Fuera de la armónica escenografía que construyen sus
asesores, el empresidente no
puede encontrar el amor prometido. Cuando se topa con la vida real, algún cartel o un
pibe arisco arruinan la foto. Menos mal que la fisura en la costilla le
sirve como excusa para ausentarse de
territorios hostiles, como la cumbre de la CELAC o la ciudad de San
Lorenzo. Y en los que prometen ondas
positivas, los asistentes se pueden
contar con los dedos. Aunque conquistó el número en el balotaje, no puede cautivar el corazón ni de sus
propios votantes. Quizá no le interese, por temor al denostado populismo, que
tanto utilizó durante la campaña. Mientras la vicepresidenta demuestra haber asistido a pocas sesiones del Senado
con su inexperiencia en el protocolo, Mauricio Macri insiste en gobernar para
unos pocos a costa de sacrificar a muchos. Eso, a la larga, se paga. O más a la
corta, de acuerdo a la caída de su imagen positiva, cuando apenas hemos pagado dos de las 48 cuotas que nos quedan del
gobierno del cambio.
Desde Calingasta,
San Juan, el ex presidente de Boca, reafirmó
su compromiso irrenunciable… con los que más tienen. Por supuesto, siempre
está el disfraz. “La minería se empezó a
desarrollar con ciertas reglas y lamentablemente hace más de 10 años alguien violó esas reglas y puso las
retenciones a la explotación minera, sacándole recursos a San Juan para
llevárselos a la Nación, que son recursos que los sanjuaninos necesitan para
seguir desarrollándose”. Para él, cobrar
impuestos es violar una regla sagrada y, aunque esté a cargo del Ejecutivo
Nacional, el Estado sigue siendo el
enemigo.
En realidad, esos
recursos por retenciones, tampoco quedarán en San Juan. Esos 3300 millones de pesos, que no irán a
las arcas del Estado ni se invertirán en su totalidad en las provincias
explotadas, volarán derechito a las
casas matrices como remisión de utilidades. Las ganancias de las empresas
mineras se han multiplicado gracias al incremento del 52 por ciento en la cotización
del dólar y nadie verá un centavo de ellas. Esas son las reglas y Macri es garante de que nadie las viole.
Después, “Macri=hambre” fue la sentencia que se
coló en la alegría del sábado. Y “No fue magia”, la frase eterna que le quitó todo mérito. La inauguración del
primer tramo de la electrificación de la línea Roca servía para demostrar dos
cosas: que su gobierno es eficiente y
que algunos opositores le rinden pleitesía. Lo primero es un simulacro
porque hasta ahora su presencia coronó la
ampliación de un supermercado y las obras ferroviarias que ya estaban
terminadas antes del 10 de diciembre. Nada realizado por él durante su
gestión, que apenas lleva dos meses, lo cual es comprensible. Lo segundo, la
pleitesía de los opositores, es discutible. Al menos, en este caso. La
presencia de Florencio Randazzo no
sugería sumisión, de acuerdo a las opiniones vertidas a la prensa y menos
traición, pues estaba para reafirmar la autoría de la obra. Y el escaso
público que se acercó hasta el lugar no se mostraba muy festivo.
Fabricantes de una crisis
La alegría
amarilla se desinfló apenas inaugurada. La persecución de periodistas y medios
consustanciados con la gestión anterior provocó
satisfacción en unos pocos. El salvaje despido a los empleados estatales
dejó víctimas hasta en los que habían
optado por el cambio. La ilegal y vengativa prisión de Milagro Sala resulta
tan incómoda que hasta el Papa Francisco
le envió un rosario bendecido para demostrar de qué lado está. El temor a
que la cosa se ponga más fulera ha
borrado las distendidas sonrisas que antaño adornaban a los transeúntes.
No es para menos:
la inflación que hasta hace unos meses sólo se notaba en alarmantes titulares, ahora se hace visible como una amenaza palpable
y cotidiana. Tanto, que ha desplazado a la inseguridad como principal
problema. Los números en la CABA aseguran que en enero trepó a algo más de 4
por ciento, un poco alta para los que se
espantaban con números menores y se mostraron como expertos en el tema. Y,
como un trago de su propia medicina, en breve aparecerá el famoso Índice
Congreso, no elaborado por Jorge Todesca, que
ahora que está del otro lado del mostrador no se atreve a mostrar un número
ni presentado por Patricia Bullrich y Laura Alonso, sino por el nuevo amiguito Sergio
Massa.
El Gran Equipo –una
banda de simuladores- no habla de inflación, sino de sinceramiento. En todo
caso, la sinceridad es la que guía a la ortodoxia económica: todo el país debe estar dispuesto a enriquecer
a unos pocos. Y las explicaciones son evasivas, como si la inflación fuera
una fatalidad divina y no una acción
deliberada para apropiarse de los ingresos de la mayoría. Víctor Fera,
dueño de Maxiconsumo, desafió a Alfredo Coto “a debatir si son o no formadores de precios”, en respuesta al
juego del Gran Bonete que propuso el
empresario que nos conoce a todos. Una discusión que sólo se puede saldar con
fuertes controles a la cadena de comercialización, para que un kilo de
peras que sale de la huerta a 15 centavos no llegue a las góndolas a más de 25
pesos. Guillermo Draletti, vicepresidente de la Unión General de Tamberos,
aseguró que “tenemos entre productor y consumidor la brecha de precios más grande
del planeta”. Cuando no hay
responsabilidad social y prima el latrocinio, la libertad de mercado se transforma en libertinaje de piratas. Y
las víctimas somos nosotros, más indefensos que nunca, porque ahora, hasta el Estado se pone de parte de los
vándalos.
Pero la
estrategia de las máscaras comienza a perder su eficacia. A pesar de que Macri
mantiene una aprobación moderadamente alta, en 40 días ha perdido casi diez puntos. De acuerdo a un estudio
elaborado por Roberto Bacman para Página/12,
la desaprobación subió y la aprobación bajó en la misma proporción y por
primera vez, los insatisfechos con el
gobierno de Macri superan a los satisfechos, con un 49 a 48. Y si, de acuerdo a lo anunciado por el
presidente amarillo, deberemos padecer más de esto durante tres o cuatro años, es fácil suponer que la caída será mayor.
El plan de
catálogo que aplica el gobierno no sólo multiplicará la inflación, sino que instalará problemas que ya creíamos
superados, como el desempleo y la recesión. El mercado interno –que se
convirtió en el sostén de la economía en los últimos años- registra desde hace
tres meses una notable desaceleración,
con caídas de hasta el 20 por ciento. Y esto no tiene que ver con la pesada
herencia, sino con la intención de
transferir recursos para probar, una vez más, con el fallido modelo del derrame.
Total, como hemos visto tantas veces, la crisis no la pagan ni los
privilegiados del Círculo Rojo ni sus secuaces sino nosotros, los que estamos en los pisos inferiores de la pirámide.
Pero esta vez no debe ser así: el cambio que padecemos desde el 10 de diciembre
es una bomba que ellos mismos están
fabricando y, por primera vez en la historia, deberán ser ellos los que padezcan la explosión.
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