La llegada de la primavera no
desalentó los intentos carroñeros por
marchitar todas las flores. Desesperados por horadar la fortaleza del
Gobierno Nacional, difunden por todos sus medios las mentiras más infames. Ingenuas,
también. El objetivo es despertar al
cacerolero dormido, a fuerza de manipular su ya confundida sesera. Todavía
siguen insistiendo con el aislamiento del mundo, la alienación de La
Presidenta, la prepotencia choripanera de La Cámpora, la crisis inminente que
nunca llega y el dólar blue que quiere hacer blanco en el Arsat cuando alcance
la estratósfera. Claro, sus candidatos no miden como esperaban y nada logrará
que se amalgamen en un cóctel indigerible para derrotar al kirchnerismo en las
elecciones presidenciales. Tanta
comparación con Venezuela y no les da el cuero para intentar la gran Capriles. En algún momento, va a saltar el imperativo de conformar una
alianza indefinible que logre la sucesión en 2015 para conducir al país a los
abismos de antaño. Mientras tanto, siguen arrojando dardos con la esperanza de
desgastar la imagen de CFK. Y no aciertan un tiro.
Porque parece que mientras más estiércol arrojan los agoreros,
Cristina brilla mejor. No sólo para sus representados sino para todos los
que se cruzan con ella. Francisco la invita a almorzar no para apuntalar la gobernabilidad, como
vociferaron los peleles del establishment, sino para hablar del conflicto que
Argentina mantiene con los fondos buitre. No
para darle benditos consejos sino para que lleve su voz papal a la Asamblea
Anual de la ONU y al Consejo de Seguridad. Que el Papa la elija como emisaria
es una dolorosa patada para los opositores. Ellos que lo consideraban un
aliado, se toparon con una realidad que los descoloca: ya no es el Bergoglio
que les daba letra desde la Catedral Metropolitana, sino un Francisco que hasta parece nac&pop.
La visita posterior a Nueva
York también consiguió descolocar los intentos por desprestigiar a la
delegación argentina. Mientras desde los medios opositores cuestionan el número
de integrantes de la comitiva, las voces consultadas por ellos mismos los dejan
fuera de juego. Que menos de treinta
personas acompañen a La Presidenta no es algo escandaloso, sino, por el
contrario, una cantidad austera. Que Ban Ki-moon se haya reunido con
Cristina 20 minutos para los voceros del establishment es poco, pero son cinco
más de los que concede habitualmente el Secretario General de la ONU. Que
nuestra batalla con los buitres haya recibido el apoyo de los representantes gremiales de los países que rechazaron
la necesidad de controlar el mercado financiero es para ellos un dato
menor, digno de no mencionarse. Y que traten de presentar como buitre al multimillonario George Soros
es otra muestra de impotencia. No importa el ridículo al que se expongan porque
lo esencial es fustigar el humor de su
público para que pueda transformarse en un manojo de peones en esta feroz
campaña de deslegitimación de un gobierno democrático.
Más
manipulaciones para este boletín
Algunos
se enganchan en ese anzuelo y van por la calle refunfuñando y repitiendo las
consignas falaces que escucharon minutos antes por la tele. Más que ganas de
responder, despiertan pena porque
recitan las sandeces más insostenibles, ésas que se desmoronan con una sola
mirada. Todavía algunos protestan, muy sueltos de cuerpo, porque no se puede salir del país. Y
despotrican contra Boudou, Kicillof y Capitanich sólo porque los estelares periodistas que ven a diario
en las pantallas se burlan de ellos. Hasta creen que estamos atravesando la
peor crisis de nuestra historia. Alguna vez, estos comunicadores deberán rendir cuentas porque deformar tanto la
opinión pública pisotea el derecho a la
información y significa un menosprecio a la libertad de expresión.
