miércoles, 26 de noviembre de 2014

Ineludibles consejos para PRO-tegerse de Macri



Una frase común afirma que una imagen vale más que mil palabras. Más allá del tono mercantil aportado por los fotógrafos -que son quienes más la repiten-, muchas veces una palabra dice más que mil imágenes. O que un afiche. Los jóvenes del PRO cordobés retrocedieron unas cuantas décadas con su movida para prevenir el SIDA. Encima, descontextualizados como siempre, hurtaron la foto de una campaña de Indonesia contra el abuso infantil. Lo mejor que se les ocurrió fue la abstinencia y lo peor, colocar a la mujer, una vez más, como el foco del pecado, en este caso, la enfermedad. Y todo por jugar a los creativos con el nombre de la agrupación no-política que los adoctrina de esa manera tan nefasta. No una palabra, sino apenas una sigla con forma de prefijo –PRO- aporta las imágenes más oscuras que podemos evocar de nuestro peor pasado.
Después se disculparon, aunque no explicitaron por qué, si por pensar lo que piensan o por ser tan sinceros. Porque eso es algo que muchos valoran de las huestes amarillas: esa transparencia que parece mostrarlos tal como son, cualidad que ostenta, sobre todo, su jefe político –es un decir- Mauricio Macri. Pero el Alcalde de la CABA no es tan sincero y menos en los últimos tiempos. Si diez años atrás se manifestaba como un apologista del ajuste, ahora parece un alucinado con sobredosis de libros de autoayuda, con su prédica del diálogo y el consenso, de bajar el nivel de agresión y el ring-raje para solucionar los problemas de la gente. A pesar de todo esto, su expresión golosa contradice todo intento de esconder esa sinceridad involuntaria que exuda por todos sus poros.
Y no es el único. Tanto pregonar sobre la pluralidad de ese espacio pero el Jefe de Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta, no dudó a la hora de cerrar las puertas en la nariz de la diputada Elisa Carrió, que está ahora en una especie de tierra de nadie. En un limbo político no, porque ése es su hábitat. Desterrada, tampoco porque todo lo hecho ha sido por su propia voluntad. Auto exiliada sí, no sólo de FAUNEN, sino de la política y de la vida en su conjunto. Rechazada por todos, menos por TN, que hasta le ofrece un delivery periodístico con desayuno incluido. Ella dio un paso que nadie le había pedido. Ella ofreció un apoyo que nadie había solicitado y los destinatarios del gesto sólo ofrecen su espalda.
En el PRO no necesitan a Carrió porque para destruirse se bastan a sí mismos. Aún cuesta comprender qué encuentran los que adhieren a las no-propuestas amarillas, a la gestión para el caos, al discurso publicitario para cada circunstancia, al incumplimiento compulsivo de promesas y a la marcada tendencia hacia la desigualdad. Sólo el prejuicio más repelente puede convertir ese horizonte minoritario en un camino de mayorías. O la buena propaganda, aquélla que resulta muy complejo de-construir. La de unos años atrás, la que rezaba el ya famoso “vos sos bienvenido”. Como si se creyeran los dueños de la ciudad que tienen la potestad de decidir quién entra y quién no. Como si pidieran la contraseña para levantar las barreras. Como si exigieran la presentación de un carné para acceder a un exclusivo club. Ahora, después de tantos años de gerencia PRO, sabemos que ese ‘vos’ no apela a una totalidad, sino a un grupo de privilegiados, sus acólitos y algunos buenos sirvientes. A la gente, como les gusta decir. Lo del afiche contra el SIDA es lo último, como también los nuevos conflictos con la inscripción en los colegios, el demoledor Metrobús, el desparejo presupuesto y el mal uso de los terrenos públicos. Claro, no necesitan a Carrió: con esa sinceridad más parecida al cinismo, se destruyen solos.
Dos caminos en un mismo escenario
¿Para qué quieren a Carrió, si para la superficialidad tienen a Macri? En la 62ª Convención de la Cámara de la Construcción, el Alcalde de la CABA explicó que “más allá de que en estos últimos años se ha hecho más obra, hay muchísimo más por hacer y somos capaces de encarar planes más ambiciosos que los encarados hasta ahora, dándoles prioridad correcta a lo que es urgente y a lo que puede esperar”. Lo primero no es una idea muy original. Hasta la propia CFK lo afirma en cada uno de sus discursos. El “vamos por más” significa precisamente eso, aunque asuste a los agoreros. Pero lo segundo, da miedo, sobre todo por la expresión “planes más ambiciosos” y más aún cuando quien lo dice es hijo de uno de los empresarios más importantes del país. Empresa que, nunca está de más decir, ha crecido en poco tiempo gracias a los guiños de la dictadura y el coqueteo con el menemismo. Pero cuando mete eso de dar “la prioridad correcta a lo que es urgente y lo que puede esperar”, estremece a cualquiera. Para facilitar las cuentas: ‘planes ambiciosos’ + ‘prioridad correcta’ = ‘muchos negocios’ X ‘mayor desigualdad’.
Por eso las estaciones de Metrobús se transforman con cada cambio de temporada y los vagones de subte siguen sin caber en los túneles, mientras las viviendas sociales brillan por su ausencia y la educación pública se boicotea con un presupuesto cada vez más disminuido. Esto, sin incluir las obras de drenaje que evitarían que la Capital se convierta en un natatorio con cada lluvia más o menos fuerte. Si de prioridades se trata, el Ingeniero anda flojo de papeles; otra vez esa sinceridad que no les permite mentir.
Unas horas después, en el mismo escenario, apareció CFK, retornada después del cuadro intestinal que la confinó al reposo. A diferencia de Macri, habló como Presidenta y no como candidata. Claro, no fue a buscar votos, sino a sintetizar el proyecto de país que nos sacó del pantano. A explicar, una vez más, la necesidad de la inversión pública para seguir distribuyendo equidad. Y lanzó una frase contundente, casi un desafío: “la infraestructura social y económica debe ser una política de Estado. Pero definir claramente, de cara a la sociedad, quién financia y cómo se financia esa infraestructura es una obligación de todos los que pretenden conducir la Argentina”. Esto, por supuesto, desalienta a los endeudadores seriales, a los que prometen bajar las cargas impositivas de los que más tienen, a los que seguramente apelarían al ajuste de los sectores medios y bajos ante la más insignificante lágrima de los grandotes.
En estos días, los carroñeros de siempre comenzaron a comparar nuestro crecimiento con el de los vecinos, con la idea de reinstalar el erradicado complejo de inferioridad. Pero si no crecemos como debiéramos es porque el empresariado vernáculo es altamente mezquino. Los que claman por inversión son los mismos que no han cesado de fugar divisas hacia cuevas inhallables. Parece que los integrantes del Círculo Rojo quieren seguir jugando con la perinola adulterada y sus opciones se reducen a “el Estado pone” y “nosotros sacamos”. Pero esta vez no nos podrán engañar porque ya hemos padecido las consecuencias de su angurria y, en estos años, aprendimos a conocer el horror de su verdadero rostro. La historia nos ha preparado un palco con vista panorámica para disfrutar de una obra apasionante. Y lo novedoso es que esta vez no seremos sólo los espectadores, sino los activos participantes que garantizarán un enérgico y glorioso final.

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