Cantos
gregorianos con sabor a tango
Un miércoles inolvidable o un
día de miércoles. Bergoglio, Francisco, Pancho o Paco. ¿En subte o en falcon verde? Festejos en la calle como un triunfo
futbolero. Dios es argentino y atiende
en Buenos Aires. Orgullo o bronca. Mejor o peor. Cantos gregorianos o un
tango. Para bien o para mal, estrenamos Papa. Y es argentino. Eso sí, sea como
sea, nada será igual. Quizá hubiese sido
mejor algún europeo, para no sentirnos tan examinados. Además de Maradona,
Messi, la reina de Holanda, ahora nos conocerán por haber aportado un Papa. Y eso que algunos dicen que nuestro país
está aislado del mundo.
El autor de estos apuntes
conoció la noticia por un grito callejero que se emitió desde un balcón. El
enunciado llegó incompleto y mezclado con otros ruidos. Algo así como “pap… argentin…”. La coherencia sugirió
que nadie podría celebrar con tanta efusión la fabricación de pasta base nacional, por lo que la cosa
iba para otro lado. Entonces, las redes comenzaron a bullir y todo se aclaró.
Aunque no tanto. Sobre todo por la
incertidumbre de convivir con esa novedad. En eso –como en muchas otras
cosas- somos inexpertos. Nadie nos ha
preparado para ser exportadores de
semejante producto.
En poco tiempo, la biografía
completa del cardenal Jorge Bergoglio se difundió por todos los medios, junto a
su nuevo nombre, Francisco, una señal que
sugiere una etapa diferente. No está aclarado si ese nombre se eligió en
memoria de San Francisco de Asís o Francisco de Borja, general de la orden de
los Jesuitas. Lo que se exige desde adentro,
por lo menos, es un novedoso maquillaje que dará a esa institución una máscara
más digerible. Mucho para transformar o camuflar.
No resulta pertinente especular
con lo que pasará hacia el corazón del Vaticano en lo relacionado con la renovación
dogmática. Que los sacerdotes se casen, que las misas continúen realizándose en
lengua vulgar o en latín, como propuso el renunciado antecesor o cierta
misoginia atenuada compete sólo a los seguidores católicos. La posición sobre
la homosexualidad concuerda con sus principios y, por tanto, tampoco debe
tomarse como elemento de crítica, ni siquiera por las minorías sexuales, salvo que se convierta en obstáculo para
la inclusión. Quienes no formamos parte de ese universo sólo debemos
prestar atención a lo que ocurra en el Vaticano considerado como un estado más
del mundo; como si en otro país se hubiera elegido un nuevo presidente, con la diferencia de que tiene fuerzas de
ocupación en casi todos los puntos del planeta. Y con una cantidad de
agentes que supera al personal de las bases militares norteamericanas que se
despliegan sobre el planisferio.
Un estado que se presenta, eso
sí, con una pátina de santidad aunque, en los hechos, muestre todo lo contrario.
Si Dios permite ese desquicio en su
sucursal terrena, ¿en manos de quién estamos? Si es que estamos en manos de
alguien, por supuesto. Porque los escándalos del Vaticano no se relacionan sólo
con el abuso de menores o la sexualidad de sus administradores. En el primer caso,
es la justicia de cada país la que debe dar cuenta de los abusadores sin temer
castigo divino alguno. Y con respecto a
lo segundo, estamos ante una hipocresía que casi es aceptada por gran parte de
la cristiandad. La sexualidad entendida como búsqueda del goce, no como
simple reproducción. El celibato es una cosa y la abstinencia es otra. La soltería sacerdotal se adopta un par de
siglos atrás por una cuestión patrimonial, pero lo otro forma parte del
sacrificio que los ordenados hacen para honrar a la Deidad. Si, como afirman
los Vatileaks, los traspiés carnales de la cúpula eclesiástica no son
ocasionales sino que responden a una
organización intramuros, el rebaño se sentirá defraudado.
Pero la santidad vaticana se
descascara también con la influencia nociva que ejerce ese estado en la
economía del mundo. Corrupción,
especulación y lavado de dinero salpican las sotanas de los administradores de
ese Imperio religioso. Y los sucesores de San Pedro casi lloran por la pobreza
en el mundo desde sus tronos de oro y joyas costosísimas. Este ya no es un
asunto de contradicción e hipocresía sino
que afecta a católicos o no católicos. Más aún en el escenario de la actual
crisis global.
Ahora bien, desde el anuncio de
la elección del nuevo Papa las expectativas están puestas en las
transformaciones que se producirán en la Santa Sede. Algunos medios, en el
éxtasis de la exageración, afirman que
será un pontífice revolucionario. Un poco mucho. Los conocedores del tema, en
cambio, afirman que el entramado es tan intenso que resulta casi imposible acceder a sus núcleos más oscuros. Así y
todo, lo que más destacan de la personalidad de Francisco es su carácter
austero, como si eso sólo alcanzara para
derramar al mundo tanta riqueza acumulada.
Los medios nacionales
desplegaron su mejor cholulismo para presentar al ex cardenal Jorge Bergoglio
como un vecino más. Los movileros entrevistaron a familiares, amigos y vecinos.
Hasta llegaron a mostrar las baldosas
que ha pisado. Pero no mucho más que eso, aunque la tentación resultara
irresistible. Las cuentas pendientes que tiene con la Justicia argentina en
relación a crímenes de Lesa Humanidad quedarán para la otra vida, ya que en ésta las cosas se resuelven con
sospechosa lentitud, como si el tiempo fuese eterno o la paciencia de los
familiares de las víctimas, inagotable. Desde el Gobierno Nacional felicitaron
la nueva designación omitiendo estos escabrosos
detalles, en un intento de extender un voto de confianza, por la influencia
que puede ejercer en nuestro país. Claro, muchos opositores alucinan con que, gracias
al auxilio papal, ahora sí pueda
desplazarse al kirchnerismo de la escena criolla.
Cuando comenzó el cónclave para
elegir al sucesor de Benedicto XVI, había unos cuantos candidatos. Cada uno de
ellos se pensaba como una pieza de ajedrez sobre el tablero mundial. Aunque el Espíritu Santo no sabe de
geopolítica, los cardenales la tienen muy en cuenta. Quizá en la elección
del candidato argentino no haya influido sólo la austeridad. Tal vez forme parte de una estrategia para
frenar los procesos transformadores que se están propalando por la región.
Puede ser que el advenimiento de este nuevo Papa tenga como objetivo disciplinar al Poder Económico para que
atenúe un poco la succión. O debilitar los nuevos vientos latinoamericanos
para que dejen de ser ejemplo para los países en crisis.
Sólo especulaciones, claro
está, porque esto recién comienza. Cualquier cosa puede pasar. Ingenuo sería
pensar que, en esta nueva etapa, la cúpula eclesiástica mundial se arrepienta por los crímenes cometidos
por la Inquisición o durante la conquista
de América. O que compartan las
riquezas acumuladas después de siglos de saqueo. O que destinen su Poder
Divino para frenar el desquicio del presente y no se escuden más en una neutralidad inexistente. O, al menos, que contribuyan un poco a construir el futuro
de paz y equidad que tanto pregonan. Optimismo. Esperanza. Deseo. Lo más
probable es que se aplique una capa más de maquillaje para postergar la caída.
O nada, como siempre.
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