lunes, 22 de julio de 2013

Una campaña con chorizos y teleteatros



A medida que se acerca la fecha de las PASO, recrudece la fiereza de las operaciones mediáticas para reforzar la campaña. En realidad, la cruzada está saborizada con estos condimentos que la vuelven más picante. Pero el bombardeo es tan constante que nadie se salva del estiércol con que confeccionan las bolas. O bolazos, para ser más precisos. Aunque la fábula de Pedro y el lobo sobrevuela estas líneas, la moraleja no hace mella en los que aún confían ciegamente en los libelos cotidianos. A pesar de que la tecnología ha aportado herramientas suficientes para acceder a otras fuentes de información y encontrar otras versiones de los hechos, por imposibilidad o por pereza, muchos absorben titulares amañados y los convierten en norma. Pero lo más grave es que algunos periodistas y casi todos los pre-candidatos del arco opositor se transforman en repetidores automáticos de tales engendros. De esta manera, legitiman imprecisiones, vaguedades y mentiras que, en el mejor de los casos, confunde a buena parte de la población. Más los candidatos que los periodistas tienen la responsabilidad de conformar un grupo de seguidores que se sienta representado por las ideas que portan. Si éstas están fundadas en hechos inexistentes, prejuicios, engaños o falaces conclusiones, el resultado puede ser funesto.
Que un votante se acerque a las urnas con la información precisa para comprender lo necesario para mejorar el estado de cosas y evaluar las propuestas de cada candidato es el escenario ideal de una sociedad democrática. Pero, por supuesto, no es así. En parte, porque aún hay muchos individuos que rechazan todo lo vinculado con la política. La prédica todavía efectiva sobre la suciedad del ambiente conduce a construir un clima de desconfianza. De manera inevitable, la conclusión a que llega el votante desinteresado es que todos son iguales. Una persistente estrategia de los personeros del establishment para preservar el estado de las cosas. Porque el pensar político debe estar encaminado a mejorar las condiciones de vida de todos los integrantes de una sociedad. Como los dueños del Poder Fáctico no desean ningún cambio que afecte sus privilegios, apelan a reforzar el discurso de la no-política, plagado de mensajes lavados, desideologizados, confusos.
Un claro ejemplo de esto es el spot publicitario del candidato socialista de Santa Fe, el ex gobernador Hermes Binner. La parrilla con los chorizos con nombre de amigos que van desapareciendo por culpa de la política es una muestra del extravío de una fuerza que se dice progresista. La síntesis argumental: la política no debe desunirnos. Un mensaje un tanto ingenuo que conduce a pensar que todos debemos estar de acuerdo en la manera de transformar la sociedad. Algo imposible, vale aclarar. Sobre todo cuando los intereses sectoriales –mezquinos, en gran parte- se interponen en tan noble objetivo. Desde el discurso opositor, es el kirchnerismo el que provoca la enemistad. Un cuento un poco tontuelo que sugiere la historia de un país cuya armonía y feliz convivencia se ve alterada por la irrupción de unos invasores pendencieros. Un argumento falaz que omite la explosión de 2001, la entrega noventosa y el golpe de Estado de 1976, para no incursionar más atrás; que no incluye a los constructores de la desigualdad como enemigo principal; que considera el conflicto como problema y no como tránsito hacia la transformación.
Otro elemento del spot es la utilización de chorizos y panes, en una clara referencia al cotidiano prejuicio de los choripanes movilizadores y compra-votos. Podrían haber pensado en cafés, por ejemplo. O un asado cada vez menos nutrido. Pero no: usaron los chorizos como una metáfora despreciable. Tan despreciable como jugar con la idea de la desaparición de personas, tema por demás de doloroso en nuestra historia. En fin, una pequeña muestra del resultado al que se llega por no pensar políticamente en una campaña electoral.
Pero éste es sólo un caso de discurso no-político. Más por conveniencia que por convicción, muchos candidatos cayeron en la trampa de ponderar hasta el exceso la AUH. Tanto que, en muchos de ellos, parece increíble tanta simpatía por una medida tan efectiva para acelerar la inclusión. Sobre todo si tenemos en cuenta que el dinero que se distribuye con ese beneficio debe salir de algún lado. Y Ese Lado es el que siempre se resiste a compartir sus cuantiosas ganancias. Pero la trampa en que caen no es sólo esa. La AUH surge de la necesidad de asegurar un ingreso para los menores con padres desocupados o con trabajo informal. Eternizar esta asignación sería el resultado de no transformar las condiciones laborales de la economía doméstica. La AUH, entonces, debe ser considerada como un paliativo en la emergencia y no como algo permanente. Quienes aseguran no tocarla están prometiendo no profundizar en la distribución del ingreso. Lo ideal sería que la AUH no sea necesaria y para ello hay que diseñar un escenario que incluya en el trabajo a todos los ciudadanos en condiciones de hacerlo en plena formalidad. Y eso requiere un compromiso de gestión que muchos no están dispuestos a asumir, porque para eso hace falta enemistarse con los que quieren que el país esté al servicio de sus arcas.
Ningún candidato en su sano juicio considera oponerse a las medidas de inclusión, salvo que estén guiados por un descomunal prejuicio. Pero para redistribuir hace falta recaudar; para equilibrar, los que más tienen deben ceder una parte. De manera voluntaria o compulsiva, pero es imperativo que lo hagan. Y la resistencia genera el conflicto, porque el Estado es quien debe garantizar los recursos para lograr la movilidad ascendente. Los fondos no brotan de las paredes de las bóvedas con que muchos alucinan: surgen de la transferencia de recursos de los que más tienen hacia lo que menos tienen.
En breve se podrá apreciar la coherencia de todos los que aplauden las medidas inclusivas, pero se convierten en cancerberos del establishment a la hora de buscar los fondos. El diputado del FPV, Héctor Recalde tomó la iniciativa de presentar en el Congreso un proyecto para gravar la renta financiera. “Tenemos conciencia de que estamos enfrentando a la patria financiera –explicó- son los mismos intereses que desestabilizan gobiernos  y sabemos las presiones a las que nos exponemos". No es poco lo que está en juego: algunos expertos calculan que el Estado podría sumar entre 6 mil y 17 mil millones de pesos al año. Una cifra que alcanzaría para distribuir el bienestar que muchos, todavía, no conocen; que permitiría incentivar el desarrollo tan necesario; que serviría para profundizar el proyecto que comenzó hace diez años. No es momento para entretenernos con cortos publicitarios adornados con floridas promesas de amor. Es el tiempo de la política y no de los teleteatros.

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