Fernando
De la Rúa quedará en la historia como el
autor de la mayor crisis que hemos padecido, el que se fugó en helicóptero,
el que ordenó una feroz represión sobre el pueblo saqueado y hambreado. Pero permanecerá tan impune como Carlos
Menem, el que inició el camino hacia el desastre. O tal vez más, porque el
Infame Riojano debe darse una vuelta por los tribunales cada tanto, aunque sea
a saludar. En cambio, la Corte Suprema de Justicia le blanqueó el prontuario a
De la Rúa, a pesar de las casi cuarenta
muertes que dejó a su paso. El Máximo Tribunal ha renunciado a ser nuestro para convertirse en la pieza principal conseguida por el establishment.
Por eso, los opositores bloquean toda posibilidad de incorporar un nuevo
miembro y los Supremos rechazaron la lista de jueces subrogantes aprobada en el
Congreso. Los enemigos de la Patria preservan esta Corte y quieren provocar la máxima tensión posible entre los poderes del Estado,
porque el caos siempre es funcional a
sus intereses.
El
extraño Súper Clásico en la Bombonera, ¿se encuadrará en esta lógica? ¿Todo
estuvo planeado en clave electoral o es una travesura
que se fue de las manos? ¿El incidente se reducirá al accionar de un loquito o pretende convertirse en una postal para
demostrar al mundo lo mal que estamos? Tal vez no sea producto de la
sociedad en su conjunto ni el accionar de un chiflado, sino un plan orquestado para exhibir un caos que
no existe. Al menos, le permitió al Jefe de Gobierno porteño brindar la profundidad de sus análisis sociológicos
e inspirar iluminados editoriales
hegemónicos. O viceversa porque, a esta altura de las cosas, resulta difícil saber quién inspira a quién.
Tal vez, las conclusiones estaban elaboradas antes de que se produzcan los
hechos.
Lavarse las manos es propio de
Mauricio Macri y echar culpas a otros, su principal deporte. "Todo esto que pasó es un símbolo de cómo
estamos –declaró- Por eso pienso, como muchos dijeron hoy,
que lo que pasó expresa la pérdida de valores que está sufriendo el país desde
hace años". Un lugar común que contiene una exasperante mediocridad. Como si los 40 millones fuéramos
capaces de hacer lo que un manojo de desubicados realizó en ese escenario con
millones de ojos expectantes: elaborar un líquido irritante para rociar sobre
los jugadores, soltar un dron provocador y bombardear con todo tipo de
proyectiles a los que estaban en el campo. Si
nuestra sociedad está representada por esa escoria desencajada, más nos
conviene abrir nuestras fronteras para que nos invada el mejor colonizador.
No, nuestra sociedad no es así ni lo ha sido nunca. Sólo los individuos intentan corromperla a
cada instante para conducirnos hacia los peores lugares. Quizá nunca
lleguemos a comprobar la responsabilidad del macrismo en esos vergonzosos
incidentes; lo indiscutible es que resulta
funcional a su ideario. Para que su plan de gobierno pueda instaurarse es
necesario convencer a los votantes de que estamos peor que nunca. Su solución será drástica y la mayoría
padecerá las consecuencias. Si alguien duda de estas palabras, nada mejor
que un paseo por el libro “La doctrina
del shock”, de la periodista canadiense Naomí Klein o por su versión
documental. Allí podrán comprobar cómo el
Poder Fáctico aprovecha crisis naturales o artificiales para sacar jugosas
ganancias al momento de la re-construcción.
¿La fruta o el carozo?
Mientras el caos atemorizante, la impunidad obscena
y la política farandulizada nutren el
lado oscuro de la vida, el camino de la mayoría sigue su rumbo hacia el país que necesitamos construir. En
tiempos electorales, los ciudadanos conscientes se aprestan a realizar análisis y balances para entrar al cuarto
oscuro con su voto definido; otros, un poco más distraídos, se pierden en
las nieblas de la cotidianeidad y se someten a los vaivenes de los caprichos
mediáticos. Los primeros, tratan de
comparar estos tiempos con algunos anteriores y no encuentran parecido en las
últimas décadas del siglo pasado; los segundos, depositan su memoria en un
lugar recóndito y se dejan llevar por un
presentismo riguroso. En el medio, están los menos, forzando los resultados
para recuperar el control, vistiendo sus
mejores galas para conducir al rebaño hacia la más peligrosa emboscada, desplegando sus peores mañas para turbar el
entendimiento.
El oficialismo, desde hace mucho tiempo, busca
instalar en la sociedad el debate político en serio, no como un revoleo de consignas sino como una contraposición de ideas.
La batalla cultural no es el título de
una gesta, sino un encuentro de modelos, o mejor de un modelo y un proyecto. De un lado, un modelo importado
diseñado en una oficina ubicada a miles de kilómetros, probado muchas veces y demostrada su toxicidad, con menos derechos
y más privilegios, con menos goteo y más inequidad, con menos encumbrados y más sumergidos. Del otro, un proyecto
construido en colectivo, en tránsito por un camino repleto de escollos, curva y
celadas, acechado por las más peligrosas
alimañas. Un proyecto que no tiene un recorrido prefijado, sino que es un rumbo que se traza sin perder de vista
el principal objetivo. Un modelo de minorías para minorías frente a un
proyecto de mayorías para mayorías.
Por supuesto, la
perfección del modelo no tiene en
cuenta las atrocidades que produce a su paso, que no son consecuencias
indeseables sino necesarias para alcanzar el objetivo: enriquecer a los más ricos a costa de empobrecer a los más pobres.
El proyecto, en cambio, no es perfecto porque interactúa con el día a día,
improvisa las soluciones cuando lo sobresalta un problema, estructura sus defensas cuando se está produciendo el ataque.
Concentrar para dominar, sería el modelo. Distribuir
para crecer, persigue el proyecto.
Y dentro del proyecto también hay diferencias,
encarnadas en Daniel Scioli y Florencio Randazzo. Dos versiones que necesitan también ser contrapuestas, evaluadas y superadas.
Si el gobernador bonaerense se presentó como presidenciable ante las cámaras de
Tinelli, será cuestión de gustos sopesar
la conveniencia de esa exhibición. El dilema: si esta sumisión al libreto
afecta o no la continuidad del proyecto. Que se haya anudado la corbata con una
mano, ¿significa que seguirá por este sendero? Que se haya negado a bailar, ¿anuncia su rebeldía al establishment?
Randazzo, en cambio, no fue. “A mí no me
van a conocer por el programa de Tinelli, yo les voy a contar quién soy”,
prometió en su participación en el colectivo Carta Abierta. Y agregó: “es
imposible llevar adelante una gestión si no se enfrenta al poder constituido en
cada espacio”.
En los meses que nos separan hasta las PASO ésta
será la principal discusión dentro del kirchnerismo: si son dos versiones del
mismo proyecto o si, en su interior hay
un modelo que trata de disfrazarse de proyecto; si los dos persiguen los
mismos objetivos con diferentes condimentos o si uno tiene demasiado condimento para ocultar su amargo sabor; si
continuar por este sendero que nos está dando amables frutos o si retornamos, de a poquito, a aquellos
tiempos en que apenas nos dejaban el carozo.
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