Una
frase común afirma que una imagen vale más
que mil palabras. Más allá del tono mercantil aportado por los fotógrafos -que
son quienes más la repiten-, muchas veces una
palabra dice más que mil imágenes. O que un afiche. Los jóvenes del PRO cordobés retrocedieron unas cuantas décadas con su
movida para prevenir el SIDA. Encima, descontextualizados como siempre, hurtaron
la foto de una campaña de Indonesia contra el abuso infantil. Lo mejor que se les ocurrió fue la
abstinencia y lo peor, colocar a la mujer,
una vez más, como el foco del pecado,
en este caso, la enfermedad. Y todo por jugar
a los creativos con el nombre de la agrupación no-política que los
adoctrina de esa manera tan nefasta. No una palabra, sino apenas una sigla con forma de prefijo –PRO- aporta las imágenes
más oscuras que podemos evocar de nuestro peor pasado.
Después
se disculparon, aunque no explicitaron por qué, si por pensar lo que piensan o
por ser tan sinceros. Porque eso es algo que muchos valoran de las huestes
amarillas: esa transparencia que parece
mostrarlos tal como son, cualidad
que ostenta, sobre todo, su jefe político –es un decir- Mauricio Macri. Pero el
Alcalde de la CABA no es tan sincero y menos en los últimos tiempos. Si diez
años atrás se manifestaba como un apologista del ajuste, ahora parece un alucinado con sobredosis de libros de
autoayuda, con su prédica del diálogo y el consenso, de bajar el nivel de agresión y el ring-raje para solucionar los problemas
de la gente. A pesar de todo esto, su expresión golosa contradice todo intento
de esconder esa sinceridad involuntaria que exuda por todos sus poros.
Y
no es el único. Tanto pregonar sobre la pluralidad de ese espacio pero el Jefe
de Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta, no dudó a la hora de cerrar las puertas en la nariz de la diputada
Elisa Carrió, que está ahora en una especie de tierra de nadie. En un limbo político no, porque ése es su hábitat.
Desterrada, tampoco porque todo lo hecho
ha sido por su propia voluntad. Auto exiliada sí, no sólo de FAUNEN, sino
de la política y de la vida en su conjunto. Rechazada por todos, menos por TN,
que hasta le ofrece un delivery
periodístico con desayuno incluido. Ella dio un paso que nadie le había
pedido. Ella ofreció un apoyo que nadie había solicitado y los destinatarios del gesto sólo ofrecen su espalda.
En
el PRO no necesitan a Carrió porque para
destruirse se bastan a sí mismos. Aún cuesta comprender qué encuentran los
que adhieren a las no-propuestas amarillas, a la gestión para el caos, al
discurso publicitario para cada circunstancia, al incumplimiento compulsivo de
promesas y a la marcada tendencia hacia la desigualdad. Sólo el prejuicio más repelente puede convertir ese horizonte
minoritario en un camino de mayorías. O la buena propaganda, aquélla que resulta
muy complejo de-construir. La de unos años atrás, la que rezaba el ya famoso “vos sos bienvenido”. Como si se
creyeran los dueños de la ciudad que tienen
la potestad de decidir quién entra y quién no. Como si pidieran la
contraseña para levantar las barreras. Como
si exigieran la presentación de un carné para acceder a un exclusivo club.
Ahora, después de tantos años de gerencia PRO, sabemos que ese ‘vos’ no apela a
una totalidad, sino a un grupo de
privilegiados, sus acólitos y algunos buenos sirvientes. A la gente, como les gusta decir. Lo del
afiche contra el SIDA es lo último, como también los nuevos conflictos con la
inscripción en los colegios, el demoledor Metrobús, el desparejo presupuesto y
el mal uso de los terrenos públicos. Claro, no necesitan a Carrió: con esa sinceridad más parecida al cinismo,
se destruyen solos.
Dos caminos en un mismo escenario
¿Para
qué quieren a Carrió, si para la superficialidad tienen a Macri? En la 62ª
Convención de la Cámara de la Construcción, el Alcalde de la CABA explicó que “más allá de que en estos últimos años se ha
hecho más obra, hay muchísimo más por
hacer y somos capaces de encarar
planes más ambiciosos que los encarados hasta ahora, dándoles prioridad correcta a lo que es urgente y a lo que puede
esperar”. Lo primero no es una idea muy original. Hasta la propia CFK lo
afirma en cada uno de sus discursos. El “vamos
por más” significa precisamente eso, aunque
asuste a los agoreros. Pero lo segundo, da miedo, sobre todo por la
expresión “planes más ambiciosos” y
más aún cuando quien lo dice es hijo de uno de los empresarios más importantes
del país. Empresa que, nunca está de más decir, ha crecido en
poco tiempo gracias a los guiños de la
dictadura y el coqueteo con el menemismo. Pero cuando mete eso de dar “la prioridad correcta a lo que es urgente y
lo que puede esperar”, estremece a cualquiera. Para facilitar las cuentas:
‘planes ambiciosos’ + ‘prioridad correcta’ = ‘muchos negocios’ X ‘mayor
desigualdad’.
Por
eso las estaciones de Metrobús se
transforman con cada cambio de temporada y los vagones de subte siguen sin caber
en los túneles, mientras las
viviendas sociales brillan por su ausencia y la educación pública se boicotea
con un presupuesto cada vez más disminuido. Esto, sin incluir las obras de
drenaje que evitarían que la Capital se convierta en un natatorio con cada
lluvia más o menos fuerte. Si de
prioridades se trata, el Ingeniero anda flojo de papeles; otra vez esa
sinceridad que no les permite mentir.
Unas
horas después, en el mismo escenario, apareció CFK, retornada después del
cuadro intestinal que la confinó al reposo. A diferencia de Macri, habló como
Presidenta y no como candidata. Claro, no
fue a buscar votos, sino a sintetizar el proyecto de país que nos sacó del
pantano. A explicar, una vez más, la
necesidad de la inversión pública para
seguir distribuyendo equidad. Y lanzó una frase contundente, casi un
desafío: “la infraestructura social y
económica debe ser una política de Estado. Pero definir claramente, de cara a
la sociedad, quién financia y cómo se
financia esa infraestructura es una obligación de todos los que pretenden
conducir la Argentina”. Esto, por supuesto, desalienta a los
endeudadores seriales, a los que prometen bajar las cargas impositivas de los
que más tienen, a los que seguramente
apelarían al ajuste de los sectores medios y bajos ante la más insignificante
lágrima de los grandotes.
En
estos días, los carroñeros de siempre comenzaron a comparar nuestro crecimiento
con el de los vecinos, con la idea de
reinstalar el erradicado complejo de inferioridad. Pero si no crecemos como
debiéramos es porque el empresariado vernáculo es altamente mezquino. Los que claman por inversión son los mismos
que no han cesado de fugar divisas hacia cuevas inhallables. Parece que los
integrantes del Círculo Rojo quieren seguir jugando con la perinola adulterada
y sus opciones se reducen a “el Estado
pone” y “nosotros sacamos”. Pero esta
vez no nos podrán engañar porque ya hemos
padecido las consecuencias de su angurria y, en estos años, aprendimos a conocer
el horror de su verdadero rostro. La
historia nos ha preparado un palco con vista panorámica para disfrutar de una
obra apasionante. Y lo novedoso es que esta vez no seremos sólo los
espectadores, sino los activos
participantes que garantizarán un enérgico y glorioso final.
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