A medida que se
acerca la fecha de las PASO, recrudece
la fiereza de las operaciones mediáticas para reforzar la campaña. En
realidad, la cruzada está saborizada con
estos condimentos que la vuelven más picante. Pero el bombardeo es tan
constante que nadie se salva del estiércol con que confeccionan las bolas. O
bolazos, para ser más precisos. Aunque la fábula de Pedro y el lobo sobrevuela
estas líneas, la moraleja no hace mella
en los que aún confían ciegamente en los libelos cotidianos. A pesar de que
la tecnología ha aportado herramientas suficientes para acceder a otras fuentes
de información y encontrar otras versiones de los hechos, por imposibilidad o
por pereza, muchos absorben titulares amañados y los convierten en norma. Pero lo más grave es que algunos
periodistas y casi todos los pre-candidatos del arco opositor se transforman en
repetidores automáticos de tales engendros. De esta manera, legitiman
imprecisiones, vaguedades y mentiras que, en el mejor de los casos, confunde a
buena parte de la población. Más los candidatos que los periodistas tienen la
responsabilidad de conformar un grupo de seguidores que se sienta representado
por las ideas que portan. Si éstas están
fundadas en hechos inexistentes, prejuicios, engaños o falaces conclusiones, el
resultado puede ser funesto.
Que un votante se
acerque a las urnas con la información
precisa para comprender lo necesario para mejorar el estado de cosas y
evaluar las propuestas de cada candidato es
el escenario ideal de una sociedad democrática. Pero, por supuesto, no es
así. En parte, porque aún hay muchos individuos que rechazan todo lo vinculado
con la política. La prédica todavía
efectiva sobre la suciedad del ambiente conduce a construir un clima de
desconfianza. De manera inevitable, la conclusión a que llega el votante
desinteresado es que todos son iguales. Una persistente estrategia de los personeros
del establishment para preservar el estado de las cosas. Porque el pensar
político debe estar encaminado a mejorar las condiciones de vida de todos los
integrantes de una sociedad. Como los dueños del Poder Fáctico no desean ningún
cambio que afecte sus privilegios, apelan
a reforzar el discurso de la no-política, plagado de mensajes lavados,
desideologizados, confusos.
Un claro ejemplo
de esto es el spot publicitario del candidato socialista de Santa Fe, el ex
gobernador Hermes Binner. La parrilla
con los chorizos con nombre de amigos que van desapareciendo por culpa de la
política es una muestra del extravío de una fuerza que se dice progresista. La síntesis argumental: la
política no debe desunirnos. Un mensaje un tanto ingenuo que conduce a pensar que todos debemos estar de acuerdo en la manera de transformar la sociedad.
Algo imposible, vale aclarar. Sobre todo
cuando los intereses sectoriales –mezquinos, en gran parte- se interponen en
tan noble objetivo. Desde el
discurso opositor, es el kirchnerismo el que provoca la enemistad. Un cuento un
poco tontuelo que sugiere la historia de un país cuya armonía y feliz
convivencia se ve alterada por la irrupción de unos invasores pendencieros. Un
argumento falaz que omite la explosión de 2001, la entrega noventosa y el golpe
de Estado de 1976, para no incursionar más atrás; que no incluye a los constructores de la desigualdad como enemigo
principal; que considera el conflicto como problema y no como tránsito
hacia la transformación.
Otro elemento del
spot es la utilización de chorizos y panes, en una clara referencia al cotidiano prejuicio de los choripanes
movilizadores y compra-votos. Podrían haber pensado en cafés, por ejemplo.
O un asado cada vez menos nutrido. Pero no: usaron los chorizos como una
metáfora despreciable. Tan despreciable
como jugar con la idea de la desaparición de personas, tema por demás de
doloroso en nuestra historia. En fin, una pequeña muestra del resultado al
que se llega por no pensar políticamente en una campaña electoral.
Pero éste es sólo
un caso de discurso no-político. Más por
conveniencia que por convicción, muchos candidatos cayeron en la trampa de ponderar hasta el exceso la AUH. Tanto
que, en muchos de ellos, parece increíble tanta simpatía por una medida tan
efectiva para acelerar la inclusión. Sobre todo si tenemos en cuenta que el
dinero que se distribuye con ese beneficio debe salir de algún lado. Y Ese
Lado es el que siempre se resiste a compartir sus cuantiosas ganancias.
Pero la trampa en que caen no es sólo esa. La AUH surge de la necesidad de
asegurar un ingreso para los menores con padres desocupados o con trabajo
informal. Eternizar esta asignación
sería el resultado de no transformar las condiciones laborales de la economía
doméstica. La AUH, entonces, debe ser considerada como un paliativo en la
emergencia y no como algo permanente. Quienes
aseguran no tocarla están prometiendo no profundizar en la distribución del
ingreso. Lo ideal sería que la AUH no sea necesaria y para ello hay que
diseñar un escenario que incluya en el trabajo a todos los ciudadanos en
condiciones de hacerlo en plena formalidad. Y eso requiere un compromiso de
gestión que muchos no están dispuestos a asumir, porque para eso hace falta enemistarse con los que quieren que el país
esté al servicio de sus arcas.
Ningún candidato
en su sano juicio considera oponerse a las medidas de inclusión, salvo que
estén guiados por un descomunal prejuicio. Pero
para redistribuir hace falta recaudar; para equilibrar, los que más tienen
deben ceder una parte. De manera voluntaria o compulsiva, pero es
imperativo que lo hagan. Y la resistencia genera el conflicto, porque el Estado
es quien debe garantizar los recursos para lograr la movilidad ascendente. Los
fondos no brotan de las paredes de las bóvedas con que muchos alucinan: surgen de la transferencia de recursos de
los que más tienen hacia lo que menos tienen.
En breve se podrá
apreciar la coherencia de todos los que aplauden las medidas inclusivas, pero se convierten en cancerberos del
establishment a la hora de buscar los fondos. El diputado del FPV, Héctor
Recalde tomó la iniciativa de presentar en el Congreso un proyecto para gravar
la renta financiera. “Tenemos conciencia
de que estamos enfrentando a la patria financiera –explicó- son los mismos intereses que desestabilizan
gobiernos y sabemos las presiones a las que nos exponemos". No es poco lo que está en juego: algunos
expertos calculan que el Estado podría sumar entre 6 mil y 17 mil millones de
pesos al año. Una cifra que alcanzaría para distribuir el bienestar que
muchos, todavía, no conocen; que permitiría incentivar el desarrollo tan
necesario; que serviría para profundizar el proyecto que comenzó hace diez
años. No es momento para entretenernos
con cortos publicitarios adornados con floridas promesas de amor. Es el
tiempo de la política y no de los teleteatros.
Excelente columna!!
ResponderBorrarAbrazo
Gracias, Javier. Un placer reencontrarnos por este medio. Un abrazo.
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