Extemporáneo
como siempre, Luis Barrionuevo recuperó notoriedad gracias a sus profecías
agoreras. Más que advertencias, parecieron amenazas. Desde hace un tiempo, algunos oscuros personajes celebran la
llegada del fin de año con saqueos y revueltas, que pasan tan
desapercibidas como un encontronazo entre perros callejeros. Y el gastronómico
que jamás ha pisado una cocina está cursando las invitaciones a la fiestita. Tal vez se adelanten, porque
están muy ansiosos de que todo termine. No
sólo el año, sino el gobierno de CFK y el kirchnerismo en su conjunto. Estos
individuos nefastos organizan, cada tanto, estos petarditos con pretensiones de
estallido, pero apenas logran protagonizar algunas patéticas escenas de
violencia histérica que serán magnificadas por los medios hegemónicos,
verdaderos organizadores de la celebración.
El plan es claro: como el
establishment está desesperado por recuperar el control del país, trata de
imponer sus candidatos a fuerza de fabricar catástrofes. Lo han hecho desde
1930 con los golpes militares. Y lo han repetido en 1989 y en 2001, sin brazos
ejecutores pero con mucha fuerza especulativa. Y lo quieren volver a hacer. La gran diferencia es que ya los conocemos
y esta vez no estamos dispuestos a dejar que nos pisoteen.
El
golpe del ’76 fue distinto a los anteriores porque se tomaron medidas drásticas para que no sea necesario ninguno más. Por eso el
genocidio. Sus ideólogos buscaron
disciplinar a la sociedad para que acepte un modelo que de ninguna manera la
beneficiaba. El dólar barato y las altas tasas de interés facilitaron la
bicicleta financiera, lo que instaló la pulsión de multiplicar fortunas con
poco esfuerzo. La importación de baratijas sirvió como zanahoria para
entretener a las masas, mientras los más
audaces llenaban sus arcas a fuerza del vaciamiento público. Y del
desmantelamiento de la industria, vale recordar. Ahí comenzó lo que terminó en 2001, con un estallido social de verdad. Y
eso es lo que quieren reeditar los que no se adaptan a los nuevos tiempos: una
revuelta popular que permita la restauración neoliberal.
Todavía
nos estamos recuperando de tantas décadas de estropicio y ya quieren retornar.
Como si dijeran: terminen de arreglar que
ya tenemos ganas de volver a romper. Eso es lo que llaman alternancia, un
concepto político que garantiza la salud del sistema democrático. Pero la alternancia se conquista, no se
decreta y no debe ser aprovechada para convertir al país en una montaña
rusa, sino para garantizar un ascenso permanente. Nada de lo que proponen los
voceros del establishment significará un beneficio para la mayoría, sino todo
lo contrario, aunque lo disfracen como quieran. Y lo saben, por eso apelan a sus tretas más perversas
para construir un escenario de caos que haga necesaria una nueva solución drástica. Quizá por eso, y como anticipo de
temporada, estarán entrenando algunos modelitos
para que provoquen un par de disturbios etílicos durante el picnic de la
primavera. Pero no mucho más porque no les da el cuero.
La palabra en disputa
El
primer discurso público de Máximo Kirchner ante una multitud militante parece
alterar el ánimo de los agoreros. No porque teman que sea el próximo
presidente, sino porque escuchar su voz
destruye la imagen atroz que de él habían construido. En el programa humorístico
de Jorge Lanata diseñaron la caricatura del hijo de dos presidentes –los
mejores que hemos tenido- como un tardío adolescente bobalicón, gordo, drogón y
pegado a la play. En el portal de
Clarín, el manipulador titular de la
noticia mostraba a un personaje que exigía el pisoteo institucional para clamar
por una nueva reelección de su madre. Los comentarios de los lectores no
eran más que la expresión del prejuicio, incrementado por las maniobras
constantes de ese medio. Eso es lo que interpretaron de esta frase: “si están tan interesados en terminar con el
kirchnerismo, por qué no compiten con Cristina, le ganan y sanseacabó”. Claro,
les conviene más atacar la literalidad de la frase que vérselas con la metáfora.
