El Día del Trabajador nos encontró, una vez más,
distintos. Algunos descansaron, pocos
trabajaron, otros marcharon y muchos viajaron. Las protestas de antaño
quedaron para un manojo de nostálgicos que sólo encuentran su razón de ser en el mero estar en contra. Por
supuesto, no estamos en el paraíso –si es que eso existe- pero estamos mejor
que nunca. Y a diferencia de una de las célebres frases del Infame Riojano, “estamos mal pero vamos bien”, ahora podemos afirmar: “estamos
bien, vamos muy bien y estaremos mucho mejor”. Para confirmar esta idea, no hace falta recurrir a engorrosos
procedimientos científicos ni cálculos infinitesimales. Con un poco de memoria
y corazón basta y sobra. En algunos casos, la
dosis de cada uno de estos ingredientes deberá incrementarse, sin límites
ni contraindicaciones, pues no hay temor a sobredosis ni consecuencias
insalubres. Pero con estos dos componentes de nuestro cuerpo alcanza para
comprender la tensión política de estos
momentos y tomar partido por el bando
más conveniente para todos. O para la mayoría, cuanto mucho, porque el
otro, el que debería ser minoritario, promete
un viaje expreso al peor pasado, al no tan lejano de principios de siglo.
Esa minoría está muy bien representada por el
Alcalde porteño y pre candidato a presidente, Mauricio Macri. La voz del
establishment, sin dudas. El Poder
Económico encarnado en una persona. Los intereses más despiadados y las
intenciones más nefastas confluyen en el Ingeniero que quiere habitar la Rosada
y pretende poner el país al servicio de unos pocos. Estas no son premoniciones
ni lecturas mentales realizadas a distancia. Macri lo confirma con todos los días de su gestión en la Capital del
país y con parte de lo que dice. Sólo una parte porque el resto no es más
que el recitado de frases elaboradas desde las marketineras cuevas del
pensamiento PRO. Esas frases que encantan porque son fáciles de comprender, con lugares tan comunes que casi nadie
podría disentir. Y esto adornado con globos, música, baile y gente muy buena, que exhibe una estrambótica
coreografía desacoplada. Populismo,
demagogia y cinismo.
Cuando se escapa del libreto de frases de posters, aparece el verdadero Macri, el siniestro;
el que deja aflorar sus perniciosas intenciones, que coinciden con las de los integrantes del Círculo Rojo; el que
promete un futuro oscuro para la mayoría. No
sólo él, sino casi todos los integrantes de ese selecto club. Con sólo
escuchar las excusas que han dado para esquivar la responsabilidad por la
muerte de Orlando y Rodrigo en el incendio de la textil clandestina sobra para preguntarse cómo han llegado a
ocupar ese lugar. Y para avergonzar a sus votantes o al menos a los que no
se enorgullecen por compartir esas ideas. Porque una agrupación así, sólo puede
captar, como máximo, a un 20 por ciento
del electorado, por coincidencia de ideas e intereses. Que rasguñe la mitad
de las voluntades en la capital del país y en la provincia de Santa Fe
desconcierta a muchos analistas.
El laberinto del terror
Lo que fluye de la limitada verba de Macri cuando
improvisa es la sinceridad de su pensamiento, como un libro abierto de la
doctrina que sigue: un catálogo de
neoliberalismo crudo que se niega como ideología y se disfraza de sentido común.
Si no, ¿cómo interpretar sus declaraciones respecto a la tragedia de la calle Páez? El
Jefe de Gobierno porteño sostuvo que éste “es
un tema muy traumático” pero “ante la falta de trabajo y en muchos casos
combinado con la inmigración ilegal, hay gente que abusa y le da trabajo en
condiciones inhumanas sin respetar las leyes locales y en forma clandestina”. Por
si el lector no pudo comprender la metáfora,
la responsabilidad por el incendio es del Gobierno Nacional y no de su equipo, que no ha atendido la denuncia presentada por La Alameda en
septiembre del año pasado. Tampoco de los empresarios inescrupulosos que sólo aprovechan la coyuntura para
llenar un poco más el chanchito.
Pero además de esquivar las culpas, justifica su desaprensión y sienta un precedente
normativo: “en la desesperación la gente se agarra de estos trabajos y encima se enoja con uno cuando va y los
clausura". Como esta máxima puede resultar increíble, o cuanto
mucho incomprensible, aporta un ejemplo para su antología de fábulas: "es una situación de tipo que uno dice
la gente 'no puede trabajar en estas condiciones' y la gente te contesta: '¿Usted qué se mete? Si yo quiero trabajar así,
déjeme'. Pero no se puede trabajar así". El Estado que fundamenta
su ausencia porque la gente se niega
a cumplir la ley, que suplica a la
víctima de la trata de personas que no se deje explotar. El Estado que no
intenta siquiera enojarse con los explotadores porque son sus amigos, aliados
incondicionales. A ellos ni les suplica;
sólo los deja hacer.
Este tipo de emprendimientos ha crecido mucho en los
últimos años. Empresas que tercerizan la confección de las prendas y tienen
como clientes a las grandes marcas. El trabajador que la cosió, además de vivir en una situación cercana a
la servidumbre y con su libertad cercenada, cobra entre tres y cinco pesos;
pero jamás advierte que el fruto de su labor llega a la vidriera de los shoppings a 1000 pesos porque no tiene
permitido pasear por esos lugares. Según La Alameda, unas 130 marcas de ropa de confección se benefician con estos brutales
métodos de producción. Y el Jefe de Gobierno porteño y pre candidato a la
presidencia se enoja con esta situación, no
porque le conmuevan las víctimas sino porque vio la luz su complicidad.
Complicidad que se extenderá a los
ciudadanos que elijan para el futuro este modelo de desigualdad que, en otros tiempos tuvo otros colores pero ahora
está teñido del peor amarillo.
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