Si
hay alguien que sabe perder votos es
la diputada por la CABA, Elisa Carrió. En las elecciones presidenciales de 2007
obtuvo más del 23 por ciento de los votos. Cuatro años después, menos del dos por ciento. Ahora sale a
dar cátedra sobre la representatividad, envalentonada
por las 581096 voluntades conquistadas en la CABA en las elecciones del año
pasado, lo que poco significa en relación al padrón general. Resentida como
pocas, debe considerar que la ciudadanía
no comprende su propuesta de gobierno y eso despierta su desprecio. “Scioli es la nada misma y es el que mejor
imagen tiene –analizó, sesuda- la gente que se siente nada, vota a nada y un ejemplo es Scioli”. Si
continúa menospreciando así a los votantes, cada vez conseguirá menos apoyo. ¿O
esto formará parte de su estrategia de campaña para el año próximo? Tal vez el
lema ya está elaborado: sea cualquier
cosa menos K. Extraña paradoja que alguien como ella, sin propuestas ni asistencia a las sesiones de la Cámara, sea la
que califique como ‘nada’ a los demás. Sobre todo a los ciudadanos, que son los
que deciden el destino del país.
Destino
del que ella se desentiende cuando ostenta asistencia perfecta sólo en los
medios hegemónicos, sobre todo TN, que es como su segundo hogar. Casi el
primero. Pero este texto no versará sobre los nuevos exabruptos de Carrió, sino de lo que se pierde por haber
renunciado a gobernar desde la banca que le ha brindado la voluntad popular.
Y no sólo ella, sino todos los diputados y senadores que se amontonan para
salir en la foto de los elegidos del establishment; los postulantes del casting para ejecutar los planes de una minoría que
quiere gobernar otra vez en su exclusivo beneficio. El requisito fundamental
es que digan cualquier cosa, que hablen del fracaso, que auguren abismos, que
reciten números alucinados e insultos inéditos. Que hagan cualquier cosa para horadar la legitimidad del gobierno de
CFK, como mentir descaradamente y pisotear la institucionalidad. Que
asusten, desmoralicen, demonicen, acomplejen. Que fustiguen, blasfemen,
denuncien, conspiren. Todo vale en esta
larguísima carrera presidencial, hasta desdeñar la soberanía y proteger
privilegios.
Aunque
la respuesta esté cantada, siempre vale
preguntarse qué hubieran hecho estos personajes en el conflicto con los fondos
buitre. ¿Someterse al caprichoso fallo del juez Griesa y regalar el futuro
del país o desafiar el poder
imperialista de la justicia del Norte depositando los fondos a los bonistas
para ver cómo se desesperan los buitres? ¿Hubieran suplicado una humillante
negociación o propuesto una ley soberana
para eludir la injusta sentencia? ¿Hubieran aceptado la presión del que
oficia como embajador yanqui o le hubieran marcado los límites? Algunos podrán
pensar que en la defensa de la soberanía no debería entrar en juego ningún
posicionamiento ideológico. De ser así, la respuesta a esta serie de dilemas
los dejaría muy mal parados: si optan
por el primer término de estas disyunciones, revelarían que la independencia de
nuestro país les importa un comino. Y si no es así, si elegir el primer
término es coincidente con las ideas que portan, también quedan mal parados, porque ese ideario nos conduciría a un país
colonial, explotado y empobrecido. Todavía no han advertido que garantizar
los privilegios de una minoría no nos conducirá nunca a un país más justo.
Los erráticos opositores
Y
esto también lo demuestran a la hora de tomar sus decisiones y opinar sobre otras
políticas de Estado. Mientras por un lado destilan lágrimas artificiosas al
hablar de la pobreza, por el otro
vomitan improperios sobre las iniciativas de inclusión, sobre todo las
económicas. A la vez que claman por la necesidad de inversiones, omiten denunciar a los que fugan divisas
hacia cuentas en el extranjero. Si en una toma denuncian la inflación, en
la siguiente rechazan la necesidad de controlar a los formadores de precios. Si
de perfil exigen que se incrementen las exportaciones, de frente defienden a los estancieros que acumulan granos en los
gusanos gigantes. Analizar este juego de ideas contrapuestas que conviven
en una misma cabeza nos llevaría más allá de un análisis político o filosófico
y se corre el riesgo de quedar
empantanados en el terreno de la psiquiatría.
Para
evitar estos peligros, podríamos intentar con la dramaturgia, la sofística o la
mutación de las especies. Y si eso no nos satisface, siempre aporta recurrir a
los diferentes modelos de análisis comunicacional. Todo sendero nos conducirá
más o menos a lo mismo. Si una persona
piensa de manera tan contradictoria no sabe lo que quiere. Si no es así, está
simulando. No está considerando un problema para buscar una solución sino para mostrar su posición contraria a
todo lo que proponga, decida, sugiera el Gobierno Nacional. Una actitud
peligrosa de la que sólo resulta la disolución social, eso que algunos llaman la grieta. Hendidura que deja cada vez
más pequeña la otra parte, la que habitan esos individuos que se niegan a la reconstrucción de Argentina
y quieren sus bienes sólo para sí mismos. En ese peñasco oscuro, se
amontonan los que farfullan y protestan cuando se conquistan derechos a costa
de limar apenas sus cuantiosos privilegios y contener sus destructivos
intereses.
Desde
la demonizada Formosa, La Presidenta mostró otra postal: un multitudinario público
alegre y consustanciado, compuesto por
ciudadanos con nuevos derechos y dignidad en construcción. “Los dirigentes del proyecto político que
hoy gobierna la Argentina podemos hablar más de media hora contando todo lo que
hicimos sin criticar a nadie”, confesó CFK. Esa es la Palabra que molesta a los detractores, la que explica, la que
se compromete, la que denuncia. Ese discurso en que el orador pone su
cuerpo, no en un gesto actoral, sino con
una carnadura que enciende los ánimos. Después, ironizó sobre ellos, sobre los candidatos que buscan más satisfacer los
caprichos angurrientos de la minoría que obedecer la voluntad de la
mayoría. “Saben todo, hasta la fórmula de
la Coca-Cola –punzó Cristina- y
cuando llegan al gobierno no saben ni hacer un mate cocido”. Y eso no sería
tan grave: lo peor es que nos han
hundido en las peores crisis de nuestra historia. Y lo quieren volver a
hacer. Si fuera por el mate cocido, se lo sirve cualquiera, pero la presidencia no se la vamos a
regalar. Menos, en bandeja de plata.
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