Por lo general, los malos
propósitos se disfrazan de buenas intenciones. El ya famoso 18F está mostrando una enagua cada vez más mugrienta.
La mancha más importante es la malsana intención de depositar un muerto sobre
el escritorio de La Presidenta. Si el grupo de fiscales que convoca a esta
marcha está reclamando Justicia es porque suponen
que la fiscal Viviana Fein no investiga como corresponde la muerte de Alberto Nisman.
Hasta ahora, toda la información recogida por la funcionaria sugiere más un
suicidio que un asesinato. Sin embargo, algunos de esos fiscales y casi todos
los periodistas y políticos de la oposición están más que convencidos de que
esto es un homicidio pergeñado por Cristina. Demasiada irresponsabilidad por parte de estos personajes. Pero de
esta “patriótica y justiciera” movida
que intenta asediar al Gobierno se puede extraer algo positivo: éste será el acto más extremo y desesperado
para desterrar al kirchnerismo. Después de esto quedarán tan extenuados y
vacíos que no podrán aportar nada más a
la campaña electoral que tenemos por delante.
Tal vez por eso necesiten creer en la –hasta ahora-
infundada hipótesis del asesinato. Por eso se abrazan al denuncismo
descabellado de la diputada Carrió y su gravísima sentencia: “el régimen mata”. Por eso la confusa
frase de la diputada Laura Alonso “Cristina
Kirchner ordenó todo” se exhibe como un mantra para que repitan los
caceroleros. Por eso la advertencia del fiscal Carlos Stornelli –“podría no ser el último”- toma más la forma de una amenaza. A no
ser que estemos ante la presencia de una epidemia de suicidios, si un fiscal
tiene datos de semejante trascendencia, su
obligación es aportarlos para que se investiguen y evitar más dolor en
nuestra sociedad. Después de la muerte de Nisman, se olvidaron de su
inconsistente denuncia. Ahora, con este cacerolazo descafeinado de indudable
intención desgastante, el fiscal que
intentaron convertir en mártir ocupará mucho menos que un segundo plano.
Para poder transformar este
desafortunado episodio en tema de campaña necesitan
olvidarse de toda la verdad que sugiere: una denuncia sin fundamentos contra
La Presidenta y un fiscal que muere cuando la operación empieza a desbaratarse.
La muerte del fiscal comienza el mismo
momento en que llega a Buenos Aires, alentado por fantasías épicas que no se convirtieron en realidad; más preocupado
por cuidar su malversado cargo que por
resolver la causa que llevaba adelante. Después de un meteórico rally
mediático, comenzaron a llover las
desmentidas, no sólo desde el oficialismo sino hasta del propio ex director
de Interpol, Roland Noble, que negó que
se haya pedido la baja de las alertas rojas sobre los sospechosos iraníes,
dato crucial de la demanda.
Entonces, en un gesto
desesperado, algunos diputados de la oposición, como Laura Alonso y Patricia
Bullrich planearon legitimar el
mamotreto nismaneano en el Congreso;
imaginaron convertir la institución legislativa en un tribunal inquisidor, como un juicio exprés con destitución de
CFK incluida. Eso sí, como es moneda corriente en toda confabulación, esta
sesión debía ser reservada y con la sola
presencia de los exponentes opositores. Pero los legisladores oficialistas,
con mucho olfato, decidieron asistir y convertir la tertulia de amigos en una asamblea pública con la presencia de
los medios. Claro, para el fiscal no era lo mismo recitar ligerezas en un contexto amable que responder preguntas en un
ámbito republicano. Y menos aún cuando no era portador de ninguna verdad,
sino el testaferro de un listado de
falsedades. Ahí su muerte se hizo imprescindible
para trocar el escrito en un texto
sagrado, de esos que nadie lee pero todos rinden culto.
Vacas
que reclaman leche
Aunque el golpe pergeñado ya se
está debilitando, algo han logrado instalar en una parte de la sociedad: la
sospecha. Una sospecha tan infundada que requiere
del prejuicio para volverse perdurable; grabada a fuerza de titulares más
fantasiosos que verídicos; amplificada por representantes obedientes y
candidatos con cargo; convalidada por fiscales y jueces compinches del
establishment. Una sospecha que se
convierte en certeza cuando el desprecio desborda a sus portadores hasta
transformarse en odio. Por eso, ya no importa la verdad. Si fue suicidio o
asesinato no interesa a ninguno de los posibles asistentes. Casi deben haber olvidado al dueño del
nombre que dicen ser. Si algún día
se confirma que ha sido un suicidio, seguirán pidiendo Justicia, aunque no haya nadie a quién condenar.
No les importa la verdad ni la Justicia. Tampoco les interesa Nisman. Ahora
sólo quieren la cabeza de Cristina, la
única culpable de todos los males -imaginarios o no- que estos individuos afirman
padecer.
Ahora que la planearon, la
convocaron y la justificaron, que no
vengan a suspender la marcha porque descubrimos sus oscuros fines. Y si la
cancelan, no presenten las excusas del miedo y la violencia ni lloriqueen por los medios sobre amenazas
y falacias por el estilo. Si se echan atrás, confiesen que es porque están
avergonzados de haber sido sus encarnizados impulsores. Que fiscales salgan a la calle para exigir justicia es como si las vacas
salieran a reclamar leche. Así de paródico, de absurdo, de insostenible. Esto,
sin tener en cuenta el oscuro prontuario
de muchos de los anfitriones.
Y si son pocos los que se
adhieren, que no mientan afirmando que fue por temor a las hordas de La Cámpora. El 18F ya está en marcha y exhibe el descarnado tinte que le imprimirán
sus futuros concurrentes. Aunque los organizadores de este baile de
máscaras pretenden despojarlo de banderas partidarias, consignas políticas o
carteles agresivos, ya se están enganchando
algunos candidatos de la oposición, las frases circulan por las redes y la
agresividad se dibujará en los rostros.
Estas son las consecuencias
inevitables cuando un manojo de
individuos se deja extraviar con promesas vacías y corona como héroe a
quien no merece siquiera un recordatorio público. Este es el resultado cuando un sector piensa que la democracia está
para preservar los privilegios de una minoría y no para garantizar los derechos
de la mayoría. Y ésta es la constante: la
prepotencia de un poder que nadie elige pero todos padecemos.
Nada para agregar ... Ídolo total
ResponderBorrarGracias. No soy un ídolo, apenas un disperso pensador que sabe manejar los dedos sobre un teclado. Abrazo enorme
BorrarGracias por la claridad!!!!!!!! comparto,para que aquellos que se manejan con ignorancia, se les aclare el panorama, porque a los que se manejan con odio al proyecto de país, no tienen remedio.
ResponderBorrarGracias, Mónica. Siempre es bienvenido el aporte a la difusión. Besotes
BorrarPreciso, afilado, implacable
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