Insurrectos
del país que se viene
Todavía quedan algunos que se
resisten a los nuevos vientos que soplan desde hace diez años, como si lo que tanto preservan hubiese
tenido resultados favorables para el país. Entonces, será necesario soplar
con mayor potencia para sacudir el polvo que desluce nuestro futuro. El fallo
de la jueza federal con competencia electoral, María Romilda Servini de Cubría,
parece un balde de agua fría para las intenciones de democratización del
Consejo de la Magistratura. O así lo
narran los medios con hegemonía en disminución. Algunos, ya en el colmo de la
euforia, celebran lo que consideran una derrota, un duro golpe para el Gobierno. Desde que comenzó a circular como
proyecto, la resistencia a las reformas del Poder Judicial ha inspirado las consignas más descabelladas y los
análisis menos sesudos. Y también, como consecuencia de lo anterior, ha
despertado los miedos más infundados. “Yo
no sé, si hubiéramos largado un programa de monarquización de la Justicia comprendería
que todo el mundo estuviera tan nervioso o indignado, pero la palabra democracia no puede atemorizar a nadie”,
ironizó CFK en Río Gallegos. Pero además, per sé, el sistema judicial es casi
una monarquía o, al menos, muchos jueces parecen ostentar títulos nobiliarios
que los convierten en intocables. Y, de
acuerdo a lo que se desprende del fallo, hasta impolutos, inmaculados.
“Quiero
leer los argumentos que digan que no se pueden expresar los 40 millones de
argentinos acerca de quiénes deben ser los funcionarios políticos”, desafió
La Presidenta en el mismo acto. En
rigor de verdad, los exégetas de la
Constitución se esfuerzan en vociferar difusas interpretaciones de lo que
literalmente no es tan explícito. El artículo 114 de la Carta Magna dice: “El Consejo de la Magistratura, regulado por una ley especial sancionada
por la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara,
tendrá a su cargo la selección de los magistrados y la administración del Poder
Judicial. El Consejo será integrado periódicamente de modo que se procure el equilibrio entre la representación de
los órganos políticos resultantes de la elección popular, de los jueces de
todas las instancias y de los abogados de la matrícula federal. Será
integrado, asimismo, por otras personas del ámbito académico y científico, en
el número y la forma que indique la ley”.
No establece la manera en que
se elegirán los integrantes. No menciona la representación corporativa ni la
democrática. Puede ser por sorteo o
licitación, porque dependerá de la Ley que apruebe el Congreso. Así de
simple. Sólo sugiere que sea “de modo que
se procure el equilibrio” entre legisladores,
jueces, abogados, académicos y científicos. Tampoco dice cuántos tienen que ser sus miembros, porque dependerá del “número y la forma en que indique la ley”.
Una ley debatida y votada por el Congreso es la que determinará cuántos serán y
cómo se elegirán los miembros del Consejo de la Magistratura. Está muy claro, salvo para los que quieren
oscurecer. Lo que también está claro es que la reforma apunta a modificar
algo que para el establishment debe
permanecer intocable y por eso tamaña resistencia.
Porque tampoco la Corte Suprema
de Justicia, que es la que debe velar la
constitucionalidad, la respeta demasiado. Carlos Fayt, uno de sus miembros,
es quien tiene congelada desde hace diez años una medida cautelar que beneficia
al diario La Nación por una deuda fiscal de casi 280 millones de pesos. Y lo peor es que tiene lazos familiares con
uno de los editores de la Tribuna de
Doctrina. Por otro lado, hace
veinte años que no debería ser miembro del Supremo Tribunal porque excede el
límite de edad. El inciso cuarto del artículo 99 de la Constitución prohíbe
expresamente que los jueces puedan mantenerse en su cargo más allá de los 75
años. Sólo pueden seguir ocupando el
sillón por cinco años más con la autorización del Senado. Una cláusula
transitoria establecía que estas disposiciones entrarían en vigencia a partir
del 22 de agosto de 1999, pero tres días
antes, una acordada de la Corte Suprema, la anuló. Por si fuera poco, una resolución
similar exime a los jueces pagar el Impuesto a las Ganancias, a pesar de que
sus ingresos son por demás de abultados. Si
ponemos la Constitución en manos de quienes no la cumplen, estamos más que
fritos.
Pero los que quieren fritar en serio al Gobierno son
los integrantes de la Mesa de Enlace, que luego de gruñir y amenazar por un par
de semanas, sólo lograron lanzar un cese de comercialización de tres días
con la salmodia quejosa y lacrimógena de siempre. La sede porteña de la Federación
Agraria emitió un comunicado en el que exige la disminución de las retenciones “hasta su total eliminación”. El
vicepresidente de la FAA, Julio Currás, manifestó que “la soja ha dejado de ser negocio, porque aumentó la inflación y la
alta presión tributaria”. Si bien el apellido es una invitación para
dudar de todos sus dichos, hay datos que lo desmienten.
Durante 2012, un propietario obtuvo una
rentabilidad bruta entre 130 y 200 por ciento y un arrendatario, superior al 53
por ciento. De acuerdo a un informe de la Corriente Agropecuaria Nacional y
Popular –CANPO- el costo de los insumos de la presente campaña disminuyó
en comparación con la anterior. Un productor de trigo deberá desembolsar un
19 por ciento menos para adquirir glifosato, un 11 por ciento menos para el
gasoil y en fletes ahorrará un 15 por ciento. Los productores de maíz, en los
mismos rubros, dejarán de gastar un 12,5, un 4,5 y un 8,1 por ciento, respectivamente.
¿Qué quieren, entonces? ¿Ganar más a costa de contribuir menos? Y, de ser
posible, recibir subsidios para no tener siquiera que invertir. Aunque
insistan, no podrán reinstalar el escenario destituyente de 2008, que logró
sumar voluntades en pos de sus mezquinos intereses. Muchos velos han caído
desde aquellos angustiantes días y sólo podrán recibir la simpatía de un puñado
de individuos que ven en La Política el origen de todos sus inexistentes pesares.
En eso está la clave: si en 2001 la crisis fue el
resultado de la claudicación de toda voluntad política, hoy nos encontramos
con un Estado que promueve el crecimiento y garantiza gradualmente la
redistribución del ingreso. Ahí está el peligro para los nostálgicos del
peor pasado. Por eso tanta resistencia. Aunque enumerar los logros de esta
década ocuparía muchas páginas, nadie pretende dormirse en los laureles. La
sensación del colectivo es que todavía no llegamos, pero, indiscutiblemente, éste
es el camino. Y eso lo saben los que ponen zancadillas. Por eso se
resisten, complotan, confabulan, arremeten. Por eso mienten, amenazan,
denuncian, calumnian. Porque no encuentran manera de frenar el nuevo país
que promete domesticarlos para siempre.
El balde frio lo recibiremos cuando los integrantes del sumo sacerdocio tribunalero avalen la bolilla negra para la soberania popular
ResponderBorrarEs complicada la situación. Un poco difícil que la Corte se atreva a tanto. De hacerlo, el Máximo Tribunal se quebraría. Tienen en sus manos unas causas riesgosas, junto con la LSCA y la cautelar de La Nación. Quizá la constitucionalidad de la reforma aparezca en la mesa de negociación para evitar un juicio político a algunos de sus miembros.
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