Imaginar cuántos miembros de la oposición estarán
clavando alfileres en miniaturas del ARSAT 2 para alterar su vuelo puede causar algo de dolor. Pero ya estamos
acostumbrados. Si el año pasado convirtieron en Voz Suprema al juez Thomas
Griesa y si a comienzos de éste se treparon al cadáver de Nisman para voltear a
CFK, se puede esperar cualquier cosa de ellos. Cualquier cosa menos que se comprometan con nuestro futuro. Sólo
quieren erradicar al kirchnerismo como si fuera una enfermedad infecto-contagiosa.
Y vaya si lo es. Hasta el Papa parece afectado,
a pesar de su inmunidad divina. Si alguien tiene dudas sobre esto, basta revisar sus últimas intervenciones
para verificar que nada queda del anti K Bergoglio. Al contrario, con sus
dichos –descafeinados por los medios hegemónicos locales- condena las propuestas de los principales candidatos de la oposición.
En la apertura de la 70ª Asamblea General de la ONU parecía en campaña. Que
nadie se sorprenda si debajo de sus extravagantes ropajes lleva puesta una
camiseta de La Cámpora.
Si uno elabora una síntesis de todos sus dichos no
sólo podrá comprobar esto sino logrará comprender que la solución de todos los conflictos que afectan al planeta está al
alcance de la mano. Todo lo malo que ocurre es consecuencia de la ambición
de unos pocos, de ese uno por ciento de individuos que compiten entre sí para
ubicar sus fortunas en el primer puesto. Lo
que Ellos acumulan es lo que nos arrancan a nosotros a fuerza de explotación,
guerras y especulación. La pobreza, las migraciones y la contaminación son
los tres temas que aborda Francisco cada vez que tiene oportunidad, pero no
como un castigo divino impuesto por nuestros cuantiosos pecados sino como consecuencia de un sistema económico
asfixiante. Un sistema que tiene al terrorismo y el narcotráfico como
enemigos pero, a la vez, como principal herramienta para facilitar la
acumulación de riquezas. Mientras los
Estados sigan gobernados por el Poder Económico, nada de esto podrá
solucionarse.
Aunque esté tan a la vista no es tan fácil solucionar
estos temas. El coraje es esencial. Renunciar
al consentimiento del poderoso y abrazar la sonrisa de los más humildes,
puede ser el primer paso de un mandatario que quiera cambiar en serio estas
cosas. Escuchar menos a los financistas
y más a los pueblos, debería ser el fundamento. Y estar atentos a la
procedencia de los aplausos: si vienen
de los palcos VIP es porque se está actuando para el público equivocado.
Un dúo contra la hipocresía
El lunes pasado, La Presidenta brindó su último discurso en la Asamblea de la
ONU. A diferencia de los demás mandatarios, su atril estaba despojado de papeles. Y no titubeó ante tantos
nombres y detalles ni perdió el orden en su exposición. En los 45 minutos que
ocupó no hizo referencia al conflicto con Malvinas, algo que reprocharon los medios que en años
anteriores recriminaban que hiciera. Si no abordó el tema fue porque
Francisco, el otro argentino que preside un Estado, lo había hecho en su
apertura. Y también Raúl Castro, en su primera aparición en ese ámbito, hizo
referencia a esa injusticia del
colonialismo contemporáneo. Y Cristina lo hace en cada ocasión que se le
presenta.
Esta vez, sólo dos temas: los fondos buitre y la
investigación por el atentado a la AMIA. En ambos casos, los dardos se dirigieron al mismo lado: el rol que cumple EEUU. En
los dos, el país del Norte aparece como cómplice y encubridor. O rehén, si es que el presidente Obama
no puede ejercer su voluntad. Que un juez de distrito pisotee la soberanía de
un país sin que nada pueda frenarlo es una muestra de notable debilidad. Más aún cuando la mayoría de los países se
han manifestado a favor de nuestra posición. El silencio de Obama sobre el
tema es la confirmación de todo esto. Un silencio que se extiende a la
presencia de Antonio Stiuso en ese país, aunque ya se le haya vencido la visa
como turista. Un enredo diplomático
cuyos hilos nos pueden conducir a la verdad que muchos quieren esconder.
Claro, Obama no está tan preocupado por estos temas.
Entre los pocos éxitos de su gestión
está deseoso por incluir el fin del bloqueo a Cuba. O por lo menos, declamarlo.
Si bien ya ha tomado algunas medidas para distender las relaciones con el país
caribeño, es el Congreso el que debe
eliminar para siempre esa atrocidad internacional. A pesar de este escollo,
se enorgulleció de esta nueva política y la tomó como un ejemplo de que “la doctrina del diálogo funciona y da sus
frutos”.
Pero Raúl Castro no está para
sonrisas hipócritas. Si
bien se muestra predispuesto al diálogo, sus demandas son muchas. No sólo quiere
el fin del bloqueo, sino también una compensación
por los daños humanos y económicos ocasionados, la devolución del territorio de Guantánamo y el cese de las
transmisiones ilegales desde Miami y los
planes desestabilizadores. No es mucho, después de tantos años de agresiones y blasfemias.
Tanto CFK como Raúl Castro abordaron el tema de la
hipocresía, algo muy habitual en política internacional. Los que pregonan la
paz son los que más desatan conflictos;
los que alertan sobre la crisis son los
que la generan; los más preocupados por el medio ambiente son los que más
contaminan; los que alzan sus armas por
los DDHH son los que más los pisotean. Ya no engañan con su pose de jefes
civilizados. En sus barbas decimos que son unos salvajes y que si el mundo
sigue en sus manos poco futuro tenemos. Después de tantos años, los hemos despojado de sus disfraces y
están al desnudo, exponiendo lo peor de su pellejo. O se ponen la camiseta de
todos o se quedarán así para siempre, solitarios
y serviles, horrendos y bestiales, acorralados por el resto que quiere
vivir en paz y con la dignidad que merece.
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