Las barbaridades que vomitaron algunos
periodistas serviles sobre Casey,
el purrete de 11 años que se atrevió a declarar su adoración por Néstor Kirchner, todavía
siguen sorprendiendo. Pero no es por él que arrojan tanto estiércol sino
por el peligro de que haya muchos más que se interesen por la política a tan
temprana edad. Y lo peor, orientados en
la dirección que ellos desprecian. Y la cosa puede ser más grave aún.
Cuando uno de los cronistas le preguntó cuál era la medida que más valoraba, no
respondió con el listado choripanero,
la AUH, las jubilaciones, las viviendas,
la salud, el aumento del presupuesto educativo, las netbooks, el FPT, los
planes de inclusión o el satélite. Tampoco con el matrimonio igualitario o
el derecho a la Identidad. No, nada dijo de los nietos recuperados, Aerolíneas
Argentinas o los ferrocarriles. Lo que
destacó fue la ley de fetilización asistida. Este chico, además de desear
kirchnerismo para toda su vida y prometer que será presidente en 2050, no cree
en la cigüeña, con todo lo que
eso significa.
Que
aparezca la cigüeña en este apunte no es poner en duda la versión aceptada por
la comunidad científica del romance entre el espermatozoide y el óvulo. La cigüeña es una síntesis de lo que
orienta el no-pensamiento de los que denuestan la denominada Década Ganada.
La cigüeña es la dictadura K, la loca
que nos gobierna, los chorros y demás lemas que alimentan el pensar cacerolero.
La cigüeña incluye las profecías agoreras, los datos amañados y los titulares
manipuladores. La cigüeña es la malsana
intención de construir una realidad catastrófica como resultado de diez
años de desgobierno mafioso, cleptómano e
incapaz. Todo esto es la cigüeña: la
estigmatización, el prejuicio, la negación, el desprecio.
Entonces,
que Casey no crea en el mito del volátil que distribuye bebés desde un monopolio parisino sugiere un semillero que desespera a los
nostálgicos de nuestros peores momentos. Alguno podrá decir que el muchacho
nació con el kirchnerismo y, por tanto, es lo único que conoce. Pero lo que conoce le parece muy bueno.
Si ve a sus padres felices, él también lo será. Y en sus padres está la historia reciente, las angustias
padecidas, las decepciones, datos que, por su corta edad, le faltan para
realizar una comparación.
Si
Casey hubiera nacido en una familia cautiva de los medios hegemónicos, tal vez sería un pichón de cacerolero. Y
creería en la cigüeña, por supuesto, porque vería a sus padres disconformes con
el gobierno, a pesar de no padecer carencias esenciales. Quizá escuche insultos hacia La Presidenta salpicados con planes de
viajes al exterior, renovación del mobiliario o cambio de coches. No vería
infelicidad en su contexto familiar, sino indignación. La indignación que
produce vivir en un país dividido por una
ideología que creían erradicada y demolida, sometido a un autoritarismo
bestial que no respeta la libertad de expresión ni la propiedad privada,
que espía a los ciudadanos con la AFIP, que no deja “pensar distinto”, que defiende a delincuentes y ataca a los próceres con dibujos animados.
Si
apareciera en la pantalla este Casey recitador de consignas más mediáticas que
reales, los periodistas carroñeros se sentirían satisfechos. Hasta lo hubieran
convertido en la estrella de la semana, admirados, embelesados por el modelo de juventud para el país que quieren
restaurar. Pero apareció el Casey que menos esperaban, el menos deseado, el que ha incorporado a su joven memoria
más derechos que injusticias, más logros que fracasos, más rosas que espinas.
