La VII Cumbre de las Américas
dejó un sabor a cambio en la Región, pero no en el sentido de un retorno a las políticas económicas del
neoliberalismo. Lamentarse por la desigualdad sin contener a quienes la producen no es más que hipocresía. Por eso no caen bien las palabras de los
grandes empresarios que sólo se preocupan por la competitividad como excusa
para reducir salarios y cargas impositivas: el tan cuestionado modelo del derrame, que sólo produce un miserable
goteo. Para achicar la brecha hay que recortar la cima de la pirámide, en
lugar de permitir que siga ascendiendo. Los árboles crecen de abajo hacia
arriba y lo más importante es la raíz,
que recibe todos los nutrientes. Cuando las ramas del árbol se van muy
alto, a veces es conveniente cortarlas para que no perjudiquen al resto. Quienes
aconsejan achicar el gasto y reducir la demanda sólo buscan acrecentar sus ganancias invirtiendo lo menos posible y
apropiarse de una renta para inmovilizarla en cuentas en el extranjero. Ese círculo les sirve sólo a ellos y
perjudica al resto de la sociedad. A nadie engañan ya con sus lamentos y
como está tan clara la ecuación, los
candidatos de esa minoría mezquina no podrán conquistar las voluntades
necesarias para torcer el rumbo iniciado en 2003.
Aunque se burlen de esa
expresión, cada vez más datos confirman lo de la Década Ganada. Si bien la ponzoñosa creatividad inspira las más
denostadoras combinaciones, en estos más
de diez años la mayoría logró estar mejor. En términos de redistribución,
quienes se ubican en la base de la pirámide se han beneficiado con políticas de
inclusión, a pesar de la resistencia de los que más tienen, adláteres, voceros
y lame-suelas. La reducción de la
pobreza y el éxito de la moratoria previsional han sido destacadas por
organismos internacionales. Por supuesto, en un país como el nuestro no debería
haber pobres y los jubilados deberían ganar mucho más, pero la avidez inexplicable y despiadada de una minoría patricia
dificulta alcanzar ese imprescindible objetivo.
Y no es sólo repartir plata,
como plantean los malintencionados reduccionistas, sino brindar acceso a los principales servicios como agua, electricidad,
gas y desagües. La construcción de escuelas, la distribución de netbooks y
libros y el plan Progresar facilitan que más niños y jóvenes puedan estudiar.
También se han diseñado programas para que se capaciten aquellos adultos que no han podido completar su formación. Además,
el Fútbol Para Todos y la TV digital permite gozar de bienes culturales a los que nunca habían soñado con eso. La
lista es mucho más extensa y desbordaría el espacio de un Apunte y es muchísimo
más amplia que los chori-planes que aparecen
como burla en las nefastas simplificaciones de los medios hegemónicos. Si no hubiera tanta malicia, el camino
sería más ágil y placentero; si no hubiera tanta avaricia estaríamos más cerca
del país que soñamos.
Los
nostálgicos del derrame
Pero muchos añoran las
pesadillas de antaño y se convierten en
apologistas del retroceso. Esos que llenan sus arcas con las miserias
ajenas deberían quedar en la ruina: no
merecen tener un centavo. Encima de que tienen todo, cuando ven que los
demás están un poco mejor, sin pudor, desatan su envidia. Y aunque no sepan para qué, ellos quieren tener mucho más. Angurria
patológica, porque no quieren tener más para invertir y crecer, sino para acumular. La cifra los
enceguece. ¿Qué otra explicación tienen los dichos del titular de la UIA, Héctor
Méndez, en contra de las negociaciones paritarias? Le llovieron las críticas,
como corresponde. Un poco de valentía hubo en sus palabras, a pesar de lo descontextualizado de su
intervención. El cinismo llena de excusas a los grandes empresarios, pero
en el fondo ansían apropiarse del bienestar
ajeno. Por más que reclamen inversiones, que hablen de competitividad, de
reducir la demanda, lo que quieren es
tener mucho más, aunque el resto chapotee en el fango.
A lo mejor, a los personajes
como él les duele que el salario privado se haya elevado, en promedio, un 1154
por ciento desde 2002, al pasar de 928 a los 11643 pesos de 2014, por encima de cualquier índice
inflacionario. Y lloran, como si en la puja distributiva perdieran plata.
No, han crecido como nunca gracias al incremento del consumo. Eso sí, invirtiendo proporcionalmente menos
que el Estado. Ese Estado al que tanto exigen que achique el gasto público.
Con un gobierno obediente a estas
repulsivas demandas, la recesión estaría a la vuelta de la esquina.
De acuerdo a un estudio
presentado recientemente por la CEPAL, dependiente de la ONU, entre 2003 y
2012, Argentina registró el mayor nivel
de inversión respecto del PBI de las últimas tres décadas. Pero ha sido el
Estado quien, en proporción, ha invertido mucho más, en asignaciones, planes,
obra pública, construcción de viviendas, para
incentivar el círculo virtuoso de la vida económica. Los privados, en
cambio, no sólo han invertido proporcionalmente menos, sino que han intentado –y logrado- escamotear recursos a través del
incremento desmedido de los precios, evasión, especulación y fuga de capitales.
El ministro de Economía, Axel
Kicillof, en el cierre del encuentro de Jóvenes
Empresarios por una Argentina Inclusiva, Industrial, Productiva y Sustentable
fue, una vez más, didáctico y
contundente: “en estos años quedó
demostrado que la redistribución del ingreso es un instrumento de crecimiento
económico y que, al revés de como dice el liberalismo, hay que distribuir para crecer, porque la inclusión social crea consumidores y demanda agregada”. Claro,
el Estado inyecta recursos hacia los sectores bajos y medios, que son volcados
al consumo, que se incrementa, produciendo un beneficio en las empresas, que
deberían reinvertir parte de sus ganancias. Como muchas no lo hacen así, el Estado debe volcar más recursos para
evitar la recesión y así comienza a tropezar el desarrollo. Y si, además de
todo esto, protestan por las obligaciones impositivas, la cosa se torna insoportable.
El martes, en la inauguración
de una nueva línea de producción de la planta de Honda en Campana, La Presidenta volvió a destacar el rol del
Estado como impulsor del crecimiento económico. Y cuestionó a los agoreros,
a los que quieren “achicar la demanda”
para poder invertir: “para aumentar la
inversión deben disminuir un ‘cachitito’
la rentabilidad o traer la plata que se llevaron afuera”. Un proyecto
inclusivo de desarrollo en pugna con un avariento modelo de desigualdad. El auspicioso
futuro o el peor pasado. Representantes del pueblo o gerentes
empresariales. Las urnas esperan la resolución de este dilema, que en realidad,
no es tan difícil de dilucidar.
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