Sin
dudas, los medios de comunicación contribuyen al estado de ánimo de los
integrantes de una sociedad. Semejante rol exige un actuar responsable, algo
que los medios hegemónicos omiten sin
pudor. En algún momento de la historia reciente, periodistas, intelectuales
y analistas lograron convencer a los consumidores de que están en este mundo sólo para estar en contra. Cualquier palabra
favorable puede aniquilar esos nobles
fines. Por eso, si no hay malas noticias, habrá que inventarlas. Si se producen hechos positivos habrá que
forzar la reconstrucción para volverlos inadmisibles. Y si esto no es
posible, habrá que ocultarlos.
Los
primeros pasos del periodismo se orientaron a brindar protección y voz al ciudadano indefenso ante los abusos del
poder político y económico. Con el paso del tiempo, descubrieron que esa
actitud podía ser heroica pero no
llenaba sus bolsillos. Por eso, ahora se han transformado en voceros del
establishment para denunciar los intentos del Estado de alcanzar un modesto
equilibrio en la sociedad. No tiene nada de malo que defiendan intereses
minoritarios, lo grave es que disfracen
su accionar como tutela al ciudadano. Y lo peligroso, que algunos
individuos estén convencidos de esto. Nunca hay que olvidar los miles de
caceroleros que ponían sus utensilios al
servicio de la mezquindad de los estancieros. Siempre debe estar presente
en nuestra memoria ese despliegue de odio y prejuicios para salvaguardar la
angurria de unos pocos. En un póster debe estar esa foto de los individuos que clamaban por los dólares para facilitar
la acumulación de los que producen todas las desigualdades.
Para
decirlo con cierta claridad: proteger a
los ricos es multiplicar la cantidad de pobres. Lo que sobra a los que más
tienen ocasionó la carencia de los que menos tienen. Hay una relación de causalidad entre los primeros y los últimos deciles
de la pirámide social. Y el Estado debe poner freno al crecimiento de los
privilegiados para garantizar el bienestar de los más desposeídos. Limar la punta para expandir la base.
Sólo así se tiende a la equidad. ¿A cuántos habrá dejado en el camino el que
ostenta una fortuna descomunal? De una vez por todas, debemos comprender que el vaso nunca se llena y sólo gotea un poco
mientras se ocupan de alargarlo.
Las
leyes en defensa del consumidor constituyen un intento de contener la angurria
de los formadores de precio. Y es mentira lo de Argenzuela. En casi todos los países, las grandes empresas tienen
límites a sus ganancias. Pretender una
rentabilidad superior al diez por ciento es considerado delito en los países
del llamado primer mundo. En el último año, las principales cadenas de
supermercado argentinas superaron el 100 por ciento. Una estafa monumental que
vulnera el bolsillo, que es la propiedad
privada del consumidor. Pensar que algunos periodistas y opinólogos avalan
este latrocinio no puede producir más que asco. Debería considerarse apología del delito salir en defensa de estos
timadores. Más grave aún es que diputados y senadores hayan votado en
contra de esas normas, a sabiendas de que lo hacían contra los intereses de
sus representados. Sólo para agradar a
los integrantes del Círculo Rojo, que ostenta ese color por su peligrosidad
y no por su simpatía a las ideas marxistas.
Pero
hay más. Porque muchos de estos personajes también expusieron su ya malograda imagen para sumarse a la embestida de los
buitres. Y lo siguen haciendo. Mientras la posición del Gobierno Nacional
recibe el apoyo de 124 países en la ONU, de los representantes de 180 millones
de trabajadores, de economistas, periodistas, analistas y hasta del propio
Papa, los miembros de la oposición
dejaron en soledad al oficialismo y sus aliados en la defensa de la soberanía.
Bueno, si decidieron comenzar la campaña con tanta anticipación sin otra
propuesta más que denostar todo lo que se hace, que no se quejen si los números no son favorables. Si en lugar de
diseñar una alternativa de país, pergeñan su destrucción, que no protesten por la poca repercusión que logran. Si decidieron
operar en defensa de privilegios y no de la conquista de derechos, que no se lamenten por la soledad que los
rodea.
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