Siempre tengo dudas al respecto. En todos las aventuras de las historietas, el superhéroe tiene un archienemigo y por lo general se dice que es su peor enemigo. Ahora bien, ¿es el peor enemigo porque siempre se empecina en derrotarlo o porque nunca lo consigue? Claro, porque puede pensarse como el peor por su maldad, pero también puede decirse que es el peor desde el punto de vista de su calidad como enemigo. Tanto por su maldad como por su calidad el tipo es malísimo. En todo caso puede resolverse esta disyuntiva si se dice que es el mejor enemigo por su constancia en la enemistad y a la vez que es el peor enemigo por la acumulación de fracasos en su currículum vitae.
Este juego paradojal puede aplicarse también con los adversarios. El mejor adversario será aquel que sostiene su posición de adversario y se empecina tozudamente en serlo, aunque las circunstancias no lo favorezcan. Y entonces, como nunca consigue la victoria pasará de ser el mejor adversario a ser el peor adversario.
En el terreno de la política puede pensarse en términos semejantes. La actual oposición que despliega su accionar en vista a las elecciones presidenciales de octubre puede ser pensada desde esa polaridad. Son los mejores por su esencia de eternos opositores (los mejores adversarios) pero a la vez son los peores porque no logran articular una propuesta opositora que puedan sostener al menos por unos días.
En el caso de las historietas, es el superhéroe quien gana, ya sea por sus superpoderes, su astucia, su bondad, su sentido de justicia o, por lo menos, porque es un poquito mejor que el archienemigo. El caso de la oposición política en nuestro país es un poco diferente, porque los eternos adversarios son derrotados antes de cualquier enfrentamiento; se caen antes de levantarse; abandonan las ideas antes de proponerlas; se divorcian antes de casarse. Y basta de construcciones paralelas que para lelos están ellos.
Lo último que ha ocurrido esta semana, además de la mega propuesta de Macri, las declaraciones de Pino sobre las elecciones en Salta, la falta de memoria de la Bullrich, el abandono de las internas por parte de Duhalde es… la ausencia de Carrió. Eso sí que es una novedad política de aquéllas. Seguramente está enclaustrada en algún monasterio-spa para volver renovada, envalentonada, innovadora, más anaranjada que nunca para –esta vez SÍ- hacer lo que verdaderamente saber hacer pero que nadie sabe cómo definir. Seguramente volverá con nuevos personajes, diferentes guiños de todos los ojos posibles, con amenazas de hecatombes al servicio del mejor postor –bah, el de siempre- y con originalísimos guiones ensayados exclusivamente en el Actors Studio. Eso sí, de propuestas políticas, de un modelo alternativo, un plan económico diferente al que está en marcha… de eso nada. Porque ella está para patear tableros, para llevarse la pelota si le meten un gol, para romper los juguetes de los que no la dejan jugar a lo que ella quiere. Y por supuesto, aunque su personaje sea el de la archivillana que amenaza con apoderarse del planeta y nunca conseguirlo, será la protagonista principal de una agenda política plagada de vacíos pero eso sí… divertidísima.
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