Porque esa frase es una invitación a
hacer política en serio, en lugar de vociferar dicterios y recitar consignas
irrealizables y mentirosas.
Algo
parecido ocurrió con la sencilla opinión vertida por Víctor Hugo Morales en
referencia a las Villas. La dignidad del
pobre rompe con la estigmatización construida desde los medios hegemónicos.
Si bien enoja mucho que se hayan ensañado con El Charrúa, es una muestra auspiciosa de que están perdiendo la batalla, si
destinan sus dardos a estas minucias. Antes fue Damián Szifrón, después
Pablo Rago, ahora Víctor Hugo y será cualquiera que se atreva a pronunciar una
palabra amable hacia el kirchnerismo. El
funesto modelo que defienden los agoreros resulta ahora tan insostenible que
cualquier palabra deja al descubierto su vileza.
Si prestamos atención, sus principales
dicterios tienen como blanco a los que se atreven a romper con el discurso
otrora dominante. No les molesta cualquier palabra, sino aquélla que pone en cuestión las verdades de antaño. Por
eso denuestan la ideología y desprecian la mirada histórica. Extrañan los
tiempos en que el neoliberalismo era sentido común. Ahora que no es más que un modelo contrapuesto no saben cómo defenderlo.
En la asamblea de la ONU, donde se decidió por abrumadora mayoría la necesidad
de regular al mercado financiero, la delegada de Canadá consideró que ese tema no debía politizarse sino quedar
en manos de expertos. La economía cavilada desde tecnicismos perversos y no
desde el pensar político, única garantía de la voz popular.
Y esta idea es la que tratan de remozar
los candidatos del Poder Fáctico, un
poco cansados porque han salido a pelear la campaña con inusitada antelación.
Envalentonados por lo que consideraron un anticipo del fin de Ciclo K, desde la finalización de las elecciones
legislativas del año pasado ya anunciaron su postulación a la presidencia. Sin muchas ideas pero con mucha presión,
realizan varios actos por semana con la intención de despertar, al menos, una
tímida adhesión de los votantes. Obedientes y desesperados, las caras visibles
y las máscaras impresentables de la dispersa oposición dicen presente en los medios
hegemónicos aunque no tengan demasiado para proponer, aunque deban opinar
sobre cualquier cosa que propongan los conductores del programa al que asisten.
El único requisito es que vomiten ante
los micrófonos injurias, mentiras y diagnósticos que perjudiquen lo más posible
la legitimidad de CFK y su equipo.
Generalmente,
los años no electorales deben destinarse al debate de ideas para seguir
construyendo un país. La premura de esa minoría patricia angurrienta y
antipopular convirtió a 2014 en una extensa campaña sin comicios a la vista. Lo
que debía comenzar en marzo de 2015 arrancó en noviembre del año pasado, con mucho frenesí pero nada de propuestas.
En realidad, desde el principio, los integrantes del Círculo Rojo apostaron a
una salida anticipada de La Presidenta y sus operadores actuaron en
consecuencia. Si las principales consultoras de opinión encuentran una sociedad
deprimida, es por el accionar pernicioso
de las propaladoras de estiércol, que insisten en montar un escenario caótico y
en dibujar la soledad del kirchnerismo. Lejos de eso, la adhesión a
Cristina sigue en punta y sus posibles sucesores encabezan las encuestas. Ninguno de los integrantes del casting opositor
está en condiciones de convocar multitudes fervorosas para que escuchen su
palabra, porque no la tienen. La han abandonado desde hace años por responder más a las demandas de los
destructores que a los requerimientos de los argentinos. Y eso, a mediano o
largo plazo, tendrá sus consecuencias.
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