Artimañas
de los no-políticos
Al dolor que provocan ciertos
hechos, se suma la excitación que despierta en algunos la proximidad de la
sangre. Sobre todo, cuando pretenden
convertir el luto en golpe político. Conscientes de que han perdido toda
sutileza, arremeten contra su blanco preferido y no dudan al acusar al Gobierno de violador, asesino y choca-trenes.
Movileros que editorializan, locutores que vociferan apresuradas conclusiones, cronistas
que creen ser mejores sabuesos que los investigadores profesionales. Todo vale a la hora de construir miedo;
todo sirve para generalizar la desconfianza; cualquier cosa es aprovechable para alimentar prejuicios. Los datos
no importan: el espectáculo puede prescindir de ellos. Las cámaras deben estar
lo más cerca posible, aunque obstaculicen el trabajo de los rescatistas. El público, desde la cómoda butaca de la
sala, debe sentir hasta la náusea el hedor de la tragedia. El mensaje que
transmiten en cada episodio es muy fácil de asimilar: todos estamos expuestos a la desidia de este Gobierno que nos conduce inevitablemente
a la catástrofe.
A principios de esta semana, la Defensoría del Público de Servicios de
Comunicación Audiovisual, presentó en el Congreso Nacional una guía de
orientación para generar una “cobertura
periodística responsable en los desastres y catástrofes”. Gerardo Halpern,
uno de los autores, explicó que esta guía “es
una caja de herramientas disponible para los trabajadores de medios”. El
objetivo es “generar una serie de
recomendaciones y orientaciones al alcance de los trabajadores de medios para una cobertura responsable de
catástrofes y desastres”, agregó.
Como doctor en Ciencias Antropológicas de la UBA y analista de dinámicas
discriminatorias en los medios de comunicación, Halpern invita a “revisar y modificar nuestras prácticas para
acompañar un cambio de concepción, en el
que prime la función social de la información”. El escrito es un
decálogo que incluye la preparación de los periodistas para afrontar la emergencia
de un modo seguro, la necesidad de
evitar la magnificación de datos y la espectacularización y buscar la
preservación de la propia vida del periodista. También sugiere considerar la
información como servicio público y practicar
el respeto a la intimidad de los afectados.
Después de las inundaciones de La Plata y la CABA, los
integrantes de la Defensoría del Público –órgano
creado por la LSCA para proteger los derechos del consumidor de medios-
analizaron la cobertura desplegada por los cinco canales de la TV abierta. Una
de las anomalías detectadas es la saturación de la voz de los protagonistas y
testigos de la catástrofe, ante una insuficiente
presencia de declaraciones especializadas. El listado de criterios y
recomendaciones es el resultado de un conjunto de mesas de discusión con
periodistas, camarógrafos, productores ejecutivos, representantes sindicales y
organizaciones sociales. La capacitación
para trabajadores de prensa y la confección de un protocolo nacional que
oriente el trabajo en contextos especiales son necesidades imperativas.
Los diez puntos elaborados por este organismo son
de fácil comprensión y cumplimiento. Entre otras cosas, el documento aconseja “identificar
las principales fuentes gubernamentales y no oficiales procurando pluralidad,
diversidad y calidad de la información”; “centrar la cobertura en información precisa y verificada con fuentes
jerarquizadas y fehacientes”; “informar sobre las tareas de asistencia a la
población, prevención de riesgos, accidentes, enfermedades, lugares de traslado
y elementos que se necesitan”; “no
transmitir imágenes de cadáveres o primerísimos planos de heridos que
intensifican el aspecto dramático no informativo del acontecimiento”; “evaluación
posterior del trabajo periodístico y, de ser necesaria, asistencia psicológica”.
Y el autor de estos apuntes, agregaría que todo debe estar condimentado con
prudencia, mesura y, sobre todo, la
mejor de las intenciones ante un drama consumado.
