Una vez más, las
dotes actorales de la diputada Elisa Carrió intentan distraernos de la
discusión política. Pero no puede, porque para lograr un mayor impacto debe
recurrir a acciones y declaraciones cada vez más descabelladas y por tanto,
inatendibles. Que abandone UNEN para
sumarse al PRO puede ser perjudicial para esa fuerza no-política. Y que agite
como bandera la necesidad de armar una gran fuerza opositora para derrotar al
kirchnerismo evoca los peores momentos
de nuestra historia. Para Carrió –y no sólo ella- los K son los peores
enemigos de la Patria, por encima de corporaciones, especuladores, evasores,
explotadores y demás fieras carroñeras. ¿A quién defienden estos dirigentes
cuando hablan de la República? ¿Al pueblo o a la gente? ¿A la mayoría o a una
minoría desesperada por recuperar el control del país para conducirlo a su
antojo?
A esta altura de los acontecimientos, las preguntas
se responden solas. Los políticos de la oposición hace mucho que abandonaron a sus representados y sólo buscan complacer
al Círculo Rojo. La nueva peripecia de la cada vez menos tierna Lilita busca forzar la polarización
absoluta para las elecciones que se vienen. Después se quejan de grietas, divisiones y crispación. Ya
escucharemos a los analistas mediáticos advertir sobre los peligros del
bipartidismo, como si ellos no tuvieran
nada que ver en ello, como si no estuvieran exigiendo la formación de un
Frankenstein electoral para erradicar al kirchnerismo. Pero Carrió va más allá,
porque es el peronismo en su conjunto lo
que ella quiere eliminar de raíz, sin tener en cuenta que gran parte de la
sociedad adhiere a ese movimiento. Si estuviera en sus manos, impulsaría la
proscripción, como en aquellos tiempos
de la democracia tutelada. Una democracia a medias que comenzó en 1955 y
terminó en 1983.
A principios de este siglo, Elisa Carrió parecía
expresar ideas de centro izquierda porque en aquellos convulsionados tiempos, tener como objetivo un nuevo pacto
republicano ya era revolucionario. Pero ahora que sabemos qué es el
progresismo, sólo podemos ubicarla cerca de la más extrema derecha. Por eso
trata de arrastrar a toda la oposición hacia el macrismo, coronando a Macri como el líder de la restauración neoliberal. De
tanto arrastrar, terminarán “revolcaos en
un merengue y en un mismo lodo, todos manoseaos”.
La mitología siempre colabora con la construcción
de analogías. Midas, rey de Frigia, recibió del dios Dionisio el poder de
convertir en oro todo lo que tocaba con sus manos. Su vida se transformó en un infierno dorado, al punto de no poder
siquiera alimentarse, pues todo lo que intentaba llevarse a la boca se volvía
aurífero. Carrió también tiene un don transformador, pero el resultado de su toque no es valioso, vale aclarar. Todo lo
que toca se convierte en denuncia, escándalo, insulto, descalificación. Estiércol es lo que produce su tacto, sin dudas. Y lo seguirá haciendo, con
todo el hedor que lo acompaña.
Los
contagiados de lilitismo
Aunque los opositores critiquen su estilo, en cierta forma, la envidian. No
importa que cada vez obtenga menos votos: mientras
mantenga su rating siempre será bienvenida. Y resulta muy funcional al
establishment cuando destila su veneno hacia todos los que “no son ella”. Su discurso se orienta a destruir toda formación
política que no la tenga como fuente y referente. Y todo lo que denuncia y
anuncia no tiene más fundamento que su
fantástica imaginación ni más fin que incrementar los prejuicios de un sector
diminuto de la sociedad. Si bien a algunos exponentes de la oposición no
les da el cuero para tanto, consiguen una mediocre imitación.
Sin dudarlo, desde hace mucho, diputados y senadores pisotean las instituciones para defender la
República y los medios hegemónicos transforman estas tretas destituyentes
en acciones ejemplares. Además, elevan a categoría de sentencia cualquier
denuncia, presentan como concepto cualquier disparate, amplifican los defectos
y ocultan los logros. Y, al no concretar
sus objetivos, en lugar de revisar sus estratagemas, recrudecen los embates.
Pero los periodistas y politólogos hegemónicos
tienen una responsabilidad relativa en la convivencia democrática. En cambio, los miembros del Congreso tienen la
obligación de respetar la Constitución, cumplir con las leyes y resguardar el
funcionamiento institucional. Las ausencias permanentes, el abandono de sus
bancas y la negativa constante a acompañar las iniciativas, a pesar de
coincidir y proponer cambios, apuntan
más a debilitar que a fortalecer el Estado. Desde las elecciones
legislativas no han hecho más que boicotear la gobernabilidad para acortar el
mandato de CFK. Y como ellos suponen que estamos en transición, el Gobierno no
debería hacer nada porque se aproxima el famoso fin de ciclo. Algo nunca visto que un fin de ciclo incluya un 49 por ciento de imagen positiva para La
Presidenta y un piso del 35 por ciento de los votos a la fuerza gobernante.
Pavadas que se convierten en regla en esos antros
de conspiradores conocidos vulgarmente como estudios televisivos.
Que una parte del público crea estas patrañas, vaya
y pase, pero que políticos con
representación basen sus opiniones en ellas es una enorme irresponsabilidad.
Cuando el año pasado los candidatos del Frente Renovador firmaron un compromiso
ante escribano para no apoyar una reforma constitucional, muchos pensaron que
se traspasaba la barrera del ridículo. Pero no, cuando falta un proyecto político no hay barrera capaz de frenar el
afán paródico de los eternos candidatos.
Después de que el juez Eugenio Zaffaroni anunció su
renuncia a partir de enero -en cumplimiento de los límites etarios- todos
enloquecieron. Los opositores a ultranza, claro está. Enceguecidos por un desprecio irrefrenable, decidieron no acompañar
al oficialismo en el nombramiento de un juez que complete el número de miembros
de la Corte Suprema de Justicia. La
Constitución lo exige, pero ellos se niegan. Y para que nadie dude de su
decisión anti constitucional, 28 senadores firmaron un escrito para documentar
su compromiso. A pedido del Poder
Económico, liderado por las empresas más grandes y destructivas, estos representantes conspiran para
debilitar las instituciones. Con la envestidura que les otorga la
Constitución y por unos minutos de TV la pisotean sin rubor. Tanto que se
llenan la boca cuando hablan de la Justicia, están dificultando su correcto
funcionamiento.
Tan desesperados están por proteger los privilegios
de una minoría y restaurar el orden neoliberal, que no dudan en incurrir en el
delito de sedición. Justo antes del Día de la Soberanía se les ocurre este
sainete, para que todos sepan que su
única prioridad es despertar la mirada complacida del Amo. Para ellos, lo
demás no importa nada.
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