Atrapados en su desesperado
vacío, muchos miembros de la oposición salieron a cuestionar el discurso de CFK
con los lugares comunes de siempre. Nada
lo impide, pero deberían esforzarse un poco más si quieren estrenar alguna
banca en el Congreso. Sólo recitaron ante los micrófonos el habitual mosconeo,
destinado a quienes se negaron a escuchar las palabras de La Presidenta. Esos
individuos que también están en su derecho de prestar atención a lo que quieran
y de enojarse por lo que se perdieron,
pero recibieron por boca de los que tergiversan todo.
Seguramente, circularán por la
vida afirmando, con el ceño fruncido, que Cristina urdió un relato mentiroso sobre los logros de
gestión, que habló –como siempre- de Kirchner y que nada dijo sobre la
inflación ni la inseguridad. Que las
gradas estaban plagadas de militantes que gritaban como si estuvieran en una
cancha de fútbol, tiraban papelitos y coreaban a representantes y
funcionarios como si fueran goleadores de un partido imaginario. Que en la
Plaza de los Dos Congresos estaba todo el aparato K, acarreado como ganado
desde lugares remotos para rendir culto a la cenicienta que se cree reina. Por
supuesto, también tienen derecho a despreciar a quien quieran y a negar las
transformaciones que se han producido en el país. En fin, ellos son La Gente que se alimenta de panfletos,
libelos y bandos con formato periodístico y tienen derechos; más que los Otros,
seguramente, que saltan como monos y aplauden cada pavada que dice Ella.
Bueno, tampoco hizo referencia a
algo que tiene en vilo a la sociedad: la salida de Tinelli de canal 13 y las
especulaciones que semejante movida provocó en seguidores y detractores. Pero
el mundo sigue girando y, en verdad, sería
auspicioso que el famoso conductor aproveche este trance para modificar un poco
sus productos, que resultan anacrónicos. La disminución de la audiencia y
la repercusión en decadencia de sus escandaletes pautados deberían servir como
un llamado de atención. El siglo XXI y los nuevos vientos que soplan en nuestro
querido país no resultan adecuados para no-contenidos
tan embrutecedores. Además, cuando hace pie en un canal invade toda la programación
con sus baratijas, funcionales a un ideario superficial y
noventoso. Las pelucas y tacones, las lolas
desbocadas y los férreos pechos
masculinos, el griterío permanente y las peleas entre divas pavimentadas y decadentes no sirvieron de nada para recuperar
el lugar de antaño. Claro, no es el mismo escenario de 2009, cuando el alica-alicate robó un par de puntos al
oficialismo. El público también es otro y prefiere optar por programas que
prometan, al menos, el esfuerzo de la ficción. Estas bobadas que entorpecen todo desarrollo pronto serán
desterradas de la TV, no por acción de algún órgano oficial, sino por el botón que
está en poder de los ciudadanos.
Si CFK no hizo referencia a la
inflación es porque no hacía falta. El
primer mes del acuerdo de congelamiento de precios arroja resultados
auspiciosos y permite vislumbrar en qué lugar de la cadena de comercialización
se producen aumentos abusivos. Algunos hasta consideran ampliar el plazo a
noventa días. Tampoco hubo inconvenientes en la provisión de mercaderías, salvo en los días del apriete pergeñado por
el gremio de los camioneros. Nunca hay que olvidar que cuando estos personeros del fracaso se muestran preocupados
por la inflación no denuncian la especulación empresarial, la concentración
casi monopólica de algunos sectores o la falta de inversión y producción, sino a los gastos que el Estado realiza en pos de la redistribución del
ingreso. Cuando los apologistas del neoliberalismo claman en contra de la
inflación, están pidiendo a gritos un
bestial ajuste, como el que están padeciendo los ciudadanos del Primer
Mundo en retirada.
