La Corte de lujo que supimos conseguir se ha
convertido, por no saber preservarla, en
un escenario de escandalosos desaciertos; en una fuente de inspiración para
titulares agoreros. La mayoría automática que antes respondía a los
requerimientos menemistas, ahora rinde cuentas
al establishment, lo que es más o menos lo mismo. Mientras Lorenzetti
asegura que los fines de la institución que preside es poner límites al
gobierno de turno, las acordadas del Máximo Tribunal parecen un intento por
resguardar los privilegios de sus miembros. Ni lo uno ni lo otro, vale destacar, garantizan un buen funcionamiento
de la Justicia, sino su deterioro. En medio de todo este enredo, la
permanencia de Carlos Fayt aparece como el moño
de una casi vergüenza nacional: una Corte Suprema que, en lugar de actuar como
un ejemplo hacia la sociedad, despliega
una absurda danza que, como todo lo absurdo, resulta funcional a los intereses
del Círculo Rojo.
Una de las más conocidas novelas de Agatha Christie,
“Eran diez indiecitos”, fue
homenajeada y parodiada en teatro, cine y TV. En ella, sus protagonistas son
asesinados uno a uno y los sobrevivientes deben hallar al culpable para no ser
la próxima víctima. Hasta ahora, nunca
se había realizado una adaptación en la Corte Suprema de ningún país.
Parece que Argentina está empeñada en
hacer punta en los más diversos temas.
En poco más de un año, dos Supremos fallecieron y
uno presentó su renuncia al alcanzar el límite de edad. Cuatro donde debería haber cinco. Para completar este cuadro, la oposición
se niega a aceptar a Roberto Carlés y la Corte rechazó la lista de jueces
subrogantes. Por mandato constitucional,
el ejecutivo debe proponer ambas cosas y el Senado aprobar, después de evaluar
el listado. La Corte no tiene la atribución de impugnar esa decisión.
Tampoco de declarar la inconstitucionalidad de leyes sin analizar un caso
particular, como hizo con las reformas
conocidas como democratización de la Justicia. Así, con apenas una pizca de
suspicacia, uno puede suponer que, en lugar de garantizar aplicación de
justicia o poner límites, operan para desgastar al Gobierno, algo
que está lejos de ser su función.
En vez de cinco, hay cuatro, aunque en realidad la Corte parece funcionar con tres y medio.
O menos, tal vez, porque Carlos Fayt hace casi un mes que no asiste a la tertulia de los martes y envía votos y
firmas por intermedio de sus colaboradores, a quienes parece no reconocer. Un Supremo a distancia, tan virtual como
una sombra de lo que fue. Exigir su renuncia no debería interpretarse como
denostación de la ancianidad. Los 97 años que acumula exceden en más de veinte
los dispuestos como límite por la Constitución. ¿Qué lo impulsará a convertir su prestigio en un trasto molesto?
¿Qué record querrá batir? ¿Tan importante es lo que protege que se arriesga a
exponer en público su precaria salud? ¿Tanto,
que renuncia a los homenajes en vida para despertar algunos repudios?
Epidemia de cansancio
Pero la Corte ha decidido ir más allá de su propia
coherencia. Los vericuetos en la súper re elección de Ricardo Lorenzetti como
presidente muchos meses previos a la
finalización de su mandato exudan un tufillo desagradable. Tanto, que da
náuseas. ¿Por qué semejante apuro? Y una vez consumado el hecho, cuando se
revela la falsedad del documento que simula la presencia de Fayt, que votó a
control remoto, Lorenzetti renuncia al
cargo, no al presente, sino al que deberá asumir en enero de 2016. Y,
mientras estaba renunciando a futuro, los otros miembros de la Corte lo confirman.
Gente grande y de cierto prestigio
jugando a un extraño juego cuyas reglas desconocemos. Y con un objetivo tan
oscuro que dan ganas de clausurar por
reformas el Máximo Tribunal hasta nuevo aviso.
“Cansancio moral” argumentó Lorenzetti. ¿Qué le provoca cansancio moral, que muchos hayan cuestionado
su premura por una votación que podría haberse realizado en noviembre? ¿Y qué
quiere decir ‘cansancio moral’, que se
cansó de actuar moralmente? ¿Que su moral no da para más y a partir de ahora será inmoral? ¿O
que su moral se cansó de las inmoralidades en las que debe incurrir para
satisfacer al establishment? Si padece
cansancio moral, ¿no sería prudente tomar algún tipo de licencia hasta que se
le pase? Además, siente cansancio moral por el cargo futuro pero sería más lógico que lo sienta por el cargo
presente, que en realidad es el mismo que tiene desde hace ocho años. ¿Será un cansancio moral premonitorio?
Eso sí, de nuestro cansancio nadie se preocupa. Ni
del moral ni de ninguna otra especie. Si todo esto fue pergeñado para convocar cacerolas dormidas a defender
la República encarnada en el Supremo y su independencia al frente de la Corte, que esperen sentados porque no
hay un clima adecuado para eso. Bastantes
voluntades han engatusado con el famoso “Yo
soy Nisman” para que ahora
salgan a poner cara, cacerola y paraguas en clamor por un miembro de la familia
judicial. Que no sigan jugando, pues va a llevar mucho tiempo reconstruir
nuestro sistema judicial hasta volverlo más comprometido con la democracia. Y
esto quiere decir, ni más ni menos, que
con los derechos de la mayoría, con los más vulnerables, con las víctimas de la
angurria empresarial. Algo opuesto a lo que algunos están demostrando: cómplices de los intereses de una minoría
insaciable y defensores, sin pudor, de sus privilegios. Desde hace un tiempo,
la Justicia está en agenda para su transformación y cada día alguno de sus integrantes suma méritos para ser de los
primeros transformados. Entonces, no ha lugar. El cansancio no es suyo, Señor Juez, sino
nuestro.
Muy Bueno Gustavo ! Y lo de Carlos Fayt realmente es "inexplicable e injustificable",ya que la edad máxima para la Corte Suprema es de 75 años,verdad (?) Estaría un tanto pasadito el Sr
ResponderBorrar