Un modelo para la frustración
Otro
tipo de fracaso provoca que estos archiconocidos comunicadores apelen una vez
más a las analogías con el nazismo, el estalinismo y el fascismo: la desesperación por no poder imponer el modelo de ciudadano para el futuro que
pergeñan. Habría que recordar que en el siglo pasado, la prensa y algunos
intelectuales patricios también calificaron como autoritario al gobierno de
Yrigoyen y Perón. Para el establishment
es autoritario cualquier intento de disputar el poder a sus integrantes, de
limar un poco sus privilegios, de distribuir una mínima parte de sus cuantiosas
ganancias. Y los medios de comunicación propagan sin cesar ese ideario para
conmover a algunos integrantes de las clases medias, sobre todo aquellos individuos que gustan
identificarse con la causa de los más poderosos.
Para
ellos, el modelo de niño no es Casey. Si hay muchos como él, les costará
recuperar el país de sus apetencias. Todo por culpa de esas ideologías
perniciosas que impulsan la equidad, la inclusión y todas esas sandeces tan poco neoliberales. Ellos necesitan niños
que simpaticen más con Disney que con Paka-Paka; que se ahoguen en las aguas
del consumismo, extremo patológico del consumo moderado; que vean pelis yanquis
y coman pop-corn, en lugar de disfrutar
de Encuentro con mate y tortas fritas; que envidien el fútbol codificado
del vecino, en vez de apasionarse con los partidos gratuitos. Ellos sueñan con niños que se formen como
individuos egoístas y no que se alegren por conquistas colectivas. Ellos
modelan niños que se alejen lo más posible de la política y no que militen
desde la adolescencia. Ellos quieren niños insolidarios y discriminadores,
manipulados y ambiciosos, escaladores y alcahuetes. Pero la movida no les salió bien y se la ven venir.
Por
eso tratan de imponer un modelo de candidato que, aunque apolillado, pueda
resultar atractivo. Un postulante sonriente y atildado, que asegure la paz
aunque no estemos en guerra; que prometa
un montón de cosas, aunque no diga cómo las cumplirá; que se lleve bien con todos y rehúya a las discusiones; que hable sólo
de futuro sin una pizca de pasado; que proponga un país maravilloso al que
llegaremos sin esfuerzos ni peleas, sin revanchas ni rencores. Un político que no hable de política y que
diga lo que el oyente quiere escuchar. Superficial, dinámico, optimista,
como un exitoso vendedor de seguros. Atractivo pero no bello; galán pero no
baboso. Su gran amor siempre será una modelo y si la elección provoca
escándalo, mejor. Y si no se puede todo esto, habrá que importar algún éxito
del espectáculo o del deporte y se convencerá al votante de que un extra
político es lo mejor para sanear el
país. Así es el candidato ideal para los
integrantes del Círculo Rojo: un auténtico demagogo; un verdadero mayordomo.
Esta
será una carrera apasionante. Crucial, también. Con bifurcaciones, desvíos, atajos.
Engaños y difamaciones. Celadas y embestidas. Tendrá también estos señuelos con forma de candidato prometedor. No
serán, por supuesto, una tentación para la mayoría. Sólo unos pocos depositarán
su confianza en tan poca cosa. Quien no ha entendido de qué se trata esto, ya
no lo entenderá más: quedará expuesto a
los vaivenes del rating y a los chimentos que memorizará sin comprender,
con los cacharros dispuestos para meter barullo cuando los trajeados de la tele
lo ordenen. Y hará catarsis grupal bianual
junto a otros individuos que, como él o ella, han renunciado a ser ciudadanos para convertirse en televidentes.
Allá ellos, quedarán cada vez más solos frente a las cámaras y nadie habrá del otro lado del vidrio para
consumir sus consignas belicosas. Los demás -la mayoría- estaremos
celebrando la reafirmación del camino que nos sacó del más oscuro pantano.
Una aclaración que creo innecesaria, pero puede ser pertinente. Lo del "listado choripanero" está tomado de todo lo que niegan los agoreros y lo reducen a esta imagen de autómatas que repiten sin comprender por obra y gracia de un choripán. Además, Casey no tiene en cuenta los logros porque ya los tiene incorporados y destaca un derecho "casi exquisito" como la gratuidad de la fertilización asistida.
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