En tiempos electorales, todo
contribuye a la campaña. A veces, con acciones y otras, con operaciones.
Acciones buenas y operaciones siempre
nocivas. Aquí y en todas partes. En el Primer Mundo y en el décimo quinto.
El martes 24, mientras millones salíamos a las calles para conmemorar un nuevo
aniversario del golpe del ’76, la Corona
Británica nos convertía en una amenaza para nuestras islas Malvinas. La
misma sorpresa que se llevaron los venezolanos hace unas cuantas semanas. Los gigantes temen a los pequeños. Un
cambio de época que no hay que desatender. Los ingleses imitan a los
norteamericanos y recurren a ficciones para asustar a sus votantes. De paso,
incrementar los gastos en defensa y complacer
a los fabricantes bélicos, verdaderos patrones del mundo. En estas tierras
también hay patrones que quieren volver a gobernar. Y, en plena batalla, envían
sus tropas para debilitar al Gobierno que consideran su enemigo, aunque para ello deban pisotear la
democracia en su conjunto.
Como si fuera un espectáculo de
variedades, los integrantes del Círculo
Rojo ordenan qué número debe salir a escena para entretener a una parte de
la sociedad. En virtud de que los candidatos todavía no están listos para la
campaña que se avecina y que los fiscales están un poco agotados con tantas
acrobacias, les tocó el turno a los trabajadores con elevados ingresos. Aunque
son pocos, hicieron mucho ruido y
lograron impedir que muchos asalariados con menores retribuciones puedan
asistir a sus lugares de trabajo. Una especie de paro obligatorio que afectó la circulación y en algunos casos, se
llegó a la violencia para simular una adhesión masiva. Los piquetes, que a
comienzos de siglo eran símbolo de la resistencia al neoliberalismo, el martes parecían funcionales a su
restauración. En aquellos tiempos, se “cortaban
rutas para abrir caminos”; hoy, sólo
para satisfacer al establishment.
“El
salario no es ganancia” gritan a los cuatro vientos como si fuera
una genialidad, como si Argentina fuera
el único país del mundo que retiene una parte de los sueldos que superan los
ingresos medios. No fue una protesta de ricos ni de privilegiados, sino de individuos ingratos y egoístas que se
han convertido en comparsa de los enemigos. Amnésicos también, porque en la
última década del siglo pasado padecieron
recortes, precarización y despidos y hoy, no sólo tienen empleo sino
perciben altos salarios. Necios, sobre todo, porque aportan a la campaña del
candidato que quiere desandar un camino
de conquistas para satisfacer las ambiciones de una minoría perniciosa.
Cínicos, porque afirman reclamar
derechos cuando en realidad están exigiendo privilegios. En lugar de
demandar una reforma integral de la legislación tributaria y la eliminación de
las exenciones, sólo buscan desfinanciar
al Estado; en lugar de contribuir para alcanzar la equidad, operan para profundizar la desigualdad.
Más que una medida de fuerza de trabajadores vulnerables fue una extorsión de los dirigentes más
poderosos.
La
colorida danza de los condicionales
Indudable que desde 2003 hemos
aprendido muchas cosas de economía, historia, política y que eso nos ha hecho crecer como colectivo.
Hasta tenemos a disposición lecciones sobre los temas más complejos de la
gramática: la conjugación verbal y el
uso de los condicionales. El periodismo carroñero ha abandonado sus
principales preceptos y ahora, en lugar de escribir sobre hechos, delira sobre probabilidades, que como
tales, no puede comprobar. Los manuales de estilo de los propios medios
aconsejan evitar las formas verbales que portan incertezas. Pero no hay estilo ni elegancia cuando los
poderosos avizoran la derrota. Por eso, las notas de los principales
columnistas de Clarín abundan en sería,
tendría, habría, lo que indica una ausencia
de datos certeros y confirmados. Sólo son denuncias sin fundamentos.
Además de la ausencia de
pruebas y coherencia, los dardos están dirigidos siempre a los mismos blancos.
Macri, Rodríguez Larreta, Carrió, Barrionuevo son los buenos en las ficciones periodísticas o al menos, los eternos
olvidados. También los fugadores, blanqueadores y evasores. Los únicos
corruptos son los kirchneristas. En los titulares de los medios hegemónicos ni
siquiera hay lugar para los piromaníacos
de Iron Mountain o de los bosques patagónicos. Tan obscena es la tendencia,
que hasta los columnistas de La Nación toman distancia.
El caso de la delación de las
cuentas en el extranjero de Máximo Kirchner y Nilda Garré quedará para la
historia, sobre todo porque el autor de la nota es Daniel Santoro, un investigador cuyo libro es un emblema
para los estudiantes de periodismo. O lo era. Un buen consejo para todo autor: releer cada tanto sus obras, así no entra
en contradicciones y predica con el ejemplo. Una denuncia que involucra al
hijo de La Presidenta debe aportar más pruebas que condicionales; debe basarse en certezas más que en
sospechas; debe aportar veracidad en lugar de alimentar prejuicios. Pero a
los escribas de esos medios ya no les importa la ética porque el objetivo es embarrar la cancha para
facilitar el acceso del Elegido de los patricios a la presidencia.
Y el involucrado salió a
contestar y levantó polvareda, tanta que
llegó a opacar el impacto buscado con el paro de transporte con pretensiones de
general. La entrevista a Máximo Kirchner que realizó Víctor Hugo por
Continental despertó la atención de muchos medios que la transmitieron en
dúplex. Una cadena nacional insólita y
espontánea de la que estuvieron ausentes
aquellas radios y canales que pertenecen al Grupo Clarín. A no enojarse:
están en su derecho de hacer lo que quieran. Las entrevistas en directo con las
voces oficiales no pueden tergiversarlas de acuerdo a sus intereses. En cambio,
con la edición, eliminan lo mejor para
dejar sólo aquello que pueda incrementar la indignación manipulada de su
público cautivo.
Seguramente, transformarán la
tranquila y esclarecedora charla que mantuvo el periodista con el dirigente de
La Cámpora en un aluvión de insultos y
agresividad que no existió. Tampoco incluirán las profundas definiciones
políticas cargadas de futuro ni los contrastes con las ofertas de temporada de
los candidatos de la oposición. Menos aún destacarán un dato que pinta
entero al hijo de dos presidentes: en
trece años nunca ha salido del país. Un dato que, en sí, parece no ser ni
bueno ni malo. Un contraste enorme con otros
hijos que, en todo ese tiempo, hubieran
recorrido el mundo dejando a su paso una estela de lujos escandalosos. Nada
de farándula sino una promesa de continuidad y eso los descoloca. Sin duda, los
agoreros se sienten más cómodos cuando
los políticos se cruzan con personajes mediáticos, porque ése es su
territorio. Cuando las cosas merecen un tratamiento más serio, pierden el
control. Desde hace unos años lo han
perdido, a tal punto que ya no saben cómo recuperarlo. Y por lo que parece,
jamás lo recuperarán. Por lo menos, en esta vida.
Maravilloso Artículo Gus !!! Excelente :) Ya lo recomiendo
ResponderBorrarGenial,estar+ de acuerdo con esto,es imposible! Felicitaciones.
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