Pero, atenta a eso, en el final
de su intervención, Cristina afirmó que “en estos siete años hemos subido muchos peldaños. Yo creo que hemos salido
del infierno. Y quiero decirles que en nombre de él, de los que ya no están, de
todos ustedes y de los 40 millones de argentinos, me voy a jugar la vida por no volver a descender en esa escalera al
infierno de todos los argentinos, porque nos merecemos vivir en una patria
mejor, en un país mejor”. Simplemente, por eso no habló de
la inflación.
Pero sí habló de democratización de la justicia y, para
calmar a las fieras y dejarlas sin argumentos de campaña, descartó una reforma constitucional para llegar a ese objetivo. Podrá
haber otros motivos que ameriten una reforma, pero para éste, no será necesaria. Que los medios carroñeros hayan
titulado al día siguiente que Cristina avanza
sobre la Justicia, presionan a los
jueces o ahora van por el Poder Judicial
queda en la conciencia de los cuenteros. Que muchos editorialistas hablen de
jueces militantes, del modelo autoritario o el fin de la República será responsabilidad de las píldoras que
recetan los profesionales que atienden sus padecimientos. Que el lector que
lee de ojito las tapas mientras compra una revista de chimentos o el
televidente que, en pleno zapping, pesca la mitad de una información crea en
estas patrañas, guardará relación con
sus prejuicios y la necesidad de incrementarlos.
Pero la administración de justicia no puede seguir como está,
porque de esta manera es funcional al establishment, al statu quo, a la
inequidad, a la permanente postergación
del sueño de un país más justo. Que Mauricio Macri sea Jefe de Gobierno porteño
es el resultado de una anomalía judicial, pues cuando oficiaba como CEO de
Sevel -la empresa de papá- fue procesado por contrabando y defraudación al fisco en grado de tentativa. Y todo
se saldó con una multa, pero el antecedente está. Que alguien que ha intentado estafar al Estado esté administrando lo público
es de suma gravedad. Más aún cuando, al momento de presentarse para la
reelección, ya estaba procesado por las escuchas ilegales y ahora va en un
lento –demasiado lento- camino hacia el juicio oral.
Pero no es el único caso. Ya es sabido que el diario La Nación
goza de una extensísima medida cautelar
de diez años que lo exime de pagar 240 millones de pesos a la AFIP y que el
Grupo Clarín lleva cuatro años de incumplimiento de la llamada ley de medios.
Que Bunge, una de las multinacionales exportadoras de cereales, está bien protegida por algunos jueces por
maniobras de triangulación y evadir los tributos correspondientes. Y que el
juicio por la apropiación ilegal con delitos de Lesa Humanidad de la empresa
Papel Prensa está empantanada en una
dilación cercana a la impunidad. Y muchos otros casos que sería agotador enumerar.
Por eso, las reformas propuestas por La
Presidenta inquietan a más de uno.
La independencia judicial que tanto declaman algunos debe ser
de cualquier poder y no sólo del ejecutivo. En ese sentido, CFK elevará algunos
proyectos de ley al Parlamento para transparentar
la administración de Justicia, como la elección popular de los integrantes
del Consejo de la Magistratura, la obligatoriedad de hacer públicas las
declaraciones juradas, de habilitar un mecanismo de información sobre el estado
de las causas o romper con la
plutocracia en el ingreso a la carrera judicial. Y, sobre todo, establecer
una nueva normativa de las cautelares, para
que no se conviertan en un entorpecimiento para dictar justicia o una garantía
de impunidad. Un déficit: no hay una propuesta concreta sobre qué hacer con
los jueces nombrados durante la dictadura y que responden a ese ideario. Este tema nos ata a nuestro peor pasado.
Seguramente, en breve, aparecerán las ideas transformadoras de los que están
comprometidos a seguir subiendo los peldaños de esta escalera nacional. Pero nada saldrá de los opositores
compulsivos, aquéllos que no atinan a proponer la manera de mejorar lo que
tanto critican. O peor: que impulsan no
sólo bajar unos peldaños, sino destruir la escalera.
Hoy, el amor es muerte y el hombre acecha al hombre.
ResponderBorrar