualquier fiesta es simulacro. Hoy, por supuesto, no hay nada de
eso porque el bienestar creciente es de todos los días y el encuentro con el otro es como un grito colectivo por el triunfo de
haber conquistado tantos derechos.
No hay marcha atrás
Sin
dudas, éste es un año crucial. Las elecciones presidenciales de octubre están
presentes todos los días. Números que
tratan de desalentarnos, deseos que se entretejen, alimañas que nos acechan.
Mentiras que nos angustian y definiciones que nos inspiran. El cambio o la
continuidad como sendero que se bifurca: por un tramo se vuelve al peor pasado;
por el otro, se marcha hacia el mejor futuro. Dos píldoras: el veneno o las
vitaminas. Dos banderas: la de remate o
la celeste y blanca. Dos países: el sometido a la angurria de unos pocos o
el independiente al servicio de todos. No es difícil elegir por cuál camino
continuar; sólo basta poner nombre a las
opciones.
Mientras la mayoría estaba de fiesta
con nuestra fecha fundante, el
Foro de Convergencia Empresarial, que nuclea a los principales grupos
económicos que operan en nuestro país, anunció
sus deseos de restauración neoliberal. Si antes imponían su avidez desde
las sombras, ahora necesitan dar la cara
para suplicar el triunfo de sus voceros políticos. Como han dejado de ser
invisibles, su poder ya no es imbatible. En noviembre de 2013 conformaron este
foro como un ámbito de diálogo, aunque, en verdad, es una usina de imposiciones.
Como
si explotaran nuestra amnesia, en diez páginas sintetizaron el mejor programa de gobierno en su
exclusivo beneficio. No el de la Patria, por supuesto, sino en el propio.
Como siempre, el problema es el Estado, no sólo su tamaño sino también su rol: pequeño, débil y obediente, que garantice
la saturación de sus arcas. En su documento lo explicitan, como hace años
lo anunció Martínez de Hoz y en los noventa Cavallo: "le
cabe al Estado establecer reglas de juego claras y hacer cumplir las leyes,
pero más allá de este marco, su
injerencia en el ámbito propio de la actividad privada, interviniendo
arbitrariamente en la toma de decisiones empresarias lesiona gravemente la
economía y obstaculiza el desarrollo económico y social".
Caraduras. Con todas las letras. Como si Ellos no tuvieran nada que ver con
nuestros fracasos, nuestras crisis y nuestras deudas. Como si Ellos no se
hubieran enriquecido con nuestros muertos cuando las FFAA estaban a su
servicio. Hipócritas, como si no fueran
los artífices del vaciamiento y la entrega de décadas anteriores. Cínicos,
porque no ven la hora de volver a hincarnos los colmillos, aunque en estos años
han ganado como nunca. Terroríficos, porque prefieren hacer fortuna a fuerza de impartir miseria en lugar de
reinvertir lo que ganan en la producción y redistribución del ingreso.
Suicidas, porque si no fuera por la intervención del Estado, el consumo no
existiría.
Ellos reclaman libertad para hacer lo que quieran.
Sin embargo, ya lo están haciendo. Las
cuentas no declaradas en Suiza son una muestra de esa nociva libertad porque son producto de la más brutal evasión. Y hay más: con esa reclamada libertad,
nos están estafando desde hace años con
los precios. El Sindicato de Empleados de Comercio de Rosario realizó un
relevamiento en las principales cadenas de supermercado y detectó remarcaciones inconcebibles, merecedoras de durísimas
sanciones, sino la clausura. Mientras en EEUU y otros paraísos liberales la
tasa promedio es del 8 por ciento, el estudio descubrió una tasa de ganancia de hasta el 240 por ciento entre el precio de
costo y el de venta.
Una vez más, queda demostrado su descontrol, que la sociedad no necesita más libertad de
mercado, sino todo lo contrario. Que
cuando ellos están muy libres, a nosotros nos toca la opresión. No, ya no
nos engañan más. Los miles que poblaron la Plaza desde distintos puntos del
país no quieren volver a ese pasado nefasto. El futuro que soñamos no es el del libertinaje especulativo de unos
pocos. Ese país ha quedado muy atrás y sólo unos pocos quieren convertirlo
en realidad. Nosotros, los muchos, queremos
un país verdaderamente libre y en él, esas sanguijuelas no tienen lugar.
"Populismo" la palabran que usan los neoliberales para despretigiaiar este al gobierno. El gobierno , el kirchnerismo es popular, nacional y popular. No queremos la libertad de mercado ni soluciones fáciles de los economistas liberales, ya la conocimos. Un abrazo Gustavo!.
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