Candidatos:
¿gurúes o predicadores?
En el inicio de la campaña electoral, el gobernador
de Buenos Aires, Daniel Scioli, pronunció una frase desalentadora… para los opositores que veían en él una esperanza blanca, vale aclarar. “Con el modelo se está o no se está –definió
el ex motonauta- Una mujer no puede estar
medio embarazada y esto es lo mismo”. Y
así desesperó a varios exponentes de los medios opositores. Aunque muchos
seguidores del kirchnerismo lo consideran un poco tibio –tanto en sus palabras como en su gestión- su compromiso con los candidatos
oficialistas es mucho más que una formalidad. “La fuerza de este proyecto y la mejor manera de honrar a su creador,
Néstor Kirchner, es poner el hombro y todo lo que haya que poner pensando en
nuestra gente”, explicó la semana pasada en la Casa Rosada. Desde hace un
tiempo, la idea de los dos lados resulta
enloquecedora, más aún para los que aseguran no estar en ninguno. Pero ya
es indudable: los que afirman estas insostenibles
sandeces ya se han definido por uno de los lados, pero se niegan a
admitirlo. Y no es el lado K del mundo,
precisamente.
Estos opositores que no se piensan como tales,
parapetados en una equidistancia ficticia, simulan tener una mirada crítica sobre las cosas. Sin embargo, se lo pasan arrojando dardos
criticones hacia uno solo de los lados. Y evidencian en sus dichos sólo las
fuentes informativas que provienen del bando hacia el que nunca disparan. Estos
son los que dicen que hay que escuchar
las dos campanas o que todos mienten y necedades por el estilo. O que hay
algunas cosas buenas pero muchas que hay que cambiar. O que no se puede estar en la permanente confrontación. En fin, un
muestrario de rechazos disfrazados de neutralidad. Pero sobre todo, lo que más molesta a estos personajes es
que haya dos bandos. Sin dudas, estaban más cómodos cuando había uno solo.
Pero durante mucho tiempo eso no será posible, porque significaría una dolorosa derrota.
Ahora bien, esto no quiere decir que haya sólo dos
posibilidades de analizar la realidad. Al
contrario, puede haber una pluralidad de miradas, múltiples formas de afrontar los problemas, diferentes caminos para
resolverlos. Pero, en lo crucial, casi
todo termina reducido a dos bandos. Por ejemplo, la pobreza se puede
reducir con distribución del ingreso o con exterminio de pobres. Y entonces,
las miradas intermedias pueden sugerir distintas maneras de hacer una u otra
cosa. Más drástica o más gradual. Abandonar a su penosa suerte a los ciudadanos
más desprotegidos de la sociedad es un exterminio
lento, por ejemplo. En estos diez años, la gestión K optó por la distribución del ingreso de una manera paulatina
pero constante y progresiva. Y así y todo ha tenido y tiene una resistencia
inusitada por parte de los que gozan de una posición más que cómoda. Tal vez
debería haber sido más drástica. Todavía
estamos a tiempo.
Algo similar puede pensarse en torno al rol del Estado, aunque no es muy sencillo plantear las dos posiciones contrapuestas. Si partimos de la necesidad de un Estado presente para garantizar la redistribución del ingreso, la antípoda sería uno ausente para no garantizarla. Con casi nada de esfuerzo, llegaríamos a la conclusión de que es imposible que un Estado esté ausente. En el segundo caso, estaría muy presente para garantizar y hasta promover una distribución inequitativa del ingreso. Y así, generar pobreza, el exterminio lento. También profundizar las diferencias, los abismos que separan un estrato de otro. El Estado aportaría su presencia protectora para contener a las hordas que, hambrientas, pujan por unas migajas de dignidad para sus vidas. Y ‘contener’ presenta una serie de variantes, desde la represión hasta la caridad. Entonces, la contrapartida de un Estado presente no es uno ausente sino uno que es inexistente. Un no-Estado, algo imposible en una sociedad, por más pequeña que sea. Un grupo de personas que enfrentan el desafío de la convivencia –desde los distintos tipos de familia hasta una sociedad comercial- debe generar reglas para asegurarla. La división de los roles, puede ser una primera forma organizativa. Así, constituir una versión doméstica de Estado. Tarde o temprano, deberán abordar ese tema para evitar el fracaso.
