Mauricio Macri ha manifestado su enojo, su sorpresa ante el rechazo de algunos referentes de la oposición a su propuesta no-política del martes pasado. Felipe Solá, no. A él le parece interesante… ¡Pobre! En medio de su soledad, de su vacío, es comprensible que se sienta seducido por un engendro así.
El resto no. A los demás les pareció demasiado. Y no es por mezquindad, protagonismo ni personalismo, sino porque la propuesta de Macri es hacer trampas. Es jugar a la política negando la política. Es convertir un conjunto de minorías en una mayoría ocasional detrás de ninguna bandera que se va a deshilachar nuevamente una vez cumplido su principal objetivo: derrotar al kirchnerismo en las elecciones presidenciales.
Esto no quiere decir que nos partidos opositores tengan en claro qué modelo de país pueden esgrimir ante el sólido posicionamiento que ha logrado el modelo K. Pero marcaron un límite. Su imposibilidad de convencer, de articular, de seducir al electorado no los lleva a expresar ese gesto de desesperación.
Lo de Macri quedará como anécdota, como un exponente más de los peores residuos de los noventa.
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