Pero nada de esto ocurrió en los dos hechos que
conmovieron la agenda informativa de esta semana. En el caso del asesinato de
la adolescente Ángeles Rawson, los medios
con aspiraciones gubernamentales apelaron, una vez más al latiguillo de la
inseguridad, recurso que apunta a la disolución
de los lazos sociales y la deconstrucción del espacio público. La
posibilidad de la violación se convirtió en una invitación para el despliegue
de sus más perversas consignas. Una pena
que los familiares hayan evitado la explosión de gritos, llantos, amenazas y
linchamientos que tanto ilumina las
pantallas e incrementa el rating. Nada de eso: sólo una mesurada
declaración que resistió la embestida de los micrófonos carroñeros. La falta de
esas imágenes tan ilustrativas no evitó que, desde el estudio, el conductor de turno agregue los
condimentos necesarios para exhibir un regodeo ante el drama ajeno que no puede
provocar más que asco. Más aún cuando, después de la autopsia, la
confirmación de que la joven no había sido víctima de violación provocó una
pérdida de interés informativo. Claro, al
transformarse en un caso policial no azaroso perdió su potencia para asestar un
oportuno golpe político.
Pero nunca pierden las esperanzas. El jueves sorprendió
con un escenario adecuado para desplegar el
catálogo destituyente que puede garantizar el futuro de las minorías. El choque
entre dos trenes reavivó los argumentos anti-políticos que permitirían la
restauración conservadora que tanto desean. Si la Tragedia de Once puso en
evidencia la necesidad de tomar las riendas del transporte ferroviario, los hechos de Castelar parecen sentenciar
que nada es suficiente. El desconcierto del ministro de Interior y
Transporte, Florencio Randazzo, más la “bronca
e impotencia” que confesó La Presidenta sugieren otro paradigma respecto a
la movilidad sobre el riel. “La verdad es que estamos poniéndole todo en
inversión, tiempo y recursos humanos”, reconoció CFK. Coches nuevos,
vías reparadas, frenos a estrenar, unidades restauradas, controles rigurosos.
Pero el accidente –o lo que sea- ocurrió. El tren no sólo no frenó, sino que incrementó su velocidad, a pesar
de las señales de advertencia. Los sistemas de frenado funcionaron en las
estaciones anteriores pero fallaron cuando no debían hacerlo. Las sospechas de
un sabotaje estremecen, pero que los esfuerzos
realizados para revertir un abandono que lleva décadas se vean
neutralizados por esta tragedia, puede provocar cierto desaliento.
O al contrario, invita al desafío de continuar con la recuperación de un país que fue
víctima de un saqueo insaciable. Contraponer los logros para minimizar las
consecuencias del siniestro significaría aceptar el juego de los carroñeros, que utilizan muertos y heridos como piezas en
un tablero. Para eso están los jueces mediáticos y los políticos serviles, para convertir el drama en dardos
envenenados, para imprimir con sangre las promesas de campaña, para ocultar con
quejas circunstanciales los intereses mezquinos de personajes rapaces. Después
de tan funesto acontecimiento, las lágrimas son inevitables, pero no deben
embarrar el camino.
Lamentablemente, me parece que todas esas recomendaciones en casos de catástrofe caen en saco roto por el simple motivo de que nadie está obligado a no saltar el cerco.
ResponderBorrarEs muy evidente que el espectador televisivo va a seguir el noticiero más espectacular en vez del más serio. No se entiende, si no, la tremenda repercusión que tuvieron los casos Pomar o Candela, por poner dos ejemplos.
Todo cambio cultural es gradual. Una vez que ponés el tema en debate, es la sociedad la que tiene que comenzar a cambiar. Y es posible que las transformaciones lleguen a conventirse en norma. Hay que visibilizar lo que molesta, para que poco a poco nos vayamos contagiando. ¿O acaso Tinelli no hizo su programa porque no tenía ganas?
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