Algo similar puede pensarse en torno al rol del Estado, aunque no es muy sencillo plantear las dos posiciones contrapuestas. Si partimos de la necesidad de un Estado presente para garantizar la redistribución del ingreso, la antípoda sería uno ausente para no garantizarla. Con casi nada de esfuerzo, llegaríamos a la conclusión de que es imposible que un Estado esté ausente. En el segundo caso, estaría muy presente para garantizar y hasta promover una distribución inequitativa del ingreso. Y así, generar pobreza, el exterminio lento. También profundizar las diferencias, los abismos que separan un estrato de otro. El Estado aportaría su presencia protectora para contener a las hordas que, hambrientas, pujan por unas migajas de dignidad para sus vidas. Y ‘contener’ presenta una serie de variantes, desde la represión hasta la caridad. Entonces, la contrapartida de un Estado presente no es uno ausente sino uno que es inexistente. Un no-Estado, algo imposible en una sociedad, por más pequeña que sea. Un grupo de personas que enfrentan el desafío de la convivencia –desde los distintos tipos de familia hasta una sociedad comercial- debe generar reglas para asegurarla. La división de los roles, puede ser una primera forma organizativa. Así, constituir una versión doméstica de Estado. Tarde o temprano, deberán abordar ese tema para evitar el fracaso.
Entonces, el Estado siempre estará presente para
alcanzar el equilibrio que debe buscar una sociedad. La polaridad se constituye a partir del matiz que tomará el Estado para
construir ese equilibrio; no de su presencia o ausencia, sino del recorrido
que proyecte, de las decisiones que tome. En definitiva, optar entre una estabilidad casi horizontal entre dos
platillos –y los que existan- o la pervivencia de uno solo. Una sociedad
con abismos o con escalones; de privilegios o de derechos; con inclusión o con
exclusión; de iguales o de desiguales; de dispares o de parecidos. Esa es la primera decisión que debe tomar
un Estado y a partir de ahí se conforman los bandos. La confrontación entre
los que quieren uno u otro. El conflicto, que tanto asusta. Las acciones y las
reacciones. Esa toma de posición
inevitable es el punto de partida para la generación de las ideologías. Ni
más ni menos.
Posiciones ideológicas que se disparan a cada paso,
ante toda decisión, ante un nuevo problema. Que seleccionan aliados,
adversarios, socios y confidentes. Que construyen un imaginario, un discurso,
un relato fundacional. Que generan
causas y motivos; héroes, mártires y villanos; banderas y cánticos. Bandos,
lados, polos o como quiera llamárselos. Partidos, frentes o movimientos. Y el primer paso define el camino. Esa
primera huella sugiere las siguientes, y también la meta.
Por eso
muchos se niegan a hablar sobre esa pisada primigenia, porque así delatarían el
tipo de equilibrio que pretenden alcanzar. Por eso se disfrazan, actúan,
recitan; prometen generalidades y auguran catástrofes. Por eso esconden sus pasiones y exageran su discreción. Por eso
gambetean preguntas y balbucean respuestas. Por eso se acoplan hasta la obscenidad. Por eso se exponen al
ridículo. Porque no pueden confesar qué tipo de sociedad quieren: si con
abismos o con escalones, con redistribución o con exterminio, con privilegios o con derechos, con
ciudadanos o con individuos.
Por eso los candidatos opositores parecen más adecuados para dictar un curso de
autoayuda que para ocupar una banca en el Congreso. Por eso prometen más
rechazos que propuestas. Mientras
afirman no apelar a los slogans vacíos, apelan a los slogans vacíos. Para
seducir a un electorado irascible que supieron construir, juran oponerse a una
re re que La Presidenta no quiere. Nada dicen del espionaje, del lavado de
dinero, de la JP Morgan, del maltrato europeo a Evo Morales. Sólo hablan de la
reforma, que significaría dar un adiós
definitivo al país neoliberal. Quizá temen que ese adiós los abrace también
a ellos. CFK afirmó muchas veces que no le interesa seguir en la presidencia. Y
lo ha dicho de muchas maneras. "Ya
dije que no soy eterna, que se queden todos tranquilos –reiteró en Río
Gallegos- ahora tenemos que pasarles la
posta porque estamos viejos y cansados y otros tienen que seguir
adelante". Cristina está segura
del camino emprendido, de sus logros y beneficios. Y sabe el país que
quiere. "El futuro es nuestro porque hemos logrado construir una
conciencia colectiva en todos, sobre todo en los niños y en los jóvenes, de
que es posible que todos tengamos las mismas oportunidades y derechos". Ese
es el país que quiere y éste es el lado desde el que se construye. Lo otro es el otro lado.
Mirá que se ha escrito sobre este tema:"Lo que divide no es la política sino la economía":Dante Palma Edgardo Mocca, Spilimbergo, pero esto tuyo crispa en el mejor de los sentidos,por su claridad, por su fuerza.Esta sinopsis: VERY GROSSO diría la presi!!!
ResponderBorraropiniondeandrea.blogspot.com.ar