Desde temprano, el viernes 29 de abril se mostró agitado. Después de saludar a Oliver, mi gato, por el día del animal, calentar una taza de café y hacer todas las cosas cotidianas que uno realiza –al menos yo- cuando me levanto, me dispuse a hacer una recorrida por los canales informativos antes de ir a trabajar. La boda real parecía protagonizar el espacio de la pantalla. El glamour, la suntuosidad, el desperdicio, la superficialidad de los locutores, el sometimiento de los colonizados… todo eso, en pocos minutos de exposición de mis pupilas. En muchos canales, lo que se ponía en evidencia era una especie de envidia, como si desde los estudios se esforzaran por convencer al espectador de que todo lo que nos pasa como país es por no tener algo así. Gracias, no compro.
Mientras tanto, en CABA, nuestra aldea, se preparaba un acto distinto: los salvajes sindicalistas se aprestaban a cortar las calles para exhibir su monstruoso y grasiento poder. El trato era distinto. Problemas con el tránsito, temor ante los posibles disturbios, saqueos, groserías, la mugre futura de una turba descontrolada. Si por lo menos fueran vestidos de gala, otra sería la historieta. Pero no, los trabajadores argentinos se niegan a vestirse con los cortes de los estilistas internacionales y sólo se visten como trabajadores. Un bochorno. Mientras tanto, las escuelas que están en la zona y bajo la administración porteña suspendieron las clases, no para apoyar el festejo masivo por el día del trabajador, sino por miedo. Si al menos Hugo Moyano tuviera un título nobiliario, como el Marqués Vargas Llosa… pero no. Es un camionero y sobre todo grandote y de piel oscura. Maldito el que inventó el aceite antes de las invasiones inglesas.
Pero nada pasó. Los temores prejuiciosos tuvieron que encontrar un lugar oscuro, secreto donde esconderse. Los cronistas que buscaron desmanes, disturbios, agresiones tuvieron que volver al móvil con las manos vacías. Ni un vidrio rompieron esos desubicados sindicalistas. No sirven ni para generar malas noticias. ¿Cómo es posible que tantos miles y miles de personas no aplasten siquiera una plantita de la 9 de julio? Claro, antes era fácil demonizar a los trabajadores movilizados. Cuando estaban desocupados, hambreados, furiosos por la exclusión del sistema… entonces sí eran funcionales a la mala onda. ¿Pero de qué sirven los trabajadores cuando celebran un 1º de mayo contentos, satisfechos, manifestando su acuerdo con un modelo, expresando su deseo de ir por más, cuando apoyan a un gobierno?
Claro, no es lo mismo la divina muchedumbre británica adorando a sus semidioses que la turbamulta local con banderas provocativas y setentosas expresando su pasión por una presidenta plebeya.