La última sesión del Senado estuvo atravesada por los intentos de la oposición
para deslegitimarla. La excusa fue la presencia de Amado Boudou que, por
ley, debe presidir cada encuentro, a pesar de las embestidas periodísticas.
Pero los monigotes que ocupan las bancas en sintonía con los medios
hegemónicos, respetuosos de las
instituciones, pisotean todo principio
de inocencia y quieren contribuir al linchamiento. El verdadero motivo es
que ya han renunciado a la función de gobernar, lo que significa un avasallamiento
de la Constitución; quieren que todo se desmadre, porque sólo una crisis permitirá el retorno de los modelos importados
que tanto pregonan; y porque no tienen nada para proponer, por más que se
aborden temas cruciales. Lo que no advierten es que están generando una crisis
de representatividad: lejos de ser la voz de los ciudadanos, son los voceros
del establishment. En lugar de actuar en
defensa de los intereses de la mayoría, protegen los privilegios de una
perniciosa minoría. Con todo esto, están dejando solo al oficialismo como
un ardid más en su estrategia de desgaste y de manera irresponsable contribuyen a los sueños destituyentes de los
patricios.
Ya está dictaminado por el establishment y sus
operadores están instalando la idea: CFK
no debe terminar su mandato. Grandes empresarios y medianos especuladores
están haciendo lo que siempre han hecho cuando se quieren sacar de encima un gobierno: juegan con el dólar, esconden
la mercancía, multiplican los precios, suspenden o despiden trabajadores, lagrimean
y amenazan frente a las cámaras, pronostican la debacle, asustan al público. Los que provocaron la crisis de 2001,
en los primeros tiempos del kirchnerismo se mostraban solícitos para no ser
blanco de dedos acusadores. Ahora que han crecido y fugado divisas como nunca
gracias a este proyecto que ha sacado las papas que ellos arrojaron al fuego,
se transforman en fieras voraces con las
fauces apuntadas al modesto bienestar que estamos logrando. Sin dudas, los
ricos son muy ingratos.
Esta vez no nos pueden ganar, por más que gran
parte de la oposición les haga el juego. Parece
mentira que, en nombre de la República, contribuyan a socavar la legitimidad de
un gobierno elegido por el voto popular. La escenita que montaron el
miércoles en el Senado para exigir el
paso al costado del Vicepresidente -más víctima de una venganza corporativa
que de un proceso judicial- buscaba
colocar en segundo plano los dos trascendentes proyectos que se estaban por
debatir. Según amenazan, repetirán los mismos gags durante el resto del
año. El radical Gerardo Morales consideró que la presencia de Boudou “entorpece el funcionamiento de esta
Cámara”. Para ser honestos, lo que
entorpece el funcionamiento parlamentario es la renuncia al debate y a la
representación de la ciudadanía.
De
opositores seriales a traidores compulsivos
Con buena voluntad, se puede entender que algunas
fuerzas políticas planteen reparos a la Ley de Abastecimiento y defensa de los
consumidores. En este caso, la discusión
pondrá en juego los posicionamientos ideológicos: los que repudian la intromisión
del Estado en la economía y los apologistas del intervencionismo. Los primeros
nunca se han quejado de los créditos, exenciones impositivas, subsidios, infraestructura
para facilitar el crecimiento de grandes, medianos y pequeños emprendimientos. Por si no se han enterado, eso también es
intromisión del Estado en la economía. Claro, lo que pasa es esos senadores
representan a los que quieren compartir
las pérdidas, pero no las ganancias. El Estado tiene que garantizar la
acumulación de estos individuos y de ninguna manera poner límites. Los
segundos, por el contrario, consideran
que el Estado debe defender a los más vulnerables del abuso de los poderosos
y eso es lo que plantea el proyecto oficial que se ha aprobado en el Senado.
A diferencia de lo ocurrido con la LSCA o con la
expropiación de YPF, en la oposición no hubo fisuras: todos votaron en contra, no sea cosa de desatar la furia del amo. En esto no hay simulación
posible porque la iniciativa está apuntada a regular la tasa de rentabilidad de
las grandes empresas, las que son formadoras de precio. Unas pocas, apenas un uno por ciento que altera nuestras compras y
saquea nuestras billeteras. Así que los que argumenten en defensa de los
pequeños y medianos emprendimientos estarán mintiendo con descaro. Quien ponga como ejemplo el caso del kiosco
de la esquina, peca de ignorancia o abusa de su cinismo.
La oposición al otro proyecto resulta más
sorprendente. La Ley de Pago Soberano tiene como objetivo eludir el caprichoso fallo del juez Griesa para cumplir con los
bonistas del canje que deseen cobrar sin amenazas coloniales. No soluciona el
conflicto con los buitres, aunque ofrezca la posibilidad de que se sumen al
92,4 por ciento que aceptó la re-estructuración de la deuda. Con los buitres, no hay negociación posible,
porque aceptar sus demandas nos convertiría en víctimas de una extorsión,
además de desbarrancar nuestra economía
por muchas décadas. Si la justicia yanqui nos puso entre la espada y la
pared, en lugar de contribuir a derrumbar el muro, estos senadores ayudan a
empujar la espada. Eso es lo que han hecho al oponerse a esta ley: no es una cuestión de ideología, sino de
patriotismo. Y estas cosas no deben olvidarse.
La palabra fracaso
circuló entre los discursos opositores. ¿Acaso es un fracaso propio la
interpretación capciosa de la cláusula pari
pasu? ¿O para ellos la víctima es
culpable del ataque padecido? Y muchos de los que usaron ese término fueron
funcionarios de los gobiernos que provocaron la gran crisis de principios de
siglo. Si estamos en este conflicto es
gracias al fracaso del modelo noventoso que quieren restaurar. Entonces,
además de traidores a la patria, son unos tremendos hipócritas. Y algo
caraduras, también, porque pretenden dar
cátedra sobre aquello que no supieron solucionar. Por el contrario, han
desencadenado una catástrofe histórica y ahora se lavan las manos.
Las situaciones límite siempre contribuyen a
conocer mejor a las personas. En este caso, a los representantes. Tal vez los
senadores que tantos dicterios destinaron a los oficialistas estén especulando con la amnesia de los
argentinos y piensen que esta traición les arrimará algunos votos. Ya no
debe haber desmemoria entre nosotros, porque eso nos conduciría a una nueva
derrota. Y de esas malas experiencias
nos cuesta mucho recuperarnos. Por eso, lo mejor será que estos cancerberos
queden cada vez más solos, amontonados en las madrigueras pestilentes de los
carroñeros que quieren recuperar